top of page
  • Foto del escritorCámara rota

Afrotulense. México racista. ¿Por qué Tenochtitlan y no una ciudad afrotulense, purépecha o maya?



Polvo de imágenes de la memoria

Queremos empezar con la siguiente hipótesis que compartimos entre algunos cuauhtotoaquenses de la Huey Tlaxcallān: hace 500 años existió in Huey Altepetl Tlaxcallān y nosotros, como Quauhtotohuatlan dentro de este Huey Altepetl Tlaxcallān, no figuramos como altepetl, porque incluso para los de la huey Altepetl Tlaxcallān, éramos subordinados.

Por un lado, se torna importante afrontar nuestro silencio en este siglo, en el que algunos cuauhtotoaquenses empezamos a cuestionarnos la importancia de vivir un proceso de autorreconocimiento para rearmar un piso de justicia restaurativa y reconstitutiva de un hacer Altepetl.

Nos damos cuenta de que existe un odio de otros pueblos, indígenas y no indígenas, hacia nosotros, los nahuas de Tlaxcala. Unos compañeros del pueblo me’phaa y nasavi de Guerrero nos dijeron: “ustedes son nahuas, nosotros odiamos a los nahuas porque nos impusieron su lengua y hasta dicen que venimos de Malina —la Malinche—. Ah, pero son nahuas de Tlaxcala. Bueno, tenemos odio con los nahuas de Guerrero”. Luego un compañero hñahñu nos dijo: “los pinches nahuas que nos impusieron su lengua y luego renombraron nuestra geografía”. El compañero ngiba Pedro Ochoa nos dice: “a este lugar llegaron unos hombres que decían pertenecer a la gente de Axayácatl, quien era comandante de las fuerzas de Moctezuma Ilhuicamina [...]. Sus órdenes eran que todos los pueblos, independientemente de los nombres que tuvieran y las lenguas que hablaran, a partir de ese día tendrían que ser conocidos con nombres compuestos por palabras de la lengua nahuatl”.¹


Recuerdo que a principios de 2010, por primera vez como cuauhtotoaquenses, escuchábamos que algunos compañeros de la capital de Tlaxcala narraban orgullosos el desplazamiento de “346 familias, aproximadamente 933 personas” para poblar el centro-norte de la Nueva España. Para nosotros los cuauhtotoaquenses, los subordinados y esclavizados en las haciendas, no todo es orgullo, pues hasta hoy comenzamos el trabajo de un hacer altepetl sin intenciones de conquistar o universalizar nuestra realidad. Nuestra realidad se resquebrajó, se rompió el barro de toxayac —nuestra cara—, opitzoya to —se ensució nuestra— imagen, nuestra voz, nuestro nombre, a pesar de que teníamos nuestro nombre y forma de nombrar nuestros haceres.


Es innegable el aniquilamiento de nuestras imágenes por los fundamentalismos, educativos, religiosos, católicos y cristianos. Ennegrecen con sus bocas los haceres de nuestro altepetl-cuauhtototatla, lo borran y se carcajean. Al hablar de tiemperos, dicen que

 

eso es del diablo, que son supersticiones, pensamientos de salvajes o meros mitos, mitologías nomás.


Levantar con las manos los pedazos de barro de nuestra carne y las cenizas de imágenes de la memoria es reconstruir la vida de los tiempos, nos permite vernos ipantehuilome —sobre vidrios redondos construidos por la helada— del tiempo de tiempos de la Matlalcueyatl. Las imágenes de las voces no tienen tiempo fijo, le dan nombre a las palabras, son la expresión religiosa y ritual de la espiritualidad nuestra. Por eso es importante la memoria, la carne, la montaña, tierra, to-Matlalcueyatl.


Re-escuchar, desaprender y hablar-compartir-reescribir es dar manotazos por querer vivir sin traumas y sin olor a muerte; vivir la memoria de la tierra sin el deseo esquizofrénico impuesto por el cine, la televisión, el internet o los medios digitales, que han encarcelado nuestra capacidad política de imaginar y reconocernos como cuerpo-memoria-territorio, cuerpos en disputa. Porque escucharnos, hablarnos e interactuar, primero entre nosotros los cuauhtotoaquenses y luego con personas de otros pueblos, no necesariamente indígenas, nos permite pensarnos a partir del sentipensar nuestro y en la globalidad. Convivir, hacer memoria y escribir en nuestra lengua nos sitúa en Tula, Cuauhtotoatla, donde nacimos, crecimos y moriremos. Escribir y construir en nuestra lengua-cuerpo-territorio es hacer memoria en esta era ante un posible borramiento, arrebatamiento, desterramiento definitivo.


De lo políticamente correcto


La categoría indígena no es una categoría racial sino política. Pero es una categoría racializada que, de este modo, se le despolitiza. La categoría indígena no es una categoría cultural, pero al culturizarla, de este modo, también se le despolitiza.

