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Foto del escritorCámara rota

Abel






Por Luiz



El viento nocturno golpeaba insistente su gabardina hasta que al fin aterrizó en el callejón. Tras peinarse su alborotada melena y acomodar su atuendo entro al antro.


Aún entre la oscuridad y las multicoloridas luces, su presencia llamó al instante poderosamente la atención de todos, pero supo integrarse en la multitud hasta perderse. Un mesero le ofreció una mesa. Pidió un trago que no bebería y volteó la vista a la pista.


Ante sus ojos una masa de palpitantes venas fosforescentes brillaban cual radiografía. Casandra no perdió su tiempo y se presentó al recién llegado.


– Hola, ¿puedo sentarme contigo? – Él tardó un poco en apartar el fulgor del torrente sanguíneo de su vista. Al fin pudo reconocer un rostro humano y admiró su hermosura.


– Claro ¿por qué no? – Y arrimó una silla.


No importó la plática. Casandra solo veía un par de sensuales labios bailar, remedando lenguaje, pero en su mente escuchaba las palabras exactas, el interés sincero. La verdad es que su sola presencia había surtido hipnóticos efectos en ella. No soportó más y le pidió salir.


El abrazo de Abel empezó suavemente a cubrirla de caricias y besos. Por unos minutos fue sincero e inocente. Él siempre se tomaba el tiempo de sacar los restos de su humanidad que aún flotaban tercos en su psique. La vaporosa inocencia adolescente. El temblor se sintió sinceramente emotivo, cómo cuando aun la vida era su dueña. Poco a poco su abrazo se tornó más duro y frío. Hasta que por fin los huesos de la chica crujieron entre sus brazos y succionó su juventud.


Lagrimas rodaron por sus mejillas. Lloraba. Siempre lloraba. No por ella, sino por ese eco de humanidad que sabía que nunca volvería a él. Lloró hasta que las lágrimas se mezclaron con los hilos de sangre de Casandra. Había algo santo en ese momento, cómo el nacimiento de un ángel. Cómo el abrazo de sus padres en su cama antes de dormir, antes de que ese monstruo entrara por su ventana y lo secuestrara hacia la oscuridad para nunca volver. Llorando le pidió perdón, y la besó tiernamente, aun cuando sabía que ella ya no le respondería.


El astro rey marcó el fin de su cita. Él flotó unos momentos en el viento de la madrugada, frente al sol naciente, para dejar que los primeros rayos solares lo martirizaran antes de volver a su morada. Para que el dolor borrara la memoria de esa chica, junto con el de incontables otras que perecieron ilusionadas de haber encontrado a su príncipe oscuro


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