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Baristas



Por Guillermo Martínez Collado


-¿Nervioso?


Miro a mis compañeros mientras acabamos de vestirnos en el pequeño camerino que nos han facilitado. Me acabo de abotonar la camisa hasta arriba y me echo el pelo hacia atrás aplicándole cera. El resultado es mucho más natural que con la gomina, que lo deja demasiado duro, con aspecto de alambre.


-¿Nervioso?


Francis vuelve a hacerme la pregunta, le miro y niego con la cabeza. Mis movimientos son lentos y tengo la boca algo pastosa porque hace un momento estaba en la calle fumando un poco de mandanga. No estoy nervioso porque sé que no tengo ninguna posibilidad de ganar, pero Francis y Ana están como dos flanes. Pillo la botella de agua y le doy un buen trago, cuando entra a avisarnos una mujer que lleva un montón de papeles en la mano.


-Chicos, va a empezar, tenéis que estar todos en cinco minutos.


La dinámica del torneo es la siguiente. Cada marca lleva tres baristas en su representación. Cada barista tiene unos pocos minutos, en los que debe elaborar dos expresos, dos capuchinos y dos cócteles cuyo ingrediente principal sea el café. Es importante el sabor, pero también lo es la presentación, por lo que puntúan tu dinamismo y capacidad de expresión, la música o la ropa elegida.


Nosotros tres venimos en representación de una cafetera muy importante en el sector norte del país, Cafés Imperio, que jamás ha ganado este campeonato, y al nuevo gerente se le ha puesto en la cabeza que eso no puede ser. Así que hizo una preselección entre los baristas que trabajan para la empresa, y cinco elegidos fuimos a pasar un fin de semana intensivo a la finca del presidente. Tal era la importancia que la compañía le daba al torneo nacional.


La propiedad se encontraba en un gran valle que hay entre Gijón y Villaviciosa. Transmitía la imagen de una fortaleza medieval, pues estaba rodeada por un antiguo muro de piedra y la atravesaba por el medio un riachuelo con poco caudal. Nos levantaban temprano y desde primera hora nos ponían a trabajar haciendo el café perfecto con una aeropress, o a cremar la leche y ser capaces de hacer un dibujo. Después de comer trabajábamos nuestra expresión hablada y la corporal, y a la noche tocaba darle caña a la coctelera.


El hombre que nos daba el curso intensivo, Toni, era un holandés rubio de unos cuarenta y tantos años, con esa expresión en la cara de estar harto de la gente. Había viajado por todo el mundo y tenía premios de los certámenes más importantes de cada continente. Nada más levantarse fumaba un cigarrillo de la marca Marlboro Light y a lo largo del día debía de ventilarse casi un par de cajetillas. También bebía notoriamente, Martini por la mañana y después de comer whisky con agua. Sin embargo en ningún momento parecía estar ebrio, sino que mantenía unas formas elegantes y tranquilas, y nos explicaba todo con mucha paciencia.


Desde el principio parecía claro que Francis y Ana serían elegidos, solo había duda sobre quién sería la tercera persona, así que me esforcé. Tenía mis motivos para querer impresionar a los presentes, tanto personales como profesionales. Pesar la cantidad de café necesaria para el expreso, cronometrar el tiempo que debe pasar el agua por el filtro, cuidar la proporción del capuchino y practicar mi dibujo de una espiga con la crema. Aunque no había dudas en que al final, el sabor que conseguía era de peor calidad que el de mis compañeros.


Donde sí destacaba era en la exposición oral. Mucha gente es incapaz de mantener la compostura cuando tiene que hablar para un público. Quizás fuera por mi consumo frecuente de marihuana. A lo mejor era algo natural. El caso es que mis manos no temblaban y mi expresión denotaba en todo momento una gran seguridad.


Cuando teníamos un momento de intimidad me acercaba a Ana. Nos llevábamos bien desde que entramos en la empresa porque somos del mismo barrio. Recuerdo la primera vez que la vi, esperando un bus en la marquesina del puente. Siempre me resultó atractiva y pensé muchas veces en invitarla a salir, pero nunca encontraba el momento adecuado. Por fin parecía que el destino se había aliado conmigo. Yo notaba como me miraba así que me sentía seguro.


Después de cenar, el día anterior a que nos dijeran los nombres de los elegidos, le propuse ir a dar una vuelta por la finca y nos acercamos al río. Pese a ser de noche, la luz de la luna permitía ver a la perfección. Las montañas se dibujaban oscuras a lo lejos y delimitaban un marco negro a nuestro alrededor. Preparé un peta de marihuana y empezamos a fumarlo mientras nos cogíamos de la mano. Ana empezó a toser porque no estaba acostumbrada a chupar sin filtro. Entonces vimos una figura acercarse. Al principio temí que fuera el dueño de la empresa, pero era Toni.


-¿Todo bien chicos?


-Sí, solo estamos pasando el rato.


-¿Eso es un porro?


Le ofrecí y estuvo fumando con nosotros. La hierba le relajó y empezó a pegar la hebra.

Nos contó historias de sus viajes por Sudamérica. Conoció de primera mano las terribles plantaciones cafeteras de Brasil. Nos dijo que había visto cosas muy feas allí y que debíamos apreciar el hecho de que vivir en Asturias era algo muy cercano a estar en el paraíso. Luego Ana se disculpó y se fue a dormir algo mareada.


Toni la siguió con la mirada.


-La chica te gusta.


-Sí.


-Se nota que tú le gustas a ella, eres afortunado.


