Frida Cartas y Josué Sauri
El presente artículo aborda algunos puntos del activismo contra el trabajo infantil, que desde hace 17 años surge a partir de que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) promulgara un día internacional para ello. Tal abordaje es en concreto con una crítica sobre cuatro ángulos: La contradicción del activismo con la declaratoria de derechos humanos, la desinformación de que la deserción escolar es a causa de que niños, niñas y adolescentes (NNyA) tengan que trabajar, el sesgo sórdidamente clasista de la indignación por el trabajo infantil, y la perspectiva de género que pasa desapercibida en todo ésto para no nombrar a las niñas y adolescentes. Nuestro contexto es México.
El interés surge a raíz de los trabajos por separado de sus autores, que en diversas charlas y análisis, han coincidido en que ese activismo y su indignación mediática, perpetúan la invisibilización del trabajo dentro del hogar, estigmatiza al mismo cuando es fuera de allí, fomenta la homogenización de que la sola actividad de trabajo conlleva un daño por igual, y reafirma un discurso fácil de oposición que niega que el trabajo infantil ya existe y ha existido; y con todas estas acciones por supuesto, ese activismo va dejando en segundo plano el mejor pugnar porque en el trabajo que ya existe no haya abusos, sexismo, discriminación, tortura, explotación; y que se creen mejores condiciones y tareas de acuerdo a capacidades que no repercutan en el desarrollo sexual, físico, mental y psicoemocional de NNyA.
La contradicción
Cuando hablamos de contradicción es porque el trabajo en sí es un derecho humano, y así lo específica la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 23 cuando dice:
Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.
En ningún momento señala que el trabajo esté limitado a un rango de edad específico, sino que enfatiza que tiene que ser libre, en condiciones equitativas y con un salario satisfactorio. Adicionalmente establece prestaciones sociales y el derecho a sindicalizarse.
Sin embargo, la OIT desde 1992 se encargó de iniciar una lucha contra el trabajo de un grupo de población específico: las niñas, niños y adolescentes. Su argumento es que “el trabajo infantil ha demostrado perjudicar el desarrollo de los niños, pudiendo conducir a daños físicos o psicológicos que les durarán toda la vida.” Y eso lo considera una violación de derechos humanos. El argumento es válido y cierto, y al mismo tiempo no, pues se basa sólo en estudios e investigaciones que han encontrado una correlación efectiva entre las personas que realizan trabajo desde niños y los altos niveles de pobreza.
Dicho de otro modo, han encontrado que los niños que trabajan dejan de asistir a la escuela, y la asistencia escolar es parte fundamental del ascenso social para salir de la pobreza, por lo tanto, los niños que dejan de asistir a la escuela (aunque no sea necesariamente por trabajar), rara vez consiguen ascender en la escalera social, pues al no tener estudios superiores, no pueden tener acceso a trabajos lo suficientemente remunerados para cubrir todas las necesidades sociales, en particular el acceso a la vivienda y a la salud.
Y lo anterior es cierto… pero sólo en algunos países.
Y solamente es cierta la parte de que un mayor nivel educativo aumenta las probabilidades de salir de la pobreza (aumenta, no garantiza). Lo que no es cierto, ni homogéneo, y menos la regla general, es que las niñas y niños dejan de estudiar por ir a trabajar, al menos no siempre y tal como lo afirma constantemente el activismo contra el trabajo infantil.
El caso de México es una excepción de esto que la OIT afirma como una generalidad y una homogenización, y lejos de que el trabajo infantil sea una violación de derechos humanos, es el intento de erradicar el trabajo infantil el que representa una violación de derechos humanos, y he ahí la contradicción, pues como ya mencionamos, la declaración universal de los derechos humanos dice que “toda persona tiene derecho al trabajo”, no dice “toda persona adulta” o “toda persona mayor de 18 años”, y las niñas, niños y adolescentes son personas. Y esa es la constante en la defensa de los derechos del niño, reconocerlos como personas con agencia, actores políticos y sujetos de derechos.