Yásnaya Aguilar


El altepetl es estructura política y metáfora del pueblo tlahtoa den altepetl-cuauhtotoatla del aquí y ahora. Este sentido estético-político transformador de la metáfora en la cultura nahuatl tiene un poder cognoscente que se ejerce mediante la poética, genera un diálogo, llega a la intuición, al conocimiento, y transforma a las personas. El carácter político-estético-metafórico-religioso del altepetl es el reflejo de una percepción de la realidad. No sólo verifica hechos, también piensa, pregunta y construye modos de ver el mundo.²

Para nosotros, el territorio es lengua y memoria, y depende de la autonomía de nuestro pueblo. El borramiento de nuestra lengua es una violación a los llamados derechos humanos, hacia nuestro pueblo. La vida de nuestro mundo depende del control

 

de nuestra educación, justicia, salud, cultura y formas de vida política. Año tras año se pierden hablantes de nuestra lengua. En mi familia, mis hermanos menores de 32 años no la entienden. Sabemos que nos encontramos ante todo un andamiaje —Estado, política, economía, religión, ciencia, educación, filosofía, arte— que asesina nuestra lengua: “la interculturalidad, en la cual se fundamenta la actual práctica escolar indígena, es una teoría bonita y un programa razonable que defiende la pedagogía del diálogo y la superación de las diferencias sin eliminarlas; pero que en la práctica se acaba revelando como un rotundo fracaso”.³

En la actualidad, el Estado y sus instituciones, ya sean museos y academias, se esfuerzan “por enseñar las cosas de los indios, pero nunca va a ser indígena, cuando veo un ritual hecho por el Estado, por artistas, por museos, me doy cuenta que es un espacio de los no indios [...] están mintiendo sobre nosotros”.⁴ No se trata de hacer eventos de poesía indígena o exposiciones de arte indígena contemporáneo, mientras los sistemas de salud, justicia y educación siguen siendo monolingües y con contenidos de los otros no nosotros. Nuestra lengua no es cultura, folclor, artesanía o sinónimo de expresiones estéticas. La lengua es nuestra realidad, desde que dormimos y nos cobija en los sueños. Dice la compañera Yásnaya: “así como pasa con la perspectiva de género, todas las instituciones del Estado debieran estar atravesadas por una perspectiva de diversidad lingüística”.


El territorio es la lengua. La lengua es el territorio cognitivo y espiritual. Por eso es importante defender el territorio. ¿Qué causa que se siga perdiendo nuestra lengua y el territorio mismo? ¿Una serie de violaciones a nuestros cuerpos —mujer, hombre, plantas, animales— y nuestro territorio —aguas, tierras, aires, montaña—? ¿La violencia del racismo, las humillaciones, los golpes, los escupitajos que hemos vivido todos los que estamos encasillados como “indígenas”? Pese al orgullo de una identidad mexicana, con la bandera de una nación con raíces indígenas, desaparecen realidades-lenguas. Por eso la autonomía es de suma importancia, más allá del multilingüismo. Es urgente reconstituir una estructura comunal desde nuestros horizontes de vida, con la política como un servicio público, sin campañas proselitistas, cobros ni puestos. Buscamos hacer la vida en común sin el poder político, con el hacer en el pensar y el pensar en el hacer de nuestra cultura, formas políticas y lingüísticas. Nosotros mismos podemos controlar la economía y la educación en nuestra lengua, con autonomía sobre los procesos de impartición de justicia.


Sabemos que las luchas son diversas, por ejemplo, la desfragmentación de nuestra memoria y la desarticulación de la visión romántica de los sistemas de opresión, como que el conocimiento está en otras lenguas, como inglés, francés o alemán, o que los cuerpos blancos son más hermosos que los nuestros.

 

Cuauhtotoatla. Territorio fragmentado


Cuauhtotoatla es un territorio fragmentado, desplazado históricamente, con una identidad nahua que viene tanto de la siembra y como de la ciudad. Hay nahuas católicos de hueso colorado, evangélicos, testigos de Jehová, espiritistas, estudiados de academia y con cultura de la civilización hegemónica.


La intención de este texto es manifestar una postura ante el sistema, ante las políticas culturales. Como pueblo Cuauhtotoaquence entre Tlaxcala, Puebla o México, “nos representan como conflicto”, por ende, estamos ausentes de nuestra propia imagen.


Seremos muy sinceros con ustedes. Nosotros, la gente del altepetl-cuauhtotoatlan, hemos estado en este espacio desde antes de la Colonia. Aquí y ahora creemos que es importante hablar otro lenguaje. Se preguntarán cuál. El de la voz de nuestras agüelas, de la Matlalcueyatl, para no reproducir la historia de los otros. Queremos releer, reescribir e impulsar el florecimiento de nuestro mundo, los entramados, escuchas y hablas de las veredas dencuahtlan del cuerpo de la Matlalcueyatl axan —aquí y ahora—.


