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Foto del escritorGuillermo Martínez Collado

Cine de vampiros: final de siglo



Por Guillermo Martínez Collado


Es innegable el poder de atracción que ejercen los vampiros en la cultura popular. Unos seres inmortales que llevan lo contrario a una existencia convencional. Viven de noche, duermen en sus ataúdes y se alimentan de nuestra sangre, mientras sufren su condena a no ver la luz del sol. 


Durante décadas, el cine ha vuelto una y otra vez al mito vampírico para contar su historia, mezclando nostalgia, terror y ficción. El rey de los no muertos en ese periodo no ha sido otro que el Conde Drácula, basado en un noble de la Europa medieval a quien Bram Stoker convirtió en la leyenda imperecedera del elegante chupasangres. Desde el Nosferatu de Murnau pasando por Bela Lugosi, Christopher Reeve o Frank Langella, han sido múltiples las ocasiones en las que hemos visto las aventurillas de este vampiro, hasta el punto de perder la perspectiva del libro. Drácula se convirtió película a película en una suerte de James Bond demoníaco, un personaje construido a base de clichés, donde los rasgos originales se diluyen a cada secuela. Mientras el espía británico se convirtió en una especie de agente del orden circense, el conde entró en la década de los setenta como si fuera un animalillo que se mueve por instinto, una especie de yonqui de la sangre que deseaba el mal de manera intrínseca. Un blanco o negro sin escala de grises, sin lugar para las dudas.


En los últimos años del siglo veinte el agotamiento del recurso propició un nuevo tipo de vampiros, unos que se adaptaron a su época, convirtiendo el mito a la estética y el ritmo de los nuevos tiempos de la cultura pop. La década de los ochenta, con todos sus clichés y peculiaridades, dejó las primeras muestras de originalidad y calidad unidas para revitalizar un género que tuvo un importante resurgimiento en los noventa, y más aún en la nueva centuria. Los vampiros pasaron así de los castillos medievales y las oscuras calles de Transilvania, a los institutos, los parques de atracciones y los bares de copas.


AVENTURA ADOLESCENTE


Los años ochenta supusieron el despertar de la cultura mainstream, una manera de entender el arte adaptándolo a las masas. El producto artístico se transformaba en comercial. Las grandes compañías musicales y cinematográficas supieron entender el cambio transformando sus creaciones para el gusto de un público joven, dispuesto a consumir de manera masiva discos, películas y lo que se pusiera por delante. Las aventuras dirigidas a unos adolescentes dispuestos a divertirse copaban las salas de cine. Fueron los años de The Goonies, Back To The Future o Indiana Jones.


En 1985, Fright Night apareció para refrescar el género vampírico. Charlie, un adolescente ligeramente inadaptado y aficionado a las pelis de terror, que sale con una chica popular y vive con su madre en una acomodada urbanización de las afueras, sospecha que el extraño comportamiento de su nuevo vecino tiene gato encerrado. Se trata, nada más y nada menos, de todo un vampiro. Para destruir al monstruo, el protagonista debe recurrir al saber de un viejo actor de cine de terror venido a menos. Chris Sarandon hizo de malo grimoso, un vampiro con pinta de capullo que sustituía en esta película a la figura de Drácula como villano. La cinta acabaría por convertirse en una peli de culto (como la mayoría de producciones relativamente notables dentro del género) porque resultaba entretenida y consiguió mezclar terror y cultura juvenil en el momento adecuado.


Poco después, en 1987, The Lost Boys llegaría para dar un golpe encima de la mesa y llevar un paso más allá la idea del vampiro ochentero. Una madre llega con sus hijos adolescentes a la ciudad costera de Santa Carla. Mientras el hermano pequeño hace amistad con unos frikis, el mayor comienza a alternar con unos chavales que tienen un aspecto preocupante. Las malas compañías acaban siendo un grupo de vampiros que siembra el terror en la pequeña comunidad, y serán los chavales y sus nuevos amigos quienes hagan frente a esa terrible amenaza. Con una estética dominada por los clichés ochenteros (juego de luces y sombras, vestuario influido por el movimiento "nuevos románticos", música a destiempo) la cinta mantiene el pulso que echa el paso del tiempo, si bien deriva en un mero entretenimiento cuando maneja potencial para ser algo más. Los jóvenes que no quieren envejecer o la madre preocupada por el cambio físico y mental de su hijo en la década de las drogas hubieran dado juego para mucho más. Por otra parte, el increíble elenco de actores, muchos de ellos asumiendo su primer papel con cierto peso, deja al espectador actual con la boca abierta. Jason Patric, Kiefer Suderland, Dianne West, Corey Feldman y Corey Haim (los Coreys darían para otro artículo entero ellos solos) dirigidos por un incipiente Joel Schumacher componen un equipo inolvidable.


