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Zeta: la generación que no le debe nada a nadie

  • Foto del escritor: Alejandro Juárez Zepeda
    Alejandro Juárez Zepeda
  • 11 jul
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 12 jul


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Por Alejandro Juárez Zepeda


A Moshi


Hay algo raro en la forma en que miran. Como si ya lo hubieran visto todo. Como si nacieran sabiendo que el mundo no va a salvarse, pero igual hay que tender la cama.


La generación Z no viene a arreglarnos. Tampoco viene a explicarnos nada. Viene después del incendio. Y no trae discursos: trae una escoba y un recogedor.


No les interesa la épica. No necesitan banderas. Saben que todas las promesas ya se dijeron y todas las revoluciones ya se pudrieron. No esperan que el futuro sea mejor: quieren que al menos sea habitable. Y eso ya es una forma de heroísmo.


Mientras los millenials siguen haciendo memes para disimular el miedo y los de la generación X coleccionamos sarcasmos, ellos están aprendiendo a vivir con menos ruido. Menos drama. Menos ganas de impresionar.


No tienen apuro por irse de casa, no sienten que casarse sea un mandato, ni que coger con miles sea una hazaña. No necesitan vestirse de “libres” para fingir que están bien. Ya vieron esa película. Y no les gustó el final.


La Gen Z no romantiza el caos. Lo administra.

No quieren estar “en todas partes”, como nos dijeron a nosotros que era plausible. Prefieren estar en un lugar que no los rompa. No aspiran a la omnipotencia, sino a dormir bien. Son la primera generación que ha decidido no tener que morir de agotamiento para merecer unas vacaciones.


No confían en las instituciones, pero tampoco necesitan destruirlas para sentirse importantes. Lo suyo no es la barricada: es el grupo de WhatsApp donde alguien pregunta si ya tomaste agua hoy. No se trata de cambiar el mundo: se trata de no repetir el daño.


Los miramos con sospecha porque no gritan. Porque no necesitan tener razón todo el tiempo. Porque no usan el dolor como medalla. Porque a veces, sin decir nada, te hacen darte cuenta de que llevas veinte años hablando de deconstrucción y aún no sabes cuidar a nadie, ni siquiera a ti.


Ellos no se sienten especiales. Y por eso están menos rotos.

No tienen tiempo para nuestro narcisismo. No quieren saber cuánto daño hicieron nuestros padres. Quieren saber cómo se pone un límite sin disculparse. Cómo dejar ir a alguien sin que se rompa el mundo.


No son fríos. Son claros. No son frágiles. Son compasivos.No son mejores. Son distintos. Y eso basta.

Porque si este mundo va a tener otro intento, no va a ser debido a grandes líderes, ni a causas gloriosas, ni a discursos sublimes. Va a ser porque alguien de quince años decide no repetir el guion, cuidar a su perro como si fuera una parte esencial del cosmos, dejar una relación sin necesidad de destruir al otro, saber pedir ayuda sin sentirse fracasado.


No están escribiendo manifiestos.Están mandando mensajes de voz a las tres de la mañana que dicen: “oye, ¿llegaste bien?”


Y eso, para una época como la nuestra, ya es casi milagroso.




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