Les contaremos una anécdota que nos sucedió en Tula, Cuauhtotoatla, Tlaxcala, ligada a lo que trataremos en este texto. En la primaria nos decían ¡negros-apestosos-indios! ¡Cuaxepos! ¡Tlatzihquime! ¡Canagueros! ¡Tzotes! ¡Ni hablar saben! ¡Prietos y sin dinero! ¡Come frijoles! ¡Nacos! ¡Ignorantes! ¡No son de buena cuna! ¡Feos y de mala raza! ¡Huérfanos y desterrados! ¡Bastardos! ¡Nunca serán nada! ¡Indios! ¡Malagradecidos! ¡Si a duras penas mastican frijol, cómo van a masticar inglés! ¡Inmorales! ¡Pecadores! ¡Africanos! ¡Negros! ¡Desplazados! ¡Tizoc! Siempre nos excluían o corrían, nos golpeaban. No sabíamos qué era negro-apestoso-indio-mono.


La agüela Lupe nos cuenta de su agüela, a finales del siglo XIX. Decía Luisa Capilla en 1890: “nos decían las guarachudas, las malinchistas, las trenzudas, las mulas, las bastardas, las sin tierras, las que no son de Tlaxcala ni de Puebla, las que limpian la mierda desde antes de la llegada de los españoles, los indios peleoneros, tlaxcaltecas traidores, renegros, africanos, rebecos, negritos corombis, negrito cumbambero (negritos graciosos que se mueven o bailan mucho), los tzin-negro (los de cola negra), cuahtlanyulcal (diablos que viven en el monte), dicen que somos la reencarnación del diablo”.


Para los de la Huey Altepetl Tlaxcallān éramos unos simples subordinados. Para nosotros, somos hijos de la Matlalcueyatl, no los condenados del mundo por lo celestial, por la academia, que asesina todos los días lo esencial, como la lengua, la memoria, el conocimiento y el territorio que es parte de nuestro xayac —rostro—. Siempre nos arrinconaron. Eso fue doloroso y provocó que en algunos de nosotros naciera una revancha. Empezamos a odiar-desear lo que nos decían y eso siguió creciendo, se volvió odio, ¡un fuerte odio!


Nunca expresamos estos sentimientos, no pudimos enunciarlos porque no sabíamos su nombre. Ahora que intentamos ver el fondo de todo, nos damos cuenta de que habíamos internalizado esa violencia cognitiva, simbólica, psicológica. Ahora nos hacen sentir como enfermos con múltiples personalidades, que se revuelcan en la tierra, como ratones a los que están matando. En ese entonces no lo entendíamos, sólo lo sentíamos. Ahora lo seguimos sintiendo, pero ya sabemos su nombre, incluso los nombres que han puesto los de fuera.


Eso que llaman racismo y violencias simbólicas o psicológicas, en nuestro sentir el mundo como nahuas de Cuauhtotoatla, son enfermedades que nos matan la sombra, nos roban el vivir, nos marchitan. Siglos de falsos relatos, de una historia ficticia con la que enterraron la voz de nuestra memoria. Letras con disfraz de desprecio, nombres y apodos ofensivos como si fuesen nuestros nombres, cuando son insultos arrojados a nuestros cuerpos para causarnos dolor y vergüenza.


En el pasado, todo perdió sentido por tanto dolor, ya no decía nada dentro de nosotros... Hoy entendemos el compromiso de pensarnos, pero no en la lógica eurocentrista judeocristiana, en el perdón y la culpa. Como dice el poema “Me gritaron negra”, de Victoria Santa Cruz:


Tenía siete años apenas, apenas siete años

¡Qué siete años!

¡No llegaba a cinco siquiera!


De pronto unas voces en la calle

Me gritaron ¡negra!

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

¿Soy acaso negra? —me dije

¡Sí!

¿Qué cosa es ser negra?

¡Negra!

Y yo no sabía la triste verdad que aquello escondía

¡Negra!

Y me sentí negra

¡Negra!

Como ellos decían

¡Negra!

Y retrocedí

¡Negra!

Como ellos querían

¡Negra!

Y odié mis cabellos y mis labios gruesos y miré apenada mi carne tostada y retrocedí

¡Negra!

Y retrocedí

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

Y pasaba el tiempo

Y siempre amargada

Seguía llevando a mi espalda mi pesada carga

¡Y cómo pesaba!


Me alacié el cabello

Me polveé la cara

Y entre mis entrañas siempre resonaba la misma palabra

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

Hasta que un día que retrocedía, retrocedía y que iba a caer

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

¿Y qué?

¿Y qué?

¡Negra!

¡Negra!

Soy

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

Negra soy

¡Negra!

¡Negra!

Soy

¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!

Negra soy

De hoy en adelante no quiero

Laciar mi cabello

¡No quiero!

