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Los sonidos de la mañana

  • Foto del escritor: Nicolás Jaula
    Nicolás Jaula
  • hace 3 días
  • 2 Min. de lectura

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Por Nicolás Jaula


El gato rasca insistentemente la puerta, justo sobre las profundas marcas que ha dejado a lo largo de los años. Me levanto confundido y un poco molesto, sintiendo de golpe el frío nocturno de la habitación. Al abrir ligeramente, Lucas, mi gato, sale disparado hacia el pasillo, probablemente directo a su caja de arena.


Vuelvo a la cama. Aunque está a solo cinco pasos de la puerta, el regreso se siente como toda una travesía. Caigo como un costal sobre el colchón, con el cuerpo tomando una forma extraña que me costaría explicar. Ahí estoy: inerte, con sueño, pero incapaz de dormir.


Decido no ver la hora en mi celular, que se encuentra boca abajo a un lado de la almohada, para no ahuyentar aún más las posibilidades de conciliar el sueño.


Mientras tanto, por mi cabeza se cruzan diversos pensamientos y recuerdos que se interrumpen, se sobreponen, se retoman y se olvidan al instante. Sé que al menos un par de horas han transcurrido, pues la temperatura ya empieza a subir, la oscuridad a aminorarse y, como una orquesta bien afinada, comienzan a emerger los primeros sonidos de la mañana.


Escucho los primeros transportes públicos, seguramente llenos. Me imagino a la gente hundida en los viejos e incómodos asientos, con chamarras gruesas, bufandas, gorros y cubrebocas. Algunos van con los ojos entrecerrados, otros dormidos y el resto mirando los escasos posts de sus contactos en Facebook.


Los motores siguen rugiendo a su paso, cada uno con una nota musical distinta: camiones, automóviles y motocicletas. Van y vienen, y desaparecen en la distancia. Justo cuando empiezo a dudar si estoy dormido, soñando, imaginando o delirando, suena la alarma, esa que me avisa que ha llegado la hora de unirme a esa sinfonía matutina.




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