"28 años después" y el Memento Mori
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Actualizado: hace 4 horas

Por Irving XC
28 años después retoma el universo narrativo que comenzó hace más de veinte años con 28 días después (2002) y continuó con 28 semanas después (2007). Esta nueva entrega nos sitúa en un futuro postapocalíptico lejano, donde el “virus de la ira” ha dejado una marca imborrable. En el corazón de esta historia está la comunidad de Lindisfarne, una isla convertida en refugio y prisión, donde la vida transcurre entre ruinas, rituales arcaicos y un silencio que pesa más que cualquier amenaza externa. Estrenada el 20 de junio de 2025, la película marca el esperado regreso de Danny Boyle y Alex Garland al cine de horror, pero esta vez con una mirada más simbólica, más humana.
Más allá del argumento, lo que realmente atraviesa toda la cinta es una idea antigua y poderosa: el memento mori, aquella frase del latín que nos susurra que no debemos olvidar nuestra mortalidad. Aquí, no se representa con calaveras o frases altisonantes, sino con imágenes vivas de pérdida, con monumentos construidos sobre huesos reales y emociones aún más frágiles. Un personaje en particular da forma concreta a esta idea: el doctor Ian Kelson (interpretado por Ralph Fiennes), quien ha edificado un santuario macabro, hecho completamente de restos humanos. No lo hace como un acto de locura, sino como una forma de preservar la memoria de quienes ya no están, y recordarnos que todos, tarde o temprano, seguiremos ese mismo camino.
El núcleo más emotivo del relato se concentra en la relación entre Isla (Jodie Comer), Jamie (Aaron Taylor-Johnson) y su hijo de doce años, Spike (Alfie Williams). Cuando el niño cumple años, emprende con su padre un peligroso viaje hacia el continente, mientras Isla permanece en la isla, atrapada en una enfermedad mental que parece haber brotado del trauma acumulado. Esa separación inicial será el principio de una ruptura profunda. El niño se enfrenta a un mundo salvaje y devastado, y su madre, a su vez, se hunde en una especie de letargo emocional. Su aislamiento no es solo físico, sino existencial: vive, pero ha dejado de estar presente. Representa, en carne viva, una muerte que ocurre en vida.

El templo de huesos
La estructura levantada por Kelson es una de las imágenes más impactantes de toda la película. No es solo un edificio, sino una declaración: un espacio donde la muerte deja de ser abstracta y se vuelve visible, tangible. El templo de huesos, con su arquitectura macabra, funciona como un recordatorio silencioso de lo que hemos perdido y de lo que inevitablemente vamos a perder. No hay metáforas aquí: es un monumento hecho de fémures, cráneos, vértebras y restos humanos que fueron alguna vez personas.
En ese entorno desolado, la estética del filme logra algo poderoso: transformar la muerte en algo visualmente hermoso y profundamente triste. Los paisajes vacíos, los colores apagados, los gestos contenidos de los personajes... todo transmite duelo. Y en ese duelo, el espectador no puede evitar reconocerse.
Hacia el final, después de una serie de enfrentamientos brutales —con infectados y con una secta violenta—, Spike queda completamente solo. La muerte de Isla marca un antes y un después: lo que había sido una historia de supervivencia se convierte en una elegía. La imagen de Spike, caminando bajo el peso del duelo, sostenido por el recuerdo de su madre y la silenciosa presencia del templo de huesos, es el momento más devastador del film. Sobrevive, sí, pero ya no por instinto, sino por memoria. Cada paso suyo se vuelve una forma de mantener viva la presencia de quien ha partido.
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