Por Helly Raven
El sonido de los cascos despierta a la joven, que ha estado alerta toda la noche, a la espera; sin embargo, con las primeras luces del alba el sueño le ha vencido por unos instantes. Se levanta despacio, con una mano enguantada se frota los ojos mientras con la otra alcanza el carcaj y el arco que había dejado junto a una roca. Sabe cómo moverse para que su presa no note su presencia, proviene del antiguo linaje Brüll, cazadores de bestias místicas desde el inicio de los tiempos. Aun así, es consciente que al menor paso en falso, su premio se habrá ido.
Paso a paso se acerca al estanque y finalmente le ve, un hermoso unicornio blanco. Su crin ondea al viento de la mañana, su cuerno refulge con el dorado resplandor de mil soles; es el rey de los bosques, el guardián de lo divino, nadie jamás ha logrado darle caza y se cuentan leyendas de que quizás sea el último de su especie.
Levanta el arco con delicadeza, la precisión lo es todo, su padre lo repitió muchas veces desde que comenzó a entrenarle.
El leve crujido de una rama en la espesura pone en alerta al unicornio, que alza la vista despacio hasta topar sus ojos con la cazadora. Por un segundo sus miradas se entrecruzan. Todos los años vividos en soledad por la criatura mágica pasan galopando a través de la mente de la joven, la desesperación de saber que nadie cuidará de su bosque cuando se haya ido, la tristeza de ver morir a sus hermanos, el miedo y, finalmente, la resignación de quien desea, muy en el fondo, que la espera acabe.
Hazlo humana –dicen esos ojos negros que reflejan la luz del día– Dispara tu flecha y termina con el sufrimiento que los tuyos han traído a mi especie. Quiero que acabe.
Las manos de la mujer, antes firmes, tiemblan y hay lágrimas empañando sus ojos. Tanta espera, tanta necesidad de convertirse en la campeona que dio caza al más bello ser… Y tanta equivocación.
Su presa asiente, no hay rencor, es un acto de compasión. Todo queda en silencio. Y ella dispara.
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