La última de las películas que compone este tridente es Buffy The Vampire Slayer, de 1992. Protagonizada por el televisivo Luke Perry y por Kristy Swanson, con la presencia añadida de Donald Suderland, Hilary Swank, David Arquette y un brevísimo Ben Affleck, no va más allá del mero entretenimiento. Una adolescente en edad de ir al instituto, comienza a sufrir una serie de pesadillas premonitorias en las que mata vampiros. La razón: pertenece a una saga de asesinas de chupasangres y tendrá que dejar de lado los libros para dedicarse a clavar estacas sin descanso, con el efecto negativo que eso conlleva para su vida social (...). La película sirvió como inspiración para una muy conocida serie que llevaba el mismo nombre y que fue protagonizada por Sara Michelle Gellar.


VAMPIROS TRASCENDENTES


Los noventa trajeron unos vampiros diferentes, menos preocupados por la diversión adolescente y más interesados en entenderse a ellos mismos y el mundo tenebroso que les rodea.


1992 trajo una esperadísima producción. Francis Ford Coppola adaptó para la gran pantalla la novela Dracula, de Bram Stoker, en lo que supuso la más seria versión en mucho tiempo del clásico vampírico. Un rara avis en tiempos modernos, menos propensos a tratar al conde de Transilvania. La cinta contó con una imagen propia, más allá de la estética clásica del cine de los sesenta. Gary Oldman daba vida al terrible protagonista, el demonio que no puede evitar enamorarse de la foto de una joven que le recuerda a la de su esposa muerta siglos atrás. Keanu Reeves, Wynona Ryder, Anthony Hopkins o Mónica Belluci fueron otros de los actores que aparecen en la cinta, algunos de ellos en su mejor momento. Los escenarios, el juego de colores (ese dominio del rojo) la sobrecogedora banda sonora, el manejo singular del personaje protagonista (sombra con vida propia, viejete tenebroso, dandy seductor) y las escenas inolvidables (todas las del castillo, el grupo que corta la cabeza de la prometida no-muerta…), otorgan a la cinta un puesto de honor en el cine del género de todos los tiempos, y a su vez en una película clave del cine de los noventa. Después de verla no sabías si definirla como cine de terror o como una increíble historia de amor.


Dos años después, en 1994, llegó una nueva adaptación, esta vez de una saga literaria, de las muy exitosas crónicas vampíricas de Anne Rice. Interview With The Vampire cuenta la historia de Louis, interpretado por Brad Pitt, quien una vez queda viudo y sin hijos a causa de la peste, se deja arrastrar por la tristeza, para acabar cayendo en las manos de Lestat, el terrible vampiro a quien da vida Tom Cruise, empeñado en encontrar un compañero para sus demoníacas travesuras. Louis en seguida se da cuenta de la vertiente tenebrosa que tiene su triste existencia. La eternidad no es mejor que la muerte cuando eres un tipo con tendencia a la depresión, y quitar la vida para sobrevivir requiere de una maldad que él no quiere poseer. Además, durante la película busca respuestas a sus preguntas existencialistas. Quiénes son los vampiros, por qué existen, qué sentido tienen. La estética de la cinta vive más de los clásicos que del cine moderno, y su fotografía ha aguantado bien el paso de los años. La colección de actores, impresionante. A los dos protagonistas se suman Christian Slater, Antonio Banderas, Kirsten Dunst o Stephen Rea. Neil Jordan dirigió aquí su mejor película, dejando un clásico moderno para la posteridad.


