Por Karla Cruz
Recuerdo que de chiquita, mi abuelita me daba de comer caldito de pollo con sabor a comino, y me recalentaba tortillas hechas a mano en su comal, quedaban tostadas, todo aquello era un manjar…
La comida de mi abuelita siempre tuvo algo que ninguna otra, era la más sabrosa, la más equilibrada, simplemente tenía la sazón perfecta. Mi abue siempre estaba metida en la cocina, usaba un mandil que se amarraba por la cintura, y durante toda la mañana guisaba y guisaba. Se levantaba a las 5 am a preparar el lonche de mis tías, mi familia se dedica a la venta de tortillas y todos los días salen a trabajar a las 8 am. Siempre me preguntaba por dentro si no se cansaba, yo me imaginaba que tenía una alarma interna que la despertaba diario a la misma hora. No había ninguna persona más fuerte que ella.
Me servía la cena, se sentaba en una silla frente a mí y me veía comer, metía las manos en su mandil y comenzaba a contarme historias. Yo escuchaba calladita y pedía doble plato, por gusto y por seguir escuchando. Sus muecas, su mirada, sus tonos de voz, y todo me hacía imaginar las historias que me contaba como en una película. Son los recuerdos más preciados y profundos que tengo de ella.
Mi abue materna era de Irapuato, pero desde muy joven se fue a vivir a Ixtlahuaca, Estado de México. Cuando iba al pueblo a visitarla, me tocó aprender mucho, de lo más importante fue ver como se daba el proceso de la organización comunitaria. Allá es diferente de aquí. La gente originaria de los pueblos identifica perfectamente las necesidades que les atraviesan, se ponen objetivos y desarrollan actitudes y prácticas cooperativas encaminadas a resolver en un mediano y corto plazo aquello que les afecta. Y todo a través de la acción directa y colaborativa de todas las personas que componen la comunidad. Se crean sistemas alternativos de comunicación y “democracia”, por lo regular su estructura está fuera de la forma en la que funcionan las estructuras de poder establecidas. Toda esta organización es en beneficio de todos, se fortalece la cooperación, la ayuda mutua, la atención social y la educación popular.
Entre las actividades comunitarias que desarrolla la gente de mi pueblo esta desazolvar zanjas o canaletas de agua, lavar el manantial, arreglar y encementar caminos, pintar y reparar lo que surja de la escuela, incluso, en las bodas, XV años y bautizos, todos se unen para ayudar en la preparación de la comida, acarrear agua, desplumar guajolotes, etc. Y siempre al finalizar el trabajo por el bien común, se premia el esfuerzo de todes con una comida que preparan las señoras mientras los hombres trabajan, y no es cosa de sexos, porque si no hay hombres para desarrollar los trabajos pesados, también las mujeres desempeñan el trabajo rudo.
Los platos que se dan al final de las faenas son típicos y humildes, se sirve arroz, frijoles, quelites, papas con rajas, tortas de charales, a veces mole con guajolote y en las fiestas carnitas. Y todos se sientan en circulo a comer, y lo que sobra lo reparten y se lo llevan a casa. Mi familia siempre colaboraba en las faenas o preparando el lonche. Crecí observando todo eso, crecí entre los 3 nixtamales; el de tortilla, el de tamales y el de los tlaxcales. Y nunca jamás escuche a mi mamá o a mi abuela decir que les molestaba hacer de comer, o que si no hacían alguien tomaría represalias. Al contrario, a diario plasmaban sus emociones en los guisados, si ellas estaban contentas, comíamos lo que más nos gustaba, hasta nos preguntaban que queríamos, si estaban tristes la comida estaba desabrida, si estaban preocupadas estaba salada, si mi abuelita se enojaba con mi abuelo no le servía de comer, “ahí está la olla” le decía sin siquiera mirarlo.
