Autopsia de una democracia de utilería
- Alejandro Juárez Zepeda
- 6 jun
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Por Alejandro Juárez Zepeda
El 1 de junio de 2025, México perfeccionó el arte de la democracia imaginaria. Con 13% de participación —cifra que en cualquier país serio motivaría la anulación del proceso—, la elección judicial se consumó como la evidencia incontrovertible de lo que ocurre cuando la necedad institucionalizada se topa con la realidad.
Hagan números: de 100 millones de ciudadanos, apenas 13 millones se dignaron participar en lo que la Presidenta calificó como “todo un éxito”. Los otros 87 millones prefirieron un elocuente silencio. Pero tranquilos: Rosa Icela Rodríguez ya nos explicó que 13% es “casi el doble” del 7% de aquella consulta sobre expresidentes. Con esa aritmética creativa, pronto la pobreza será abundancia y la ignorancia, sabiduría.
La Ingeniería del Desastre
El diseño del proceso fue una sinfonía del caos orquestado. Boletas kilométricas con miles de desconocidos, campañas “informativas” que imitaron lo más podrido y chabacano del influencerismo, supresión del PREP —porque la transparencia es tan siglo XX— y conteo centralizado, que convirtieron la elección en una ceremonia hermética para iniciados.
¿El resultado? Un pueblo que decidió no decidir. Los ciudadanos, esos seres caprichosos que se niegan a votar cuando no entienden para qué, optaron por la abstención masiva. Qué falta de patriotismo democrático.
Pero aquí viene lo genial: el gobierno declaró victoria. Porque cuando tu estrategia consiste en interpretar el desprecio como aprobación, cualquier fracaso se convierte en mandato popular. La lógica es impecable: si te rechazan, es porque te aman demasiado para expresarlo.
La maquinaria propagandística oficial ha alcanzado cotas orwellianas que harían sonrojar al mismísimo Gran Hermano. Transformar 13% en “todo un éxito” requiere una creatividad que trasciende lo político para adentrarse en lo psiquiátrico.
La disonancia cognitiva se ha vuelto política de Estado. Cuando 87% de la población te ignora, declaras que el 13% restante encarna “la auténtica voz del pueblo”. Cuando los números no cuadran, cambias las matemáticas. Es la lógica del avestruz elevada a filosofía gubernamental.
En redes sociales, las cuentas oficialistas celebran mientras atacan a quien señale lo evidente. “Conservadores”, “traidores”: el repertorio de descalificaciones se despliega automáticamente ante cualquier brote de pensamiento crítico. Porque en este nuevo México, decir que el emperador va desnudo equivale a sedición.
Demolición Controlada de la República
La elección judicial no fue accidente sino el capítulo central de la novela de destrucción institucional. Cada institución ha recibido su dosis calculada de debilitamiento: el INE, con la imposición de paleros y recortes presupuestales que han limitado su capacidad; la Suprema Corte, reducida de 11 a 9 ministros porque hasta la justicia debe adelgazar en tiempos de “austeridad republicana”.
La lógica es impecable: si las instituciones te estorban, las debilitas hasta volverlas irrelevantes. El Poder Judicial, otrora tercer poder, ahora será elegido como cabildo de pueblo. ¿Experiencia jurídica? Opcional. ¿Conocimiento del derecho? Deseable pero no indispensable. Lo importante es que sepan hacer campaña y sean fieles al “partido-movimiento”.
La reforma permite jueces sin experiencia, potencialmente ligados al crimen organizado —porque total, ¿qué podría salir mal?— y elimina los filtros de calidad que, según la nueva doctrina, eran “elitistas”. Ahora la justicia será popular, democrática y, presumiblemente, tan eficaz como nuestro sistema de salud pública, envidia de Dinamarca.
Las Locuras Lógicas del Poder
Un gobierno que habita en una realidad paralela genera acciones esquizoides. La militarización de la seguridad —porque nada dice “Estado de derecho” como soldados en funciones policiacas (v. gr. Multiforo Alicia)—, la cancelación de fondos científicos para “acabar con la corrupción”, y la conversión del Poder Judicial en reality show electoral, son apenas muestras de esta nueva cordura gubernamental.
Pero, además de las decisiones disparatadas, alarma la incapacidad sistemática para reconocer errores. Cuando los líderes se rodean de aduladores profesionales y construyen burbujas impermeables a la crítica, el contacto con la realidad se vuelve accidental. Y los gobernados pagan las consecuencias en el mundo tangible de las decisiones tomadas en Morenaland.
El Autoritarismo de Instagram
México transita hacia una dictadura fotogénica: mantiene las formas mientras vacía su contenido, habla de democracia mientras concentra el poder, promete justicia social mientras destruye los contrapesos. Es el régimen perfecto para la era de las redes sociales: trending, viral y letal.
La oposición, fragmentada entre nostalgias priistas y berrinches panistas, no logra articular alternativa creíble. Sus comunicados grandilocuentes y marchas dominicales son más terapia grupal que estrategia política. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie luchan contra molinos de viento digitales, creyendo que los hashtags pueden detener aplanadoras.
El resultado es una democracia zombie: camina, se mueve, hasta habla, pero está técnicamente muerta. Las elecciones se celebran, los votos se cuentan, los resultados se publican. Solo falta un detalle menor: la legitimidad.
Epitafio para una República
La elección judicial de 2025 será recordada como el día en que la farsa se institucionalizó. Con 13% de participación legitimaron un proceso que ningún observador internacional reconocería como válido. Pero en México, donde lo extraordinario se normaliza y lo absurdo se rutiniza, hasta el fracaso más estruendoso puede declararse triunfo histórico.
La pregunta ya no es si vamos hacia el autoritarismo —esa respuesta la dieron 87 millones de mexicanos con su ausencia y la posterior validación oficial de la farsa—, sino cuánto tardaremos en admitir que ya arribamos. Porque cuando los ciudadanos pierden la capacidad de distinguir entre realidad y propaganda, entre legitimidad y legalidad, entre democracia y simulacro, el problema trasciende lo político: se vuelve civilizatorio.
En este país donde los sensatos son minoría y los desquiciados gobiernan y aplauden, las únicas locuras inevitables son las que faltan por cometerse. Mientras tanto, celebremos: después de todo, 13% es casi el doble de algo mucho menor. Con esa matemática emocional, todo es posible.
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