MATAR VAMPIROS A CASCOPORRO


Los años finales de la década de los noventa alumbraron una nueva manera de hacer cine. La mejora de los efectos visuales propició un nuevo estilo de películas de acción   con peleas y persecuciones muy elaboradas, acrobacias y giros imposibles. La violencia de las películas aumentó y un lenguaje lleno de expresiones de la calle y de insultos se hizo hueco en las salas de cine. La irrupción de un director de increíble talento, como fue Quentin Tarantino, llevó su influencia por todo el mundo, y el cine de terror no fue ajeno a este efecto, llegando a sufrir en el cambio de siglo el efecto Matrix.


From Dust Till Down, de 1996, fue dirigida por Robert Rodríguez. La cinta bebe del espíritu del director de Pulp Fiction, quien además tiene un papel en la película. El argumento es digno de una locura de serie B. Dos hermanos que huyen de la policía tras robar un banco, secuestran a una familia que viaja en caravana con el fin de escapar a Méjico. Llegan al  bar donde tienen que esperar a su contacto, un antro de mala muerte donde conductores de toda calaña se detienen para ver striptease y secar su sed. La realidad es que el negocio es regentado por un numerosísimo clan de vampiros que matan a todo el que se ponga por delante, y los protagonistas deberán resistir a los demonios hasta que salga el sol. Los nombres de los actores son bien conocidos. George Clooney, Quentin Tarantino, Harvey Keitel, Salma Hayek, Juliet Lewis o Danny Trejo se sumaron a una divertida producción que tiene numerosos momentos para la historia del celuloide. El baile con la serpiente, la pose de Clooney con las pistolas o las imaginativas armas de los que deben resistir a los vampiros se convirtieron en un recuerdo imborrable de quienes vieron esta película. 


En 1998, un mítico director del cine de terror como Jon Carpenter, se desmarcó con una peculiar producción a medio camino entre el western, las road movies y el cine de chupasangres. Vampires es, de nuevo, una película con un argumento digno de la serie B. El Vaticano tiene en nómina a grupos de caza vampiros. Uno de estos grupos, que trabaja en el oeste de los Estados Unidos, tiene que hacer frente a un malísimo chupa sangre que maneja un malévolo plan para dominar el mundo. Para acabar con él y su grupo de leales, deberán pelear hasta el final a golpe de pistola, estacas y agua bendita. El fantástico James Woods y un anodino cara-de-pan Daniel Baldwin (te tienes que reír cada vez que sale en pantalla) lideran una nómina de actores plagada de secundarios del cine de los noventa, en una cinta sin pretensiones en general, pero que aporta algo diferente al género vampírico. 


Para finalizar el siglo apareció Blade, también en 1998, aunque tiene una saga de películas que incluye nuevas versiones en los dos mil. El personaje, basado en un cómic de Marvel, cuenta la historia de un caza vampiros, mitad humano mitad demonio, que combate esta sociedad emergente de chupasangres al más puro estilo Batman. Con buenas dosis de luchas de artes marciales, persecuciones y mucha acción, Blade hace de puente para las películas de terror del nuevo siglo, un cine que ofrece menos sustos y más entretenimiento, si bien plantea con cierta originalidad la idea de esa sociedad de vampiros que pretende gobernar el mundo en las sombras, como una terrible alegoría de lo que realmente es la política en nuestros días. Wesley Snipes como protagonista, Stephen Dorff como malo malísimo, en uno de los mejores papeles de su carrera, y la leyenda de la música country Kriss Kristofferson (increíble, ¿qué hace aquí?) sostienen con sus actuaciones una película que aporta mucho entretenimiento. 


El nuevo siglo trajo una oleada de cine vampírico. A la saga de Blade se unieron otras producciones blandas como Van Helsing, la saga Twilight o Night Watch. También hubo propuestas interesantes, como Shadow of the Vampire, del año 2000. Pero aparecieron numerosas películas que le pusieron imaginación, y llegaron propuestas geniales como 30 Days of Night, Let Me In, What We Do In The Shadows, Only Lovers Left Alive, A Girl Walks Alone Home At Night o El Conde, que sorprenden y revitalizan el género al nivel de sus mejores años, dejando atrás ese cine clásico que asustaba de una manera inocente. Todas estas nuevas películas, mejores en muchos aspectos a sus predecesoras, son dignas de un artículo propio.


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