Y voy a reírme de aquellos

Que por evitar, según ellos

Que por evitarnos algún sinsabor

Llaman a los negros gente de color

¡Y de qué color!

Negro

¡Y qué lindo suena!

Negro

¡Y qué ritmo tiene!

¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro!

¡Al fin! Al fin comprendí

¡Al fin!

Ya no retrocedo

¡Al fin!

Y avanzo segura

¡Al fin!

Avanzo y espero

¡Al fin!

Y bendigo al cielo porque quiso Dios que negro azabache fuese mi color

Y ya comprendí

¡Al fin!

¡Ya tengo la llave!

¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro!

¡Negra soy!


Lo que ocurrió hace 500 años se instala en un entramado de narraciones creadas por una voz privilegiada, a la que se nos ha sometido mediante la escolarización y la religión. El Estado mexicano es un proyecto criollo, heredero de la Colonia. Seguimos viviendo las violencias del racismo y la injusticia. Los efectos del periodo colonial siguen vigentes en la vida de los cuauhtotoaquenses. El mundo mantiene el orden colonial que dio pie al clasismo y después al capitalismo.

El capitalismo no puede explicarse sin el sistema esclavista, que funcionó del siglo XV a finales del XIX. Tanto europeos como americanos llevaron a cabo un lucrativo y violento tráfico de personas:


Secuestraron a más de 10 millones de personas de África, los trasladaron contra su voluntad a través del Océano Atlántico y luego los vendieron y los forzaron a trabajar en plantaciones, minas y ciudades de toda América, incluido México. Millones de mujeres, hombres y niños murieron [...] y otros millones más vieron sus vidas brutalmente trastornadas por el simple hecho de tener un color de piel particular”.⁵


Así se creó una clasificación de cuerpos. Las personas europeas se convirtieron en blancas y las personas de origen africano fueron calificadas de inmorales y flojas. Los pueblos diversos de Abya Yala se categorizaron como indígenas.

Antes de la Conquista tuvimos un devenir y procesos diversos que cambiaron nuestra historia. Nuestra vida como cuauhtotoaquenses hoy es diferente a la de los cuauhtotoaquenses de hace 500 años. Es evidente que somos distintos, por eso tratamos de comprender los rasgos que nos unen al mismo tronco.


Ver y sentir en el altepetl-cuauhtotoatla para reescribir toatlalticpac, nuestro mundo


La tierra y el territorio de los sueños me mostraron a motatzi —tu papá—. De pronto, me iba como una imagen atrás de él, a su espalda. Estaba cenantzi —una agüela— sentada, en su mano tenía ce axolotl —un ajolote— de colores y me lo enseñaba. Era una imagen borrosa, de un sueño que nace de nuestra raíz, de nuestra experiencia con el mundo de la Matlalcueyatl en Tula. Ahí nacieron y vivieron mi agüela y los ajolotes. Ahí murió mi agüela, los ajolotes se extinguieron y el agua se secó. La imagen refleja la realidad del otro lado de la cabeza del mundo. La imagen simbólica-religiosa del sueño con mi agüela es la manifestación de la memoria viva, no metafórica. Axolotl es símbolo de la re-existencia, de ver y sentir el mundo nuestro, del conocimiento territorial del altepetl Cuauhtotoatla. Es

 

la imagen estética que produce la sensación de hogar, de convivencia de emociones, de un lamento, pues la saliva de nuestra existencia se seca.


Territorio de nuestro mundo, imaginarios y representaciones de ver y sentir el mundo desde el territorio mismo. Frente al despojo y la mentira de la interculturalidad que vivimos cada día, es importante ver y nombrar el mundo desde nuestro sentir y pensar altepetl-cuauhtotoatla can to-ihyo —nuestra neblina-aliento de vida—. En el sentido del mundo del altepetl-cuauhtotoatla, la vida, el agua, la Matlalcueyatl, el altepetl, las barrancas no son mercancías. La historia oficial, con espacios, prácticas, valores, visión e intereses económicos, ha inventado una historia de ficción. Nuestra comunidad tiene sus formas de convivir, sus conflictos, y ahora consume la cultura de una sociedad de espectáculo. ¡Por eso es necesario imaginarnos y narrarnos con dignidad!



Imaginación política den to-altepetl-cuauhtotoatla


Levantamos las huellas del polvo azul, violáceo, rojizo del barro de nuestra imagen, de nuestro imaginario destrozado hasta estos tiempos. Sentimos, vemos y vivimos en una esquizofrenia de tumores —estereotipos violentos, conflictivos— implantados en nuestras pieles, carnes, memorias y territorios. Ha sido necesario levantar las huellas, las memorias, en el ejercicio político del territorio propio para reconstruir nuestro mundo simbólico-religioso-mágico.


