La cuarta transformación: crónica de una promesa desvanecida
- Alejandro Juárez Zepeda
- 27 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 4 may

Por Alejandro Juárez Zepeda
La primavera en la Ciudad de México no es más que una flor de ceniza. El Zócalo, donde el eco de las proclamas de antaño aún se aferra a las piedras, es testigo de una metamorfosis no anunciada. Siete años atrás, el verbo de la esperanza se pronunciaba con la cadencia de una transformación inminente. Hoy, esas mismas palabras pesan en el aire como el esmog que envuelve la ciudad, denso y omnipresente, la bruma de un porvenir que jamás llegó.
En los corredores del poder, el uniforme verde olivo ya no es una presencia ocasional, sino un emblema de mando. Las fuerzas armadas, antaño guardianas de la soberanía, se han convertido en los administradores de lo cotidiano: puertos, aeropuertos, aduanas y fronteras son su nuevo teatro de operaciones. El presupuesto destinado a su expansión ha crecido en un treinta y cinco por ciento desde 2018, según el Instituto Nacional de Transparencia. Pero el poder castrense, una vez desatado, rara vez regresa a los cuarteles de donde emergió. No es seguridad lo que se ha instituido, sino un andamiaje de control que haría palidecer a los fundadores de la República.
Al sur, la geografía del crimen se superpone con la cartografía del Estado. En Michoacán, en Jalisco, los dominios del narcotráfico no conocen resistencia; el poder paralelo ya no es subterráneo. En el Rancho Izaguirre de Teuchitlán, los buscadores de la verdad excavan con sus manos lo que la justicia ha decidido ignorar: fosas, cenizas, huesos calcinados. Human Rights Watch ha documentado más de trescientas víctimas en este solo enclave de horror, mientras la administración en turno descarta, minimiza, desmiente, como si negar el infierno bastara para clausurarlo.
Corrupción, en México, no es la negación de la virtud, sino su perpetua reconfiguración. Los programas sociales, esa dádiva de dos mil pesos mensuales que alcanza a veinte millones de personas, no son sino el bálsamo que adormece el hambre sin curar la herida. La pobreza sigue acechando a casi la mitad del país, según el CONEVAL, pero la estadística no conmueve a quienes, en los medios oficialistas, justifican lo injustificable con la altivez de los conversos. La propaganda es ahora la tinta con la que se reescribe la historia presente.
Mientras tanto, el Tren Maya—esa aspiración de modernidad envuelta en un disfraz arqueológico—devoró trescientos mil millones de pesos, dejando a su paso selvas mutiladas y comunidades desplazadas. No es progreso lo que se edificó, sino una alegoría del extravío: caminos de hierro hacia ninguna parte, monumentos de concreto a un sueño que se tornó pesadilla.
En el horizonte político, la autonomía de los poderes ha sido minada con la parsimonia de un alquimista torpe. La reforma judicial de 2024 trastocó los cimientos de la justicia: en junio de 2025, el país elegirá jueces por voto popular, pero las boletas están preñadas de nombres que responden a un mismo designio. Entre los aspirantes figuran no solo los fieles al partido en el poder, sino también los herederos de doctrinas más preocupantes. La Iglesia de la Luz del Mundo, cuyo líder, Naasón Joaquín García, purga una condena en Estados Unidos por abuso y corrupción de menores, ve ahora a sus discípulos aspirar a los altos tribunales de la nación. La sombra de Bellas Artes en 2019, cuando Morena rindió homenaje a la congregación, se proyecta ahora sobre la balanza de la justicia.
Y en la frontera, la ecuación de siempre: México ofrece soldados, Estados Unidos exige más. Diez mil efectivos fueron desplegados en 2025 bajo la presión de Washington. Pero ni el muro de carne ni las amenazas de sanciones comerciales de Trump detienen la migración ni el flujo del fentanilo. El norte sigue atrayendo, el sur sigue expulsando. En medio, la vida humana se torna moneda de cambio.
Diecisiete billones de pesos de deuda pública, una diplomacia cada vez más frágil, una economía que se tambalea sobre el filo de la incertidumbre. Y aún así, las sombras no provocan reflexión, sino cerrazón. Quien observa, quien disiente, quien denuncia, es tachado de reaccionario, de enemigo, de traidor. La retórica del poder es una espiral cerrada sobre sí misma, un eco que solo se escucha a sí mismo.
México, ese país de promesas incumplidas, sigue su curso, siempre al borde de la transformación y siempre al filo del abismo. La pregunta que flota en el aire es la misma de siempre: ¿será este el tiempo en que, finalmente, despertemos?
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