Cuando yo tenía 6 años de edad, mi papá fue diagnosticado con glaucoma en un ojo y con el otro perdió la vista totalmente. Los días posteriores a ese diagnóstico fueron muy difíciles, su neurosis por la desesperación de no ver, era fuerte, violenta y tenía muchos efectos sobre nosotras. Un día que no estaba mi mamá me pidió que le preparara una lata de atún, yo había cumplido apenas 7 años, no sabía cómo hacerlo, le pedí a una vecina que me ayudara y ella lo hizo, total que se lo llevé a mi papá, lo probó e inmediatamente lo aventó al suelo, me asusté mucho, nunca me había asustado tanto, me dijo muy enojado que así no estaba bien hecho y me fui corriendo a la cocina, cerré la puerta y me escondí junto a la mesa de madera que sostenía una parrilla que era nuestra estufa, él no fue tras de mí, estaba casi ciego. Como a los 9 meses murió, 2 días antes de su muerte hablé con él, estaba hospitalizado, y recuerdo muy claramente como me pidió perdón por ese evento, por asustarme y no valorar el atún que aventó. Estaba enfermo, estaba triste, estaba muriendo. Hoy, afortunadamente lo entiendo. Los motivos de su enojo no tenían que ver conmigo ni con mi mamá, eran producto de su vida desafortunada, atravesada por muchas injusticias. Y me atrevo a externar esto, porque en la cocina también lloramos, nos llenamos de recuerdos, también nos refugiamos y nos escondemos del posible peligro. No es un lugar donde todo lo que sucede es perfecto, no se trata de romantizar, es un espacio de creación, de conocimiento, de transmisión de saberes; es un espacio de refugio, de expresión y de identidad.
Actualmente tengo una relación con la cocina muy íntima, ha sido mi escondite más seguro y mi terapia durante muchos años, hoy creo firmemente que dedicarse a la cocina, rescatar nuestras recetas y transmitir este conocimiento a las nuevas generaciones, es una postura política que existe y resiste a pesar del racismo, del clasismo, del exotismo y de la industria de los alimentos ultra procesados.
Tengo que aceptar que en algún momento, cuando quise pertenecer al feminismo hegemónico, busqué y busqué cosas en mi historia para legitimar lo que decían las demás feministas, las empoderadas, y caí en su juego, me molestaba ver a mi mamá o a mi abuela sirviendo la comida, “¿por qué tienen que servir ellas?” me preguntaba. Y quería crear un conflicto donde no lo había, donde nunca lo hubo. Por eso en estos tiempos es necesariamente político posicionarse a favor de los saberes, de la ancestralidad de una hierba y de la receta que la acompaña, y más ahora que domina la falsa idea de que los cuidados del hogar, como cocinar, son dificultades para el avance de las mujeres o que son imposiciones homogéneas del patriarcado.
Mucho se habla de las horas que pasamos en la cocina y limpiando, y se han hecho estimaciones en términos salariales, del trabajo realizado por las amas de casa, y se dice que la remuneración debería de ser mucho mayor al salario mínimo, bajo su lógica, entonces, hay una sobre explotación de la mujer en el trabajo doméstico, análisis que me parece sesgado y tramposo, porque el acceso a aparatos tecnológicos de limpieza, reducen el tiempo y el trabajo, no es lo mismo lavar en el río o en una orilla del manantial, que en una lavadora con secadora incluida, otro aspecto importante que no está en el análisis, es la cantidad de personas que dependen de nosotras, hijos, etc. Como madre de un niño de 5 años, confirmo que el cuidado de un niñe pequeño es uno de los trabajos más fuertes y extenuantes por la enorme unión física, psíquica y emocional entre madre e hijo (hay excepciones). Entonces es algo demagógico hablar de una carga homogénea de trabajo en el hogar, y además impuesta, si no tienes hijos pequeños u otros factores de clase que te esclavicen a estas actividades por horas. Y no demerito las cifras o los estudios de ciertas feministas, pero no es la primera vez que utilizan situaciones que viven cierto tipo de mujeres para usurpar, teorizar y victimizarse. Y no niego que para muchas amas de casa precarizadas, sí es cansado, forzoso y estresante pasar numerosas horas dedicadas al trabajo del hogar, pero me resulta conflictivo que cierto feminismo se empeña en dirigir la conversación hacia el patriarcado y usan términos que muchas de nosotras no entendemos, en vez de desmenuzar la verdadera naturaleza e importancia del trabajo doméstico, pero al contrario, bajo su enfoque psicosocial nos meten en su teoría de liberación sin siquiera escucharnos. Se niegan a creer que hay mujeres que también encuentran identidad, liberación y orgullo en ver a diario su casa limpia, o en la cocina donde guisan para su familia. Creo que nunca lo entenderán porque hablan desde el privilegio, porque mientras ellas teorizan, una mujer negra, migrante, indígena y pobre les hace la limpieza, la comida, o les cuida a su cría.
En nombre del feminismo se emiten juicios de valor que lejos de abordar con respeto la forma de sobrevivir tan compleja de las mujeres de otros estratos y latitudes, se les señala de forma condescendiente y se les encapsula indirectamente en un discurso que las tilda de sometidas, limitadas y no revolucionarias.
