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Antígona González: un grito colectivo por la memoria




Por Alegría Mendoza


Antígona González, de la autoría de Sara Uribe, surge en el 2012, originalmente como un texto pensado y escrito para el teatro, a petición de Sandra Muñoz, actriz y directora.


Soy Sandra Muñoz, vivo en Tampico, Tamaulipas y quiero saber dónde están los cuerpos que faltan. (…) Quiero nombrar las voces de las historias que ocurren aquí.


Este texto, desde su idea y concepción, desafía varias ideas acerca de los géneros literarios. Nos invita a pensar y cuestionarnos en cuáles espacios existe la poesía, siendo el teatro también uno de ellos.


Esta es la historia de Antígona González quien, como en la tragedia de Sófocles, busca a su hermano Tadeo, a quién han desaparecido. Esta es la historia de una Antígona buscando a un Tadeo, porque lamentablemente hay muchas, incontables Antígonas e innumerables Tadeos.


Para contar esta historia, Sara Uribe divide su texto en tres partes. En la primera de ellas, “Instrucciones para contar a los muertos”, se nos informa acerca de la desaparición de Tadeo, se nos presenta al personaje de Antígona y comenzamos a acompañarla a través de su trayectoria de búsqueda y sus intentos por denunciar ante las autoridades y de pedir ayuda.


La autora nos adentra en una realidad cruel e inhumana pero lamentablemente cotidiana: la desesperación, el silencio, la corrupción de las autoridades, la presión para no denunciar, las amenazas, vivir con miedo de que Tadeo nunca aparezca, vivir con miedo de ser asesinada antes de saber qué ha sido de Tadeo, contemplar la posibilidad de morir antes de poder enterrarlo.


En esta primera parte del poemario encontramos también un posicionamiento político contundente. Sara Uribe nos deja en claro desde dónde escribe y qué es importante para ella al momento de contar la historia de Antígona:


El nombre por encima del calibre de las balas.

Mantener la memoria de quienes han muerto

Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre son nuestros cuerpos perdidos.


La segunda parte del poemario se titula “¿Es esto lo que queda de nosotros?”, en la que, como bien indica el título, se habla acerca de qué pasa con las personas que viven la ausencia, con las personas que buscan, con las personas que viven con el corazón en otra parte.


La vida no se detiene, no para las Antígonas González. La rutina sigue y en el trabajo no puedes pedir incapacidad porque tu hermano ha desaparecido. A la vida no le importa si tu daño es colateral o no, escribe Sara Uribe como una clara referencia a la asquerosa frase del entonces presidente, mediante la que deshumanizó a las víctimas directas de su guerra contra el narcotráfico.


Conocemos también más acerca de la historia personal de Tadeo, a través de los recuerdos y anécdotas de Antígona. Estos recuerdos se encuentran también intercalados con extractos periodísticos de la sección de nota roja. Los fragmentos fueron escogidos especialmente por la autora, debido a la forma en la que fueron escritos, desde el respeto y el afán de informar, en contraposición con el “periodismo” que se centra en el morbo o la fetichización de la violencia.


A través de estas páginas nos podemos cuestionar también: ¿De qué forma nos acercamos (tanto nosotros como los medios) a la ausencia, al dolor y, en algunos casos, a la muerte, a través del lenguaje?


Mediante este intercalamiento Sara Uribe nos transmite el mensaje de que todos los desaparecidos, los muertos, aquellos que nos arrebataron de una u otra forma son, antes que nada, personas. La madre o el padre de alguien, la amiga, el vecino, la maestra. Los nombres antes que el calibre de las balas. Los nombres, las personas, antes que un número que se pierde entre tantos expedientes, antes que una noticia de corte amarillista que sólo durará un día o dos en la televisión y las redes sociales.


La autora también nos lleva a cuestionarnos la idea de la justicia, y es que ¿qué se puede pedir cuando te han arrebatado a una persona que amas?


Ni diez, ni veinte años, ni la cadena perpetua de nadie, ni siquiera la muerte de los que te hicieron esto me resarciría de tu ausencia.


Por último, en la tercera parte de esta obra “Esta mañana hay una fila inmensa”, acompañamos a Antígona González en la búsqueda de su hermano y, en la dura tarea del reconocimiento del cuerpo. Es aquí donde se abren las interrogantes sobre la corporeidad ¿Qué implica encontrar el cuerpo, reconocerlo? ¿Qué partes del cuerpo lo hacen reconocible? ¿Es el cuerpo la persona? ¿Qué es un cuerpo?


¿Qué cosa es el cuerpo, Tadeo?

¿Qué cosa es el cuerpo cuando alguien lo desprovee de nombre, de historia, de apellido?


Se habla acerca de la deshumanización de los cuerpos, de cómo pasan a ser solamente un “cadáver”, restos que en realidad nos hablan muy poco de la persona y de la esencia de la misma. Si bien hay vestigios y rasgos característicos como los tatuajes y las cicatrices, la corporeidad por sí misma no es la totalidad de la persona.


Encontramos también en esta parte de la obra los deseos contrapuestos: por una parte, se desea encontrar el cuerpo para poder descansar, poder enterrarlo, para tener donde llorar, donde rezar, para tener algún tipo de certidumbre acerca de lo que ha pasado. Por otra parte, también se desea no encontrar el cuerpo, pues mientras la persona permanece desaparecida, existe la esperanza de que siga viva. La desaparición es un limbo entre la vida y la muerte.


Si tuviera que describir este texto en una palabra, sería “colectividad”. Recupera voces teóricas: desde Sófocles, hasta Judith Butler, María Zambrano, Marguerite Yourcenar, entre muchas otras. Recupera las voces de muchas Antígonas que siguen en búsqueda de sus propios Tadeos. Resuena en los fragmentos periodísticos, contando con dignidad la historia de las muertes de personas en México. Nos habla de una realidad que nos atañe a todos: vivimos en un país de muerte.


Por tanto, el aumento en las desapariciones, en los asesinatos, en los feminicidios, vivir con tanto miedo, (sobre)vivir entre tanta muerte es una herida colectiva. ¿Me ayudarás a levantar el cadáver? es la pregunta que nos hace Sara Uribe. Cuando seamos nosotros quienes busquemos, cuando tengamos que reconocer el cuerpo de alguien a quien amamos, cuando nos alcance esta realidad, ¿quién nos ayudará a levantar el cadáver?


Escribir poesía también es una forma de gritar y Antígona González es un grito colectivo, un grito por la justicia, un grito contra la impunidad, un grito que no nos permite olvidar que, a once años de su publicación, Antígona González sigue siendo la realidad de miles de personas en México.


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