En Tula, mi agüela Juana decidió construir su hogar entre barrancas, coyotes, terrenos de milpa, magueyes, texcales, nopales, azomiates, capulines y encinos. Es donde nacimos. En el ejercicio de tejer, unir, cicatrizar el derrumbe den-to-imagen, queremos contarles tres sueños para entrar en el contexto del espacio-tiempo.


Primer sueño


Caminando-levitando encima del cuerpo de la víbora de la barranca, hoy calle Ávila Camacho, vi que los texcales que conectan con Tula seguían parados. El barro de sus cuerpos seguía rojo, ameyaba, nacía agua entre el barro. Los magueyes eran gigantes sobre la barranca que hoy es 5 de Mayo. Curvada y viboreando, esta barranca sube por la Matlalcueyatl y pasa por los ameyales de Arcortitla del lado de Xahuen.


Barranca en sus hombros, había muchos encinos de hojas anchas. Sus suelos vivos, negros, con piel de hojas anaranjadas. Plantas, conejos, cascabeles, coyotes bajaban por allí para llegar a Tula. Muchos pájaros dencuahtlan, águilas, correcaminos, tusas y hasta armadillos. Incuahtlatzatzi —la voz de la gente que se habla con chiflidos en el cuahtla— ya no oye a los árboles, al aire. Todo se derrumba. El cuahtlan de mi carne no aguanta. In atlalticpac se desmorona. En el sueño me vi y me pregunté por qué ya no escuchamos ese lugar. Se ha convertido en una calle seca, con huesos —piedras— salidos, muchas grietas, sin agua y polvorienta.


La oscuridad azul rojiza de hojas anchas que fluía entre los árboles hacía aún más siniestro e impredecible el negro azul verde violáceo de esta barranca en el sueño.


De esta noche nunca hablé con mi agüela. No se habla de esto tampoco cancoame —con las víboras—, can-coyome —con el coyote—, mucho menos can-intecolohuehue — con el ser-viejo tecolote—, que vuela entre estos espacios-tiempos, pues solo oíamos su sonar.


Esa noche de claros verdes y rojos de la Matlalcueyatl y de esos violáceos de la hoja de maíz, conforme caminaba en el sueño, en este estómago de la serpiente den cuahtla que llega hasta in Matlalcueitzin, la voz que anunciaba era absorbida por la distancia. Venía el mundo del polvo silente, un silencio de ce-tetzayotl, de cecuahtlamiquiz, centenares de miles de millones de vidas de estos lugares que iban a desaparecer.


El coyote de este lugar, el gran animal que tomaba a sus presas del cuello y no forcejeaban para liberarse, con sus ojos embrujaba a los humanos y los llevaba hasta itenco den —las barrancas—. “Ven por nosotros, coyote. Llévanos a nuestro lugar de soñar y vivir, de espíritus que nos hacen respetar a los coyotes”. En el sueño me vi y me pregunté por qué ya no escuchamos ese lugar.


Segundo sueño


En Ahuashuame, en 1992, la zona estaba llena de grandes capulines y encinos con piel amarilla naranjosa, húmeda. Hoy está la capilla de Juquila, por la curva de la calle 20 de Noviembre, donde está el autohotel. Por ahí recolectábamos hongo xoqueros, totomox, capulín de huesito grande y pequeño, almolquilitl, lengua de pájaro, vara seca. Veníamos caminando de regreso con mi agüela Alejandra, mi mamá con mi tía Luisa, ella con su carga de leña en la espalda y nosotros con cargas pequeñas.


Me veía y a la vez era un espectador, pero también era el que sabía de la realidad física. Sentía varias capas de realidad, tanto de la vida que he caminado, como del sueño que me llevó al otro lado de ese mundo. Me vi bajando en este punto de Ahuashuame, entre montañitas de arena, con mucho azomiate a los lados. El espacio-tiempo era época de sequía. A cada paso, el terreno se modificaba. El mundo vivía y en sus respiraciones cambiaba: de montañitas de arena a texcales con linderos llenos de magueyes grandes, surcos mojados y llenos de milpa. Al mismo tiempo que sentía que subía por Arcortitla y veía grietas grandes por el agua y muchas piedras, también sentía que bajaba y todo era verde con mucha flor, quelites y elotes. En cada límite de lo que hoy es la capilla, donde había una barranca que conecta con Tula, había árboles, incuahtla ocatca chicahto —el entorno estaba fuerte—, grandes cabezas de árboles, grandes estómagos de estos árboles. Entre ellos había caminos ondulados en los que se sentía la humedad de las aguas, hojas llenas de color café violáceo.