Estuvimos fumando otro poco y hablamos de fútbol. Yo le dije que era fan de la escuela holandesa del Ajax y el fútbol de toque, y resultó que Toni era socio del Feyenoord, rival histórico del equipo de Ámsterdam. Me enseñó el escudo del club que llevaba tatuado en el gemelo, y presumió de haberse peleado de joven en trifulcas entre las dos aficiones. De hecho formó parte de La Legión, el sector ultra de los aficionados del club de Rotterdam, y participó en la pelea más brutal entre bandas del fútbol holandés, la batalla de Beverwijk, donde hubo varios muertos por arma blanca.


Al final yo también me tuve que ir a dormir. Me despedí de Toni chocando nuestros puños y me dirigí con parsimonia hacia la casa. Subí las escaleras tratando de no hacer

ruido y me eché encima de la cama sin llegar a cerrar los ojos. Pasarían un par de horas en las que estuve despierto dándole vueltas a la cabeza. Después me armé de valor y salí de la habitación en la que estaba alojado tratando de no hacer ruido. En el pasillo reinaba la oscuridad. Llevaba mis calcetines largos con dibujos de serpientes. Me dirigía a la habitación de Ana, la secuencia tenía sentido en mi cabeza, pero antes de echar la mano al pomo de su puerta alguien la abrió. Salió Toni, completamente desnudo, y la cerró tras de si. Cuando me vio en el pasillo me hizo un gesto con la cabeza y se fue hacia sus aposentos.


Allí me quedé un rato con cara de tonto. Fui al baño y me aclaré la cara, me froté los ojos con fuerza. Levanté la mirada y me vi reflejado en el espejo. Igual que estoy haciendo ahora, con el cepillo en la mano, cuando acabo de echar la cera al pelo. La imagen que veo es la de un tipo que parece decente, pero me siento algo sucio y podrido por dentro. La mujer de los papeles vuelve a entrar.


-Un minuto para salir chicos.


Nos deseamos suerte y vamos hacia el salón de actos. En el pasillo nos sumamos al resto de la gente. Ana va delante de mis. No nos hablamos desde que volvimos de la finca. Somos treinta participantes en total, lo que supondrá más de tres horas de concurso, básicamente toda la tarde. Antes de que empiece el torneo se acercan Toni y el nuevo gerente. Nos desean suerte y Toni me da la mano. En la otra lleva un whisky con agua. Tiene esa expresión en la cara. Se la suda.


-Ánimo, seguro que lo vas a hacer bien.


-Que te jodan.


Me da un toque en el hombro y sube el vaso antes de darle un sorbo y girarse. Cada participante va elaborando los cafés aprovechando hasta el final sus minutos. Sale una chica muy fuerte, vestida de negro y con una pajarita rosa. Levanta la mano.


-Música, tiempo.


Empieza a sonar por los altavoces una animada canción latina. La chica explica los pasos que realiza. Pesa el grano y lo muele con el molinillo. Cronometra el tiempo de extracción del agua. La voz le tiembla y las manos le fallan cuando tiene que hacer el dibujo del capuchino. Acaba el cóctel de café con crema catalana y sale con lágrimas en los ojos.


Aplausos.


Es el turno de Francis. Va vestido con una camisa color granate y pajarita negra.


Levanta la mano.


-Música, tiempo.


Suenan los acordes de un tema de jazz. Primero elabora los expresos, sin gran esfuerzo

en ellos. A continuación los capuchinos, con la proporción exacta y un precioso dibujo floral. En el cóctel le tiemblan las manos, pierde un par de veces el hilo de su discurso, pero es una receta curiosa que despierta interés, con caramelo y un flambeado que realiza en directo. Prácticamente perfecto. Aplausos.


Le toca el turno a Ana. Me dirijo a la mesa y le entrego al organizador el CD.


-Hay un pequeño cambio. Este es el disco con la música de la chica. La primera pista.

La número dos es la mía.


Ana levanta la mano. Se puede reconocer la banda sonora de la película La Misión, que

adorna perfectamente su presentación, mientras explica las características del grano elegido. Sus expresos tienen una pinta excelente y los jueces se ven satisfechos cuando los prueban. Comienza con los capuchinos. Se concentra en preparar la crema y usa dos jarritas para conseguir la consistencia perfecta. En esos momentos la música cambia y empiezan a sonar las canciones más ridículas que pude encontrar. Es un horrible mix electrónico con vergonzosas canciones de temática sexual muy explícita y gemidos de coitos. La gente se empieza a reír y algunos se miran desconcertados.


Ana me mira y pone unos ojos como platos e intenta seguir con el trabajo pero sus palabras tropiezan unas con otras y derrama toda la leche encima de la mesa. Del graderío llega un gran estruendo, mezcla de risas y asombro, y finalmente se va corriendo con las manos tapándole la cara para que no veamos que está llorando. Siento una mezcla de satisfacción y asco por mí mismo. Fijo mis ojos en los de Toni, que permanece inalterable, dando sorbitos a su vaso.


Una vez llega de nuevo la calma el presentador pide a la gente que mantenga la compostura y el torneo sigue su curso. Pronuncia mi nombre y salgo a escena. Llevo una camisa negra con un montón de plátanos estampados. Levanto la mano.


-Música, tiempo.


Los primero segundos de la pista que he seleccionado son en silencio, sin sonido de ningún tipo. Quiero que se capte mi mensaje.


-Para elaborar mis cafés he seleccionado un grano robusto, originario de Brasil, donde el cultivo del grano de café tiene una larga historia de colonialismo y esclavitud, y su producción continúa hoy en día vinculada a prácticas de explotación y degradación del medio ambiente.


Los murmullos empiezan a recorrer la sala. Toni me mira con atención, incluso se puede intuir una leve sonrisa en los labios del muy cabrón. A su lado, el presidente de la compañía se tapa los ojos con las manos y niega con la cabeza. Un montón de móviles graban la escena. Antes de que siga hablando, empiezan a sonar los acordes de Guerrilla Radio.

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