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  • Foto del escritorKarla Cruz

La condena de la cárcel






Por Karla Cruz


Parte 1


"Los abolicionistas de la prisión son etiquetados de utópicos e idealistas, cuyas ideas son, en el mejor de los casos, poco realistas y, en el peor de los casos, desconcertantes

y tontas".


–Angela Davis


Vivir el terror de la cárcel te persigue por siempre, te marca, no se olvida, se convierte en tu sombra. La cárcel es el destino del pobre, del que no tiene para sobornar a un MP, del que habla un idioma indígena y del prieto. La cárcel es el castigo de muchos (la mayoría) que sólo intentan sobrevivir a la precarización y al abandono del Estado.


MP: Ministerio Público.


Al individuo que comete un acto "ilícito" lo señalamos y le formamos un juicio del que nunca saldrá victorioso, al contrario, siempre saldrá marginado, estigmatizado, marcado laboral y socialmente. Es fácil individualizar los actos "delincuenciales" de los demás, es lo más a la mano, y lo más punitivo, de paso.


Señalar a las personas como casos aislados y no como producto de las circunstancias y del entorno, deslinda la responsabilidad del Estado, por su negligencia, racismo y clasismo en la aplicación de derechos. Si el Estado y sus instituciones cumplieran sus roles e hicieran valer los derechos fundamentales de las personas, tales como son: El derecho a la vivienda, a la alimentación, a la salud, a la educación, al trabajo, etc, Se cree, con buen fundamento en la práctica, que los actos delictivos disminuirían muy considerablemente. Desafortunadamente sólo una parte de las personas tienen acceso a sus derechos y a la justicia, y este acceso está determinado por distintos factores; como la educación, el color de la piel, la capacidad adquisitiva, el lugar de origen o residencia, el género, la orientación sexual, etc.


Cuando una persona de origen humilde sin escolaridad académica y de bajos recursos económicos llega detenido ante un MP, es literalmente un proceso de martirio, de mucho dolor y daño psicológico.


Los MP no están capacitados en temas de género, de humanidad, ni mucho menos son amigas hables y respetuosos. Nosotros tenemos una nula formación en el lenguaje de leyes y en las leyes mismas, se dificulta/impide la comunicación efectiva. Hay una posición de mucho poder por parte del MP. Intimidan, usan el terror psicológico, son racistas con la epistemología y son corruptos. Abusan de la gente más humilde. Es de ley. El abuso de poder es su ley. Y se convierte en una historia de mucho dramatismo, para la persona implicada y para su familia. Porque regularmente la familia (que también es humilde) es la que carga con todos estos compromisos legales, emocionales y de dinero. Se destrozan familias en lo emocional, físico y en lo económico. Es un desgaste tremendo que no deja dormir. Personalmente viví una historia muy de cerca con el tema policiaco y carcelario, fue hace 3 años. Yo sobreviví a la historia de afuera, la de la concubina, la que iba a las visitas los domingos. Fue con mi ex pareja, el padre de mi hijo. Su nombre es Erick, y me autorizó escribir sobre nuestra historia.


Erick y yo vivimos juntos un tiempo. Él es un vato originario de Toluca, de un pueblo periférico del Estado de México. Llegó a estudiar a la Ciudad de México a los 18 años porque se quedó en El Poli. Él viene de un ambiente de pobreza, su madre prácticamente fue madre soltera, su papá fue irresponsable con sus deberes, no le dio apoyo económico ni presencial a su esposa, pero sí le hizo mucho daño emocional y psicológico. Vivieron muchas carencias. Por eso no se podía quedar en su pueblo, porque allá no hay oportunidades de trabajo y quedarse significaría seguir con la misma vida. Entonces decidió venir a trabajar y a estudiar a la ciudad con el apoyo de su tía paterna, que radica en Neza.


Erick tiene una relación distante y fría con su papá, pero la tiene, así que su papá lo llevó y conecto de inmediato a trabajar a la central de abastos, de diablero, de alguna forma tenía que ganarse la vida, tener dinero para su ropa y sus estudios, además de aportar a dónde vivía.