Al llegar a la capilla de Juquila, todos los terrenos de abajo de Tula que se ven estaban barbechados. No existía la calle Progreso, había montañas de zacate seco,


montañas de punta de maíz, capulines en todos los linderos. El polvo se sentía, los remolinos se veían, las mazorcas guardadas entre las montañas llenaban la perspectiva y no dejaban ver Tula. Empecé a saltar para ver Tula. Di brincos de un punto a otro para avanzar y llegar a casa. A cada brinco que daba, se movía el mundo, se transformaba la cabeza del mundo, todo se movía. A un momento, uno afectaba todo y viceversa. Todos como pedazos de polvo hacíamos el movimiento, el florecimiento, todo era parte de movimientos y crecimientos. Florecía, florecía todo muy rápido, espacios-tiempos revueltos. En esos espacios-tiempos veía que venía viéndome y me pregunté cómo de pronto esos terrenos estaban enverdeciendo.


Al irme metiendo por la barranca y cuahtla, que hoy es la calle 5 de Mayo, fui por la orilla de este lugar. Estaba vivo, había muchas plantas. Veía la parte de en medio que es hoy calle, mucha piedra con vida. En su otro extremo que da a la calle 20 de Noviembre, donde ahora hay casas, había varios árboles, incuahtlatzatzi omotzetzeloaya. No quise bajar. Tomé la vereda que conectaba con los terrenos del agüelo Andrés. Venía cruzando los terrenos, había milpas verdes y gigantes que no alcanzaba, llenas de elotes con dientes grandotes. La vereda estaba fresca, todo era milpa. Empecé a hacerme de un maxcoxtle —tercios de mazorcotas—. Las jalaba de las milpas al caminar por la vereda. Levantaba la mano y las cargaba entre las manos. Las milpas crecían más y más conforme jalaba sus hojas. Se hacían gigantes cada vez que quitaba un elote, cada vez que quitaba una mazorca. Al mismo tiempo, nacían muchas mazorcas del tamaño de mi cabeza, era un cuahtla de milpas gigantes.


El sueño terminó, desperté y pensé en el lugar. Hoy es un teatro de sombras de muerte. Ya no se mueven las ramas de los árboles. Se lotearon estos lugares y no hay milpas ni mazorcas porque les quitaron la arena, les quitaron la vida. No hay gusanitos, mariposas, abejas ni tierra fértil. El frío y agua del lugar cambiaron de piel, se convirtieron en polvo gris de una ciudad, una periferia de miseria. Hasta los encinos huan in cuahtlame campa in atlalticpac —y las naturalezas dentro del mundo— de este lugar desaparecieron...


Tercer sueño


Estaba volando entre ce altepetl den Heytlacuauac —encinos gigantes que casi llegaban a las nubes—. Subía y subía, no veía el límite de las ramas. Apenas se veía una casita de varas en uno que otro punto. En un punto, la neblina no se esfumaba, ya no se veía nada, sólo se sentía el remolino de las nubes. Me movía de un lugar a otro, cruzaba montañas de muchos colores, remolinos de polvo de espacio y tiempo de otros tiempos. En un momento pensé en regresar y crucé el tiempo. Me vi arriba de la iglesia de San Nicolás con los colores que tenía en 1990. Me sorprendió ver tanto cambio. Por todos los alrededores se movía mucha gente, niños, niñas, hombres, mujeres. Las casas y algunos montes pequeños seguían, pero recordaba que hoy el lugar ya no es así. Me sorprendió que nadie me veía. La vida de este San Nicolás era silente. Entonces me desperté.


De la imagen del sueño a la imagen de la memoria

Bautizo con pintura: sangre de mi hermano


Una vez, unos hermanos jugaban. Hicieron una iglesita de barro y el mayor de los tres dijo:

—¡Miren! Ya tenemos la iglesita, la capillita. Lo hicimos todo bien, pero ¿con qué la pintamos?

—¿Cómo la pintamos para que se vea mejor?

—¡Pues le sacamos sangre a nuestro hermano el más chico!, contestó uno de ellos.

Entonces cortaron a su hermanito. Su carne quedó en pedazos, como hojas rotas de cuaderno. Ellos no sabían qué le pasaría a su hermanito. Con su sangre pintaron la capillita de barro. El niñito falleció.

Sus papás habían ido al campo. Al llegar a su casa vieron la capillita pintada toda de rojo, con sangre. Entonces le preguntaron a uno de los niños:

—¿De dónde agarraron la pintura?

—La agarramos de mi hermanito —respondieron.

—Entonces, ¿dónde está su hermanito? —preguntó el papá.

—¡Está allá! —dijeron los niños.

Fueron a verlo, pero el niño ya estaba muerto. Lo habían matado para pintar la capillita. El papá no les pegó ni los regañó, sólo le dijo a su esposa:

—Hecha harta tortilla porque me lo voy a llevar al campo.

El papá le dijo a su hijo mayor:

—No te comportas bien y desobedeces. Te voy a llevar al campo para que sientas lo que se siente andar en el campo, que sí es pesado.

