Por Gabriel Molina
—¿Crees que hay vida después de la muerte? —preguntó la niña, con apenas un hilo de voz que era interrumpido por aquella terrible y fatal tos que aquejaba a la aldea. —¡Claro que hay! No es que lo crea, en realidad lo sé —respondió el gato, caminando sigilosamente y acomodándose en la almohada para estar más cerca de su oído—. Además —añadió, con un susurro que casi parecía un ronroneo—, es posible seguir viendo a aquellos que ya no están aquí: al principio, las lágrimas nublan tus ojos y no es posible verles claramente, pero con el tiempo los ojos se hacen fuertes y ni siquiera los necesitas para contemplar esas bellas imágenes en las que ríen, se abrazan y son tan felices como cuando estaban aquí. El gato la miró fijamente por un instante. El semblante de la niña esbozaba una tímida sonrisa. —Cierra los ojos, pequeña niña —murmuró el gato—, cierra los ojos que te espera una larga vida aquí, dentro de mi corazón. Fragmento de Memorias Felinas Alex P.G. Bell
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