Hay una historia que me contó, relacionada con su adolescencia, con la precariedad y con los sueños rotos. Él es un apasionado de los deportes, jugaba fútbol desde niño, es bueno, además de practicarlo, conoce mucho de fútbol y de deportes en general, es un apasionado e interesado incansable de lo deportivo, y no es sexista ni misógino, disfruta mucho del fútbol femenil y reconoce que es más “limpio” que el fútbol masculino. Sabe mucho de políticas deportivas y de educación deportiva. Es un tipo que no hace alarde de sus conocimientos, no tiene grupos de amigos con quienes hablar de esos temas, no fanfarronea, es callado, introvertido, con pocas herramientas para socializar. Esa es su personalidad. Total, que un día, a la edad de 13 años, descubrieron a Erick, un señor que estaba en busca de talentos para la Tercera División del Chivas. Lo vió jugar y de inmediato lo mandó llamar, lo felicitó y lo citó al siguiente día, pero Erick no se presentó, a pesar de que era su máximo sueño, no pudo ir porque no tenía tenis, y era imposible que alguien se los comprara. Sólo no se presentó y sus sueños se fueron a la basura. Yo veo en sus ojos vidriosos y tristes, que eso le afectó el corazón de manera muy profunda…


Cuando Erick llegó a la ciudad se metió de lleno a trabajar a la central de abasto, y cómo es un interesado de la política de Izquierda, no tardó en tener diferencias familiares por sus posturas anti clasistas radicales. Se tuvo que ir a rentar un cuartito, ya no hubo chance de estudiar, tenía que trabajar de tiempo completo para mantenerse completamente y pagar su renta. En esta etapa es cuando lo conocí, cuando no sabía si continuar estudiando o no por las presiones familiares y económicas, tenía que mandarle un poco de dinero a su mamá al pueblo, la situación cada vez era más difícil para el. La vida nos unió cuando él se sentía solo y cuando yo pasaba por un duelo muy difícil.


Nos hicimos novios y fue una temporada muy bonita a pesar de las limitaciones de dinero que tenía, me invitaba a comer pero yo me daba cuenta fácilmente de como él evitaba comer de más para que yo pudiera hacerlo. Yo valoraba mucho eso. Le tenía mucha admiración.


Después nos embarazamos y tomamos la decisión de vivir juntos. Para mí fue más fácil irnos a vivir a mi casa ya que solo vivo con mi mamá, había espacio y además mi mamá estaba dispuesta. Entonces decidimos formar nuestra familia.


Enseguida, Erick montó poco a poco un puesto de frutas y verduras, con su experiencia en la central de abasto y en las cosechas de su pueblo, sabe mucho de ese comercio, y rentó un local en un mercado de la Morelos, le iba bien, yo lo ayudaba, lo acompañaba a comprar mercancías, andaba con mi pancita de un lado para otro con él. Mientras él trabajaba en su verdulería yo vendía postres por las noches, hacíamos un gran equipo a pesar de las dificultades, fue una gran temporada. Y así llegó el día en el que tuve a mi niño, Erick no estuvo conmigo porque estaba trabajando, pero no me duele, ni lo veo como algo que me marcó, no me abandonó en el hospital, se fue a trabajar porque personas como él no pueden parar de hacerlo.


Y nuestra vida tuvo su continuidad, con momentos difíciles y también muy felices, como todos. Hasta un día, cuando mi hijo tenía alrededor de 2 años y medio, su papá se fue por mercancía a la central, muy temprano, como todos los días, pero ese día no llegó, pasaban las horas y yo angustiada no sabía dónde buscarlo porque no contestaba el celular, fue todo el día de muchos nervios, hasta en la noche, sonó el teléfono de casa, era un policía, me dijo seco, directo y golpeado: "tenemos a Erick detenido y si no vienes, en unas horas se va al reclusorio". Yo solo le pregunté que dónde lo tenían, me dijo que estaba en el MP de la 44 y me colgó.


