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El genocidio a plena luz: Gaza y la farsa global

  • Foto del escritor: Alejandro Juárez Zepeda
    Alejandro Juárez Zepeda
  • hace 7 días
  • 2 Min. de lectura



Por Alejandro Juárez Zepeda



Durante 19 meses, el genocidio en Gaza se transmitió en vivo. No fue clandestino, no ocurrió en la sombra de los archivos secretos: fue un espectáculo. Un show de escombros, cadáveres infantiles y declaraciones cínicas, todo decorado con excusas diplomáticas.


Mientras los misiles reducían a polvo escuelas, hospitales, panaderías, Israel actuaba su papel más viejo: el de víctima perpetua. “Nos defendemos”, decían, mientras bombardeaban campos de refugiados. “Antisemitismo”, gritaban, cuando alguien osaba nombrar la masacre. Lo de siempre, pero amplificado por la complicidad de los poderosos y la pasividad de los otros.


La ONU protestaba en voz baja, como si le hubieran apagado el sistema de audio. La Corte Internacional de Justicia lanzaba advertencias que rebotaban como pelotas desinfladas. ¿Y quién se atrevió a decir la verdad? Sudáfrica, valiente y sola. España, algo. Irlanda. Pero ¿y el resto? Europa calló. Estados Unidos armó, financió, justificó. El Reino Unido asintió con gesto imperial. Canadá se lavó las manos con agua tibia. Una coreografía de cinismo.


Israel no solo ignoró las resoluciones de la ONU. Las escupió. Hizo oídos sordos a las decisiones de la CIJ y se limpió el culo con ellas como si fueran papel de baño. Y lo hizo con total impunidad, bajo el ala protectora del complejo militar-financiero occidental, el mismo que arrasó Irak cuando hablaron de armas de destrucción masiva y lo que realmente querían era su petróleo, que ocupó Afganistán por en nombre de la “libertad”, que convierte cada tragedia humana en oportunidad de mercado.


Entonces surge la pregunta: ¿para qué carajos sirven los tratados internacionales?


¿Para qué los principios de derecho internacional, si no pueden detener un genocidio televisado?


¿Para qué sirve la ONU, si no tiene dientes, ni voz, ni dignidad?


Se suponía que después del Holocausto dijimos "nunca más". Pero aquí estamos: Gaza como Varsovia, Netanyahu como –sí, digámoslo sin tapujos– la reedición de Hitler, y el mundo como testigo mudo.


¿Vivimos en una simulación moral? ¿Un teatro donde los derechos humanos son un slogan de campaña y nada más? Porque si el proyecto sionista —militarista, colonial, supremacista— tiene más peso que los principios fundacionales del derecho internacional, entonces estamos perdidos.


¿O es que en realidad existe una élite que ya decidió que algunos países son desechables? Irán, Irak, Siria, Afganistán, Líbano... ¿Y qué decir de Palestina? ¿No fue siempre el campo de pruebas?


Mientras tanto, las potencias juegan su ajedrez nuclear con Rusia y China. Pero el modelo que se impone, el que avanza como una infección en las venas del mundo, es el de la OTAN, el del sionismo armado, el de Washington con biblia y misil bajo el brazo. Ese modelo no busca justicia: busca control.


Entonces, ¿hay redención?


¿O la humanidad ya fue?


¿Nos queda algo más que ver caer a los justos, callar frente a los crímenes, y aplaudir series de Netflix mientras los niños de Gaza son enterrados bajo los escombros de nuestras buenas intenciones?


Ahora qué.


Qué van a hacer.


Qué vamos a hacer.

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