El papá había buscado un árbol en el que se pudiera acomodar, sentarse y dormir. Subió al niño hasta arriba del árbol y le dijo:

—Aquí me esperas, voy a leñar y ahorita regreso. Mira, acá está la tortilla, aquí hay agua. Si tienes hambre, aquí comes y tomas agua.


El niño se quedó esperando. Pasaron los días y el papá no regresó. Nunca volvió por el niño porque había matado a su hermano. Pasaron los días y el niño ya no tenía tortillas ni agua. Bajó del árbol y le chifló a su papá para que regresara. Como no lo encontró, el niño se convirtió en pajarito. Todavía hoy día se escucha que anda chiflando en el monte, buscando a su papá.


No tiene mucho que escuchamos este relato por tecapiltzintli. Me acordé de lo que me contó mi papá y se lo conté a mi hijo, porque por acá no se escuchaba.


De niños siempre escuchábamos que éramos de Tula. No entendíamos el nombre del barrio o de los patronos san Nicolás, san Pablo del Monte, Cuahtotoatla, mucho menos el de Villa Vicente Guerrero.


Entonces en Tula, ocatcaya axolome, ameyame, texales, tlacuauac, atzomiame, tziztziquime, atzintli dehueyxahuenalme, tlallí, inmeztli, quilime, tzitzicatl, coame, tetzitzi, yolcatzitzi, incuahtla, in ehecatl huan ehecacoatl, conocíamos lo que vivía en estos lugares. Árboles, ojos de agua, plantas para comer y curar, animales, el entorno y sus tiempos, y los seres que viven en ciertos lugares. Estos espacios y tiempos fueron pintados, construidos y bautizados con pintura de sangre, con alfabeto, con ciencia y conocimiento de y por la Iglesia.


El oscuro de la religiosidad y especiación: purgatorio de la ficción


Iglesia de barro para sacar el miedo que nos metió la cruz, para sacar al diablo de nosotros, para sacar el odio de la lengua que se encuentra en el panteón de las iglesias. Enloqueció mi alma con el fuego de las balas. Ave María de la iglesia, Ave María de la casa, Ave María, Ave María, sácanos el miedo que en tu nombre nos metieron.


Lo mismo que nos pasó a nosotros, a los que llaman indígenas, le pasó a los indígenas europeos. Les tocó vivir una política extractiva. También en nombre de Dios, el cristianismo expropió estaño, cobre, carbón, oro, plata.


El origen de la superioridad de la raza está sobre todo en la Biblia. En un principio los romanos consideraban a los pueblos europeos indígenas, aborígenes, bárbaros, aunque tampoco usaban la noción de raza. Cuando el Imperio, con la Dinastía Flavia, crea el cristianismo, difunde el Antiguo Testamento. A partir de entonces todos los pueblos europeos serán atravesados por este libro y se empezarán a borrar sus sistemas de creencias y su cultura. También disminuirán las libertades políticas, porque la nueva categoría de Dios da poder al Imperio romano. Así, religiones indígenas y prácticas comunitarias son desplazadas y perseguidas por la nueva fe, como una estrategia sobre todo política. Cuando termina la intervención de las naciones, comienzan a invadir los territorios del otro lado del mar.


El cristianismo de los españoles tenía un sentido político y de explotación, y su herramienta más efectiva fue la fe.


Por otro lado, la ciencia hizo una taxonomía de los seres vivientes: especie, género, familia, orden, clase, reino, dominio. La categoría “especie” distingue grupos que se aproximan o no a lo humano por poseer capacidad intelectual, una lengua verbalizada, comunicación lógica o capacidad de modificar el entorno. La especie antecede a la categoría de raza en los comienzos de la época colonial. La ciencia estaba al servicio de otros intereses.

La institución que concentraba la ciencia y el conocimiento era la Iglesia católica. Todas las grandes bibliotecas de la antigüedad, como la de Alejandría, guardaban el conocimiento y restringían el acceso a él. Hablamos de saberes de los antiguos pueblos de Egipto y Asia. Nos preguntamos si Roma hubiera podido crear el cristianismo y transformar a todos los pueblos indígenas en un intento de imitar a los europeos.


El temachtiani Joel Martínez comenta que el Génesis es la máxima justificación para invadir en nombre de algo superior, en nombre de Dios. La base de la intolerancia, en todas sus manifestaciones fue la doctrina cristiana. Durante el Imperio romano precristiano había libertad de culto, de asociación y de autogobierno, etc. La raza no jugaba un papel importante. Si tenías recursos o si eras navegante o comerciante, podías ransitar con libertad sin importar tu origen. Tampoco existía una idea de raza como la conocemos hoy. En el Antiguo Testamento se detectan ideas expansionistas, agresivas, xenófobas y machistas. El Nuevo Testamento habla a favor de los romanos y de conciliación. Creemos que ahí está el origen del concepto de raza, cuyas implicaciones se acentuarán con el capitalismo de Adam Smith, también influenciado por la Biblia.