La noticia cae como balde de agua helada, no estamos preparados para esos momentos, no sabes que decir, no sabes que hacer, me solté a llorar y sentí mucho miedo, cómo si todo se hubiese perdido en un segundo. Rota, temerosa y sin saber nada, me dirigí al lugar, pregunté en un escritorio y me dijeron que esperara un momento, pasando un pasillo se alcanzaban a ver como 6 escritorios dónde estaban los MP, me habló uno que "llevaba" el caso de Erick, yo estaba llorando, y me explicó que lo acusaban de robarse 5 bultos de chiles, cosa muy extraña. Me dijo que le iban a trasladar al reclusorio y que llegando allá ya era imposible que pudiera salir, que juntara el dinero que me fuera posible para que él le pusiera menos cargos y su sentencia fuera menor. Estaba asustadísima, no conocía el lenguaje jurídico, de alguna forma sentí una esperanza con lo que me dijo, lo difícil era que yo no tenía dinero, pero creí que lo podía conseguir. Así que le avisé a su mamá y con sus familiares juntaron el dinero, como diez mil pesos aproximadamente, se los entregamos a un policía de investigación que estaba coludido con el MP. De cualquier forma Erick fue trasladado al reclusorio y ese dinero se perdió, nadie se hizo responsable, solo se lo robaron.


Cuando nos enteramos que lo estaban trasladando al reclusorio, el alma se nos rompió en pedacitos, la mamá de Erick se tuvo que trasladar a la ciudad para hacer los papeleos, la gestión de documentos, citas, horarios y visitas. La señora cargo con todo eso sin tener ningún recurso económico y sin el apoyo del papá de Erick. Yo la ayudaba con dinero para los pasajes y con algo de comer.


Cuando se gestionaron las visitas para poder verlo, yo acudía afuera del reclusorio a dejarle comida, dulces y cigarros para que los vendiera y sostuviera sus gastos, adentro les cobran por todo y no les dan nada, ni papel, ni agua. Su mamá le metía las cosas. Yo tenía miedo de entrar, es un lugar horrible, imponente, dónde se respira la tristeza y la nostalgia. Solo veía las largas filas de las señoras intentando pasar.


Cuando Erik me marcaba por teléfono era muy doloroso, yo no paraba de llorar, de decirle que lo extrañaba, qué nuestro hijo preguntaba por él a cada momento, y él se rompía, se soltaba en llanto por teléfono y me pedía perdón por estar en el lugar y en el momento incorrecto. Contarlo es una catarsis y me revive las lágrimas porque ha sido de los momentos más difíciles que he vivido.


Un día me decidí a entrar, decidí que iba a visitarlo, entonces llegó el domingo y fui. Conocí el tormento de entrar a la cárcel.


La visita es martes, jueves y domingo, regularmente la familia visita los fines de semana, casi siempre son familias trabajadoras que no pueden visitar entre semana. Se hacen unas largas filas detrás de unos torniquetes, (como los del metro) debes presentarte vestida de cierta forma, no se autorizan los zapatos de color o con tacón, no se puede usar falda o vestido, tiene que ser pantalón negro o de mezclilla, nunca beige, porque así están vestidos los presos. Tienes que llevar una blusa de color claro y el cabello recogido. Pasas por cuatro filtros de custodios, dónde te revisan completamente, y revisan la comida y lo que se le va a pasar al preso. En cada filtro te piden de 10 a $25. Te cobran por pasar la comida, el refresco, los dulces y cigarros que le llevas a tu familiar. Es una cadena de extorsiones qué siempre tienes que pasar. El sistema carcelario deshumaniza a las personas que están dentro y a las que están afuera.


Cuando logras pasar los filtros, pero ya te robaron algunos pesos en el camino, llegas a la entrada de la cafetería dónde están varios presos con un chaleco con la leyenda "estafeta", todos detrás de una línea gritándole a las familiares qué cuál es el nombre de la persona que van a visitar, para que ellos lo vayan a buscar y poder ganarse un peso que les regales por el favor. Tan solo ver esa escena resulta desgarradora.


No sabes ni por dónde va a llegar tu familiar, pero de pronto aparece, es impresionante, es un golpazo emocional, te rompe y te tira en un momento ver que la persona que quieres y qué es tu familia, está en esas condiciones tan deshumanizantes. Eric tenía unos tenis todos rotos y sin agujetas, los que llevaba cuando lo detuvieron se los robaron, traía un pantalón enorme color beige atorado en la cintura con un lazo, y una playera con hoyos que le habían regalado. Resulta muy impactante, muy doloroso e impotente ver a una persona en ese estado. Te derrumbas.


