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  • Foto del escritorFrida Cartas

Ante el odio, el amor más grande



Por Frida Cartas


La lucha por combatir los discursos de odio es una lucha de antemano perdida. Ahora la de erradicarlos, como luego dicen, así nomás por decir y quedar bien… pues peor tantito. Es como si en un ecosistema quisiéramos que no existiera lo dañino. Ir a disfrutar la playa y que no me saliera ni un quemador o medusa, porque pueden hacerme mucho daño. Ir a tierra caliente a acampar y que no hubiera moscos, alacranes o tarántulas que pudieran picarme. Ir al campo pero que no existieran las víboras, ni las ranas tóxicas en la selva.


El odio no es un asunto de discurso, porque no se trata de palabras. El odio es un asunto de poder. Es quiénes dicen, desde lo dicen, y quiénes se prestan a la difusión de lo dicho. Es una estrategia monetaria y política, para hacer botines y para tener mercados. Es poder.


La gente odiosa y antiderechos, puede seguir existiendo y estando en su casa, y hacer una cena de navidad o fiesta, y decir entre sus invitados que los gays y las lesbianas están enfermos, que las trans son hombres con vestido. Esa es su libertad de pensamiento y expresión. Salir fuera de la casa, de sus fiestas, de sus grupos de whatsapp, salir de su ecosistema para ir a un sistema social, donde abundan muchos ecosistemas más, donde hay un cúmulo de espacios juntos, y querer seguir diciendo no sólo esas cosas sino además organizar firmas, marchas, grupos de poder, para bloquear, impedir acceso… eso es una mierda y no libertad de expresión. Son las medusas, son las víboras, son las ranas tóxicas. 


Pero vamos a tomar una vara seca y hacerlas a un lado, no a tratar de agarrarlas ni de estar cerca. Menos de matarlas “porque hacen daño”. En todos los ecosistemas hay cosas feas y cosas bonitas, porque necesitan de un equilibrio. Como en el mundo entero. Como en las sociedades del mundo. No vamos a testearle la cola al alacrán, mejor que se quede solito dando vueltas con la cola levantada, sin saber qué hacer.


Se tiene que aprender a vivir en el equilibrio. Porque eso feo, también tiene una función. Que a quienes hemos vivido discriminación y chingaderas toda nuestra vida, no nos importa cuál sea, pero la tienen. Por eso están ahí. Por eso son alacranes, víboras, tarántulas, medusas, y tienen veneno. Por eso son cosas feas y dañinas.


Luchar contra el poder es algo en lo que se pierde demasiada energía, tiempo, y salud, y no se logra nada más que enfrascamientos. Sinceramente pienso que es mejor usar esa energía, tiempo, y salud que nos queda, para hacer un domo gigante de amor, que nos blinde dentro, del poder de afuera. Es decir, del odio. Y no hablo de una aldea tipo los pitufos, ni la portada del Atalaya, porque es obvio que eso sería romantizar las diferencias y libertades que nos habitan, incluso a quienes nos han usado en su odio, para seguir enriqueciendo, y teniendo espacios hegemónicos en la política. Dentro de un domo también podemos tener micro-ecosistemas.


Que nuestro domo sea transparente, para que el brillo de nuestras luces les siga opacando, a ellos, en su poder. Que nos sigan viendo bailar, saltar, y les sigan ardiendo los ojos al no des-ver. Que se sigan retorciendo solos, en su poder, cuando sigan viendo desde lo transparente, toda nuestra “anormalidad”, a la que no van a poder llegar con su veneno de ranas, de víboras, de alacranes, de medusas, ni de tarántulas.


Para hacer un domo de amor, no necesitamos amarnos, ni ser amiguis, basta con saber que no somos quienes generamos el odio, basta con saber con que nos une el espanto de mundo que tiene el poder, y sólo buscar estar lejos, darles la vuelta, ignorarles, pasar a un lado, dar la espalda, encerrarnos en el mismo domo, y seguir por acá, dentro, la fiesta de las diferencias. 


Yo quiero fiesta, yo quiero domo. Una playera que diga.


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