La categoría “etnia” fue muy usada después de la Segunda Guerra Mundial y de los desastres ocasionados por el concepto “raza”. Estados Unidos tiene mucha responsabilidad en la difusión de esta noción para nombrar a los bárbaros, salvajes, y verlos como objetos curiosos para ser estudiados e interpretados. La categoría “etnia” construyó al sujeto salvaje y fundamentó el contenido de la cultura.


Las razas consideradas inferiores han sido sometidas, despojadas y representadas. A los integrantes de esos grupos se les dice que son de la cultura indígena, pero no se les devuelve su capacidad de nombrarse y representarse, menos como sujetos políticos. Nosotros, como pueblos, tenemos expresiones o manifestaciones simbólicas, religiosas y espirituales de mucha importancia y sentido, procesos de creación propios de la vida. Occidente los llama “cultura”, aunque no somos sujetos u objetos culturales, somos sujetos políticos.


El blanco es considerado universal y nosotros como étnicos. Así, somos racializados como inferiores. Bajo esa condición podemos integrarnos al sistema de la “democracia”. En la actualidad, nos dicen “intégrense desde su cultura, sin molestarnos a nosotros los ciudadanos”. A pesar de que tenemos fuerza política, sólo servimos de adorno para una que otra exposición de arte indígena, en la mesa de las izquierdas o las derechas, para colocar nuestras comidas y ropas, pero esa no es nuestra intención.



La disputa de las almas: enfermedades de la sombra


Las enfermedades de axan no son nuestras, vienen de fuera. Son perjudiciales y nuestro territorio aún no tiene respuesta. Es necesario hacer el ejercicio de pensar, crear y recrear formas de cura desde el cuerpo-territorio propio, no como lo vería la medicina occidental. Estas enfermedades nos provocan tristeza, angustia, vergüenza, inyolizahuia —un espantajo—, inyolmauhtia —un temor—, nos sentimos inyolmiqui —al borde de la muerte— o inteyolcuitlatzayan —ser rasgado gravemente—. Se altera nuestro aliento de vida y en algunos casos se ven afectados nuestros órganos, como el corazón, inyolmiquiz —nuestro tonally, como morir espiritualmente—, cuacecepoca —nuestro cuerpo se eriza hasta los cabellos por el horror—, mocuitlapammauhtiqui —sentir un escalofrío y que se adormece la columna vertebral—. Es lo que algunos nahuas del altepetl-cuauhtotoatla hemos vivido hasta axan, cuando nos sentimos amenazados.


Podemos contraer la enfermedad por el roce de una palabra infectada de violencias, como el racismo, la exclusión, la agresión física, verbal o psicológica. Crece como un tumor hasta secar la piel, provoca letargo, hace amarilla y roja la piedra de nuestros ojos. Enfermedad de la sombra/política del deseo. El ejercicio territorial del deseo y la enfermedad del otro nos atravesaron. Nos atormenta axan la forma en que construimos toxayac —la piel que nos da rostro—. Hay que reterritorializar con el tejido de la lengua la identidad en constante desterritorialización, para que nos revista de cuerpo-territorio sin negación o autodesprecio. Hace falta soplar la enfermedad con agua de la Matlalcueyatl, expulsar el miedo-herida con cuitlacoche seco, hojeadas de temazcal y fuego seco con saliva, silbidos y soplidos de voces de las agüelas sobre innacatl en la carne-cuerpo, llamando in-ehecatzi —el aire— para que vuelva nuestro nombre. Se regaña la tierra con vara de encino para que regrese nuestra sombra. Es necesario expulsar el miedo de nuestras tierras. Así, cuando vengan a saquear nuestra carne-agua-tierra-montaña-memoria, estaremos listos para darles batalla, en el monte, la barranca, la montaña, la Matlalcueyatl. En los sueños sabremos cómo hablar sin miedo, nuestro sonar de guerra vivirá hasta que se vayan o nos maten. Nuestra historia sonará como llovizna para que no se olviden de los nombres del ehecacoatl, de los nuestros y los suyos. Aunque seamos los mismos, seremos nuevos.


Intetzahuitl —la enfermedad del augurio de una muerte segura— que vino y sigue viniendo con desprecio, atraviesa nuestra memoria y toxayac con trauma, angustia, vergüenza; modifica nuestro deseo y nuestro lenguaje. No se trata del color de la piel o del deseo por la naturaleza y la mujer, sino de una manera de entender el mundo, de una conciencia del otro. El racismo es un monstruo que no sólo es administración colonial, tiene que ver con relaciones de poder sostenidas por las elites que dominan el mundo.


Arte a 360 Grados

Patronato de Arte Contemporáneo

Agosto de 2020-agosto de 2021

Revisión: Gregoria Lidia Chino Capilla, Ariadna Serrano, Gwennhael Huesca Reyes.




Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page