Por mi parte, soy una mujer que cura con sopas de verduras y tes de hierbabuena, una soñadora, romántica y aferrada como pocas, me elevo muy alto en mis sueños, y me aferro al valor ancestral, místico, medicinal, de cuidado y de relación con la naturaleza, que tenía mi abuela y mi mamá cuando entraban a la cocina, porque cocinar es una forma de resistencia, es una forma de transmitir historia, sabores, tradiciones, costumbres, momentos, cuidados y amor.
Por motivo de las fechas decembrinas, le hago honor a mi abuela y a mi pueblo transmitiéndoles una receta de cena navideña tradicional de por allá.
Receta de almendrado de gallina con arroz blanco y tlaxcales.
El almendrado es una salsa a base de tomate que se acompaña con nueces y almendras. La planta de tomate o miltomatl es una hortaliza originaria de México, contiene proteínas, grasas, carbohidratos, hierro, y otros nutrientes. Tiene propiedades medicinales que se usan en el tratamiento de problemas respiratorios, dolores de oído, inflamación del estómago y presión alta. Su consumo y cosecha aumenta cada año, se utiliza en la preparación de salsas principalmente para disminuir el picor intenso de todo tipo de chile.
El almendrado de guajalote de gallina, res (chambarete) y pollo es un plato típico mexicano, algunos dicen que es de Michoacán y otros que del Edo de México, la realidad es que es un plato muy popular, barato y para muchos de fiesta. Los ingredientes que necesitamos son:
1.5 kg de gallina (puede ser pollo o res)
1 kg de tomate verde manzano o tomatillo
10 nueces y 10 almendras picadas
2 o 3 jitomates rojos según su tamaño
2 chiles guajillos que no pican
3 chiles morita o chipotles secos (el morita es mas picante que el chipotle)
1 cebolla y media
4 o 5 hojitas de laurel
5 ajos
Orégano, sal y pimienta negra al gusto
Suficiente agua.
Preparación:
Pasar las piezas de gallina por fuego para eliminar las plumas pequeñas y pelitos. Después ponerla a hervir en la olla exprés con agua que la cubra completamente con 3 ajos, media cebolla, las hojitas de laurel y sal, cuando comienza a soltar vapor la olla se deja cocer por 25 minutos más y transcurrido el tiempo se apaga el fuego.
Mientras tanto se ponen a hervir los jitomates rojos, los chiles guajillos desvenados, el orégano y la pimienta en un litro y de agua, se pelan los tomates verdes, se lavan y se pican en cuadritos. Filetea media cebolla mas y pica finamente 2 ajos, déjalos acitronar en un sartén con aceite, cuando ya estén transparentes se le pone el tomate picado para que se fría, en lo que se fríe muele el jitomate con el chile guajillo, la nuez, la almendra, un ajo, las especias y sal. En cuanto esté frito el tomate le agregas los chiles morita y la salsa molida, se deja hervir unos minutos y se le agregan las piezas de gallina cocidas y escurridas. Dejamos hervir unos minutos más, probamos que tal de sazón y le ponemos lo que haga falta según el gusto personal o familiar. Se acompaña de arroz blanco.
Como postre puedes servir un café de olla con unos tlaxcales.
Los tlaxcales o tlaxcalli, son un pan de maíz elaborado por los pueblos originarios nahuas. Su creación tiene más de 3500 años, recordemos que la domesticación del maíz en Mesoamérica tiene más de 9000 años. Los tlaxcales son un postre hecho a base de maíz molido en forma de triángulo sabor guayaba o canela, estos sabores de agregaron debido a la colonización. Los tlaxcales han sobrevivido y resistido a pesar del tiempo. Su elaboración es sencilla, aunque hay que tener paciencia. Para prepáralos necesitamos:
3 elotes secos, pero justo antes de estar completamente secos, se dejan al sol 2 días.
Azúcar o piloncillo granulado.
Canela.
Primero se desgranan los elotes y se muelen en un molino manual o metate. Una vez molido el grano, a la masa que se obtiene se le pone el azúcar o piloncillo, y canela, se amasa y se forman las tortitas en forma de triangulo que después se ponen a cocer en un comal de barro, pero también se pueden cocer en los comales comunes a fuego bajito. Checa que se cosan bien y disfrútalos mucho.
Toda la cena rinde para 5 personas. Espero que la hagas y pases muy felices fiestas en compañía de tus seres queridos. Feliz navidad y prospero año nuevo.
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