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Alexandra Elbakyan y cómo hacer enojar a las editoriales

  • Foto del escritor: Cámara rota
    Cámara rota
  • 17 dic
  • 4 Min. de lectura

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Por: Alejandro Sánchez Campo



Durante los años de licenciatura y en trabajos independientes, uno se acostumbra a realizar una cantidad considerable de investigaciones, tareas y reportes que dependen de una enorme bibliografía protegida por muros de pago (paywalls). Estos filtros resultan especialmente molestos cuando, incluso considerando pagarlos, notas que el acceso a un solo artículo de Nature o a una suscripción mensual básica puede costar alrededor de 40 dólares, es decir, más de 700 pesos mexicanos. Dinero que, para muchos estudiantes universitarios, representa el gasto semanal o incluso quincenal.


Los paywalls generan un daño significativo, pues en la práctica solo los empleados y estudiantes de las universidades más ricas pueden acceder de forma regular a estos conocimientos. Podría pensarse que el dinero recaudado sirve para cubrir gastos operativos y que quienes producen los artículos reciben alguna compensación económica, de manera similar a las regalías por escribir un libro. Sin embargo, la realidad del modelo editorial científico es bastante menos elegante: en muchos casos, son los propios investigadores (o las instituciones públicas a las que pertenecen) quienes deben pagar para publicar sus trabajos.


A esta situación se suma otro eslabón invisible pero fundamental del sistema: la revisión por pares. Este proceso, considerado el pilar de la ciencia moderna, se sostiene casi por completo en trabajo no remunerado. Los revisores no reciben pago por evaluar manuscritos, corregirlos ni garantizar su calidad; peor aún, en determinadas revistas se les exige también cubrir cuotas si desean publicar sus propios artículos.


El resultado es un circuito tan eficiente como cínico: el conocimiento se produce con recursos públicos, se valida gratuitamente por la comunidad académica y, finalmente, es empaquetado y comercializado por editoriales privadas que no participaron (o de forma muy mínima) ni en su financiamiento ni en su evaluación científica. Esta lógica recuerda a cuando Karla Berman afirmó que “deberías pagar por trabajar porque no aportas nada a la empresa”. Solo que, en este caso, es precisamente ese trabajo el que sostiene todo el negocio editorial. Bajo estas condiciones, resulta difícil no describir a estas compañías como parásitos del dinero público de numerosos países.


Ante esta situación es donde surgen herramientas como Sci-Hub, que permiten leer y acceder a una gran cantidad de artículos de manera gratuita, eludiendo estos filtros. Personalmente, agradezco a su creadora, Alexandra Elbakyan, cuyo trabajo ha permitido que miles (o quizá muchos más) impulsen sus estudios y trayectorias académicas gracias al libre acceso al conocimiento. Por supuesto, esto ha provocado que las grandes editoriales la declaren su enemiga número uno pues actualmente enfrenta una orden judicial en Estados Unidos por supuestas “infracciones a los derechos de autor”.


La reacción institucional frente a Sci-Hub no se ha limitado a demandas civiles por derechos de autor. En distintos momentos, agencias estadounidenses como el FBI han solicitado acceso a cuentas personales de Elbakyan en plataformas como Google y Apple, sin que se le informara con claridad qué datos fueron entregados ni bajo qué cargos específicos se le investigaba. En 2019 incluso se insinuó, sin evidencia concluyente, una posible colaboración con inteligencia extranjera. Es llamativo el despliegue de recursos técnicos, legales y de vigilancia para seguir la pista de una científica cuya principal “amenaza” ha sido permitir que millones de personas lean artículos académicos sin pagar.


Resulta irónico, por no decir francamente gracioso, que este tipo de plataformas sea etiquetado como “piratería”, como si editoriales como Elsevier o Springer operaran bajo principios altruistas y no se sostuvieran, en gran medida, del trabajo no remunerado de científicos e investigadores de todo el mundo, particularmente de regiones del Sur Global como América Latina, África o el sur de Asia. La contradicción se vuelve aún más evidente al observar casos recientes: en agosto de 2025, Sci-Hub fue bloqueado en la India, país que actualmente ocupa el tercer lugar a nivel mundial en producción científica. Tan solo en 2024, se publicaron allí alrededor de 195 000 artículos, mientras que México produjo cerca de 25 000 en el mismo periodo.


Desde luego, más publicaciones no garantizan calidad ni aportaciones sustanciales, y es innegable que una parte de esa producción consiste en “refritos”, es decir, trabajos reiterativos o de bajo impacto. Sin embargo, el problema de fondo no radica únicamente en la calidad del conocimiento generado, sino en las condiciones materiales que hacen posible (o limitan) su producción. Tanto en la India como en México, realizar estudios de posgrado implica enfrentar sistemas de financiamiento insuficientes y, muchas veces, vivir a la espera o la mendicidad de becas. Aunque las becas de SECIHTI puedan representar ingresos por encima del promedio nacional, buena parte de la investigación termina subordinada a los intereses de un reducido grupo de editoriales privadas ya de por sí multimillonarias, que imponen barreras de acceso incluso a quienes producen el conocimiento que luego venden.


Si bien el sueño de Alexandra Elbakyan de impulsar un modelo de funcionamiento abiertamente comunista para la investigación científica (donde no exista la propiedad intelectual privada y las publicaciones académicas estén, en cierto sentido, “nacionalizadas”) resulta interesante, es evidente que enfrentaría una fuerte resistencia. El dinero que circula en este sistema es enorme y los intereses de múltiples compañías generarían conflictos en diversos centros educativos, sobre todo públicos. Ante un escenario de censura total de Sci-Hub, países como el nuestro podrían optar por modelos similares al propuesto en la India: One Nation One Subscription (ONOS), o “Una nación, una suscripción”, una iniciativa que busca proporcionar acceso nacional a miles de revistas de distintos editores (más de 13 000 en el caso indio) mediante una negociación centralizada, garantizando el acceso a millones de personas pese a las altas tarifas de suscripción.


Sin querer extender demasiado, algunas posibles rutas incluyen boicotear o reducir gradualmente la importancia simbólica de publicar en estos medios, asumir un compromiso más profundo con la ciencia abierta mediante el uso de repositorios como OSF o Dryad y, por supuesto, apoyar directamente a Sci-Hub o recurrir al uso de VPN y navegadores como TOR. Porque, al final, el problema no es la “piratería”, sino un sistema académico que convierte el conocimiento en mercancía y la investigación en un privilegio, un sistema que privilegia la producción sobre los avances reales.

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