Después entramos al patio del penal, no comimos en la cafetería porque es caro, por eso todas las familiares llevan la comida que ellas preparan, los presos adaptan lugares para comer, incluso, tipo habitaciones con cobijas y lonas para que la gente pueda tener una visita más privada (conyugal). Otros venden sopas Maruchan, chicharrones preparados, y demás botanas que ellos mismos preparan. Varios presos trabajan con madera o con aserrín comprimido, y hacen figuras muy creativas para decorar la casa y la cocina, se tienden en el suelo a vender sus artesanías. Parece un pequeño mercadito. A veces hay música para que puedan bailar.


No todos los presos tienen visita, la mayoría no tiene. Son tipos con una sentencia de muchos años, muchas veces la familia se cansa, ya no puede con los gastos, o el mismo preso se niega a verlos para que ya no vallan. Hay gente que tiene a sus familiares en otros estados y también por eso no son visitados. Otros simplemente perdieron a su familia.


Por momentos trataba de entender que sentían esos vatos olvidados por la familia, por la sociedad y principalmente por el Estado, imaginaba que traían una olla hirviendo dentro de ellos, una olla que en cualquier momento se podía desbordar, y ese líquido hirviendo nos puede quemar a los que estamos alrededor, porque esas personas lo perdieron todo estando ahí adentro, ¿Cuánto dolor y rencor guardan en el corazón? ¿Cuánto les quitó el sistema? Y, ¿Por qué los abandonamos?


Y así transcurrían las 4 horas de visita, uno trata de aprovechar el tiempo, de dar ánimos, apoyo, de llevar comida, dulces y cigarros para hacerle un poquito menos pesada la carga a nuestro preso. Con el dinero que ganan pueden pagar su pase de lista, su salida al patio, su entrada, papel de baño, jabón, agua, azúcar, sal, pan duro, tortillas, etc.


Fui a verlo en cuatro ocasiones, en cada una de las ocasiones que fui vi a algún varón conocido del barrio, en el reclusorio oriente está toda la banda de Iztapalapa, para allá los llevan.


Entrar al penal es cómo entrar a un castillo de terror, pero sin castillo y sin emoción, en los filtros te tocan las custodias por revisión, pero es un acto incómodo, te duele cada extorsión porque son $10 o $20 que le puedes dejar a tu familiar, y sin embargo los custodios te lo roban, sufres al ver a tu familiar y sufres mas en cuando te vas porque sabes que lo tienes que dejar. Y es un tormento enorme cuando te das cuenta de que la mayoría de los hombres que están ahí, es por una injusticia, por un robo menor donde no hay denuncia, porque llevan años sin sentencia, por una confusión, porque se llaman igual que el verdadero delincuente, porque no tienen para pagar una fianza o la restauración del daño, o porque se envalentonaron con el policía y el policía les sembró droga o les invento un delito. Esos son los motivos por los que muchos varones están en la cárcel, privados de su libertad, dónde viven extorsiones, maltratos y torturas por parte de los custodios y de otros presos con jerarquía (que pertenecen a carteles de droga como la unión Tepito), por no tener dinero para pagar el aseo o la protección. Son maltratados y violentados a diario por ser pobres.


En una ocasión me tocó ver a Erick sumamente golpeado, sin un par de dientes y con varios moretones en la cara, me asusté mucho, hasta la fecha no nos ha querido decir que pasó ese día. Desafortunadamente como sociedad hemos puesto a los hombres en una posición de no socializar sus emociones, de guardar el llanto, el dolor y el duelo. Se lo tragan. No es fácil sacarlo. Así le sucede a Erick.


En esta primera parte de la historia traté de contarles de manera resumida lo que yo viví afuera del penal. En la siguiente entrega les voy a contar lo que él vivió, su visión, su parte de la historia. Las muertes, e incluso suicidios que vio, cómo se maneja la droga, y como eso de las extorsiones telefónicas muchas veces son delitos creados por la policía para desviar la atención de lo que realmente pasa en el penal. Tal vez otro día lo escriba con más estómago, con más voluntad, con más tiempo libre y sobre todo con más fuerza.


Gracias por leer mi historia.

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