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Foto del escritorCámara rota

Quizá no sea tan malo no olvidar



Cuando era joven continuamente recurría a las suposiciones del olvido. Imaginaba que un día, después del despertar del coma por algún accidente mortal, no recordaría nada de mi vida anterior. Tendría otra vida, una en la que no podría reconocer los rostros de las personas que me habían hecho daño y que empezaría de nuevo.


Así, sin un archivo muerto en mi cabeza, podría salir a la calle a caminar, cruzar camino con “ese” hombre, el mismo que me detendría un segundo para saludar. Entonces, yo no necesitaría fingir para mirarlo con abrumadora extrañeza y decirle: —Disculpa, ¿te conozco?


¡Ah, qué gusto sentía al imaginar sus gestos de desconcierto! Varios rostros con la mirada de flecha apuntándose a sí mismos dudando de la veracidad de mis palabras. Y yo, yo sería inocente por no saberlo… Sería el blanco imposible, la muralla por la que jamás volverían a cruzar.


El olvido era la mejor arma de venganza en la que podía pensar. En este estado de blancura o negrura mental, todo lo que me habían hecho, o dicho, no tendría importancia. Su vida resultaría ser tan insignificante, tanto, que sería como si no hubieran existido para mí.


Ese mundo imaginario, de ascetismo del recuerdo inducido, era mi refugio. El escenario solía ser una gran avenida solitaria, con altos pinos y flujo continuo de autos, con su característico sonido gris… No sabía que este lugar iba a ser el mismo en el que recibiría la noticia de la muerte de una amiga. Años después, su hermano me contó que ella no quiso que nos enteráramos de un tumor que le haría perder absolutamente todo: su memoria. Ella no quería olvidar, ni que la recordáramos en ese estado de olvido perpetuo. Al final, así se fue y su deseo se cumplió: la recuerdo como ella quería ser recordada.


Ambas caras de la moneda, dentro de ese mismo espacio, dieron origen a un acto paradójico que revelan mi falta de carácter, pues años han pasado y ese coma y amnesias inducidas no han llegado. Tampoco es como si me hubiera expuesto a situaciones de riesgo para materializar ese deseo, pero empiezo a valorar el tiempo que mi cerebro asimila y postergo la decisión. Me siento culpable por desear lo contrario que mi amiga, de vivir el tiempo que ella hubiera deseado. No la olvido, es difícil hacerlo porque su recuerdo me alegra y entristece.


Sin embargo, en ocasiones los meses pasan sin que yo recuerde a las personas, a ella, así como a quienes tanto odié. Es como si se tratara de un olvido momentáneo y cuando soy consciente de ello, me asusto. No es lo mismo que olvidar, pero se le parece demasiado y da miedo.


Para bien o mal he dejado de imaginar mi vida al borde del olvido, no porque sea mejor, o por el miedo. He aprendido que es posible dejar de darle importancia a las personas que nos hicieron daño y traer a la vida con el recuerdo a quienes abrieron la puerta del olvido inverso en la memoria. Quizá no es tan malo recordar y tener memoria. Quizá no sea tan malo no olvidar.



Por Lucía Ramírez

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