Apenas comenzábamos a conocernos. Le hice mil preguntas. Intentando descifrar secretamente, si ella era material valioso o descartable para mi vida sentimental. Ahí, cuando el radar no descansaba. Cuando observaba con cuidado entre todas las señales e interacciones, luces rojas para detenerme o verdes para seguir adelante. Porque – ingenuamente – creí que aún estaba a tiempo de dar las gracias y retirarme siendo educada (de ser necesario) sin que ninguna saliera herida.
Me sentía tan nerviosa que no me di cuenta, a pesar de todas las precauciones que intenté tomar, que ya no iba a haber vuelta a atrás. Ni siquiera fue necesario saber su nombre, hay ojos que son imposibles de olvidar. ¿Y qué es un nombre después de todo? Un código. Una manera de expresar que esto eres tú y que tú no eres nadie más. Pero eso yo ya lo sabía. Sabía que ella era ella y que yo ya no quería a ninguna otra. Su nombre era irrelevante.
Por suerte para mí (que tenía muy poca experiencia en el amor, pero un historial de muchos problemas para controlar mi temperatura), ella no podía saber lo que estaba ocurriendo en ese momento en mi entrepierna. Y qué bueno que fue así. Qué vergüenza me hubiera dado que se enterara de lo mojada que estaba con tan sólo escucharla hablar y admirar lo hermosa que era; imaginando su cabello despeinado contra la pared de mi habitación, mientras le arrancaba la ropa y la besaba, como si el tener su aliento en mi boca fuera cuestión de vida o muerte. En ese instante, todos mis esfuerzos estaban concentrados en disimular las imágenes que pasaban por mi cabeza.
Seguí con la conversación y mi ejemplar interpretación - disfrazando lo que estaba sintiendo por ella - unos minutos más. Antes de despedirme, le pregunté si la volvería a ver pronto. Me contestó que sí, porque sentía que olvidaría mi nombre y mi cara si dejaba de verme varios días.
Y tenía sentido, aquello que no es nombrado, se piensa poco y tiende a ser arrinconado en la mente. A final de cuentas, no sirve de nada que haya ojos que no se olvidan si uno no recuerda a quién le pertenecen. Es por eso que intento cambiarle el nombre en mi cabeza a diario. Es la única esperanza que tengo de olvidar de quién es esa mirada; para cuando ella se vaya, no morir de amor.
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