Pero más aún, si en México existe un alto índice de pobreza en las familias, es por demás común que NNyA salgan a trabajar, o tengan que trabajar, para como familia, buscar enfrentar la situación, salir del conflicto, o tener una vida menos precarizada.
Entonces el problema no está en que las niñas y niños trabajen, sino en el tipo de trabajo que están realizando, y he aquí donde entra la complejidad del tema. Cuando a la OIT le dijeron que no podría erradicar todo el trabajo infantil, por esta contradicción de derechos humanos, respondió que se erradicara sólo las peores formas de trabajo infantil, y las enlistó de la siguiente manera:
La esclavitud
La trata infantil (que es esclavitud, pero que se vende porque tiene un mercado)
La servitud por deudas (que es esclavitud, pero con más pasos)
La condición de siervo (que es esclavitud, pero suena menos feo)
Trabajo forzoso (que es esclavitud, pero enfocada al trabajo duro y excesivo sin pago)
Explotación sexual infantil (que es esclavitud, pero con fines exclusivos de comercio sexual)
Pero volvió a caer en una contradicción, pues tal parece que, si cualquiera de las condiciones anteriores se aplica a personas adultas, ¿no es también una forma nefasta de trabajo? La misma OIT señaló que las peores formas de trabajo infantil se caracterizan porque “pueden dañar la salud, la seguridad o la moralidad” de las niñas y niños. Y eso es inaceptable. Pero cuando leemos esto pensamos en que, ¿no hay problema que eso suceda con los adultos, siempre y cuando con los niños no? Esto nos pone de frente y en alerta una vez más con la fragilidad o el doble filo al abordar ciertos temas con el enfoque de los derechos humanos.
También la OIT respondió que, si una actividad genera un ingreso económico, y al mismo tiempo es una actividad “estimulante, voluntaria y no afectan su salud y su desarrollo personal, ni interfieren con su educación, ello puede generalmente considerarse positivo”, y por lo tanto no es trabajo. Lo cual puede interpretarse que para la OIT, todo (y cualquier) trabajo es siempre una actividad que resulta dañina para las personas, ya sea en su salud física, mental o moral, pero que sin embargo es una actividad que debe dejarles dinero sin un beneficio adicional, como por ejemplo servir para el desarrollo personal o ser estimulante, porque si usted lector, tiene ambas cosas, una actividad económica que le aporta a su desarrollo y además le resulta estimulante, usted es un vago, no un trabajador, ¿o cómo?
Ahora entendemos por qué la gente odia trabajar…
Correlación no es causalidad: “dejan la escuela por el trabajo”
La OIT está mal, y lo sabe, pero el modelo económico capitalista, y heteropatriarcal, tiene sometida a las instituciones de trabajo y por eso es más fácil decir que el trabajo infantil es reprobable e inaceptable antes de reconocer que el trabajo infantil ya existe, ha existido, y que puede y debería ser una experiencia de estímulo y aprendizaje para toda la población, no sólo para NNyA.
Algún experto en el tema alguna vez señaló que “el trabajo infantil es la última forma de trabajo digno que le queda a la humanidad”, refiriéndose justamente a el trabajo que solían realizar las niñas y niños antes de que el capitalismo dominara como modelo económico. Aunado al heteropatriarcado.
Si uno se pone a revisar historia sobre el trabajo infantil, no resulta muy difícil encontrar que éste tenía un significado de aprendizaje en humildad y dignidad, las niñas y niños trabajaban desde pequeños para aprender que había que ganarse el pan de cada día. Pero con la Revolución Industrial, principalmente en el campo, y la expansión del modelo capitalista a partir de las ciudades, la percepción del trabajo como un medio de sustento digno fue modificándose, y en este sentido, el valor del trabajo infantil se perdió.
En México¹ el trabajo infantil existe desde la era prehispánica, las niñas y niños a partir de los 5 años, se integraban en las actividades de los padres, las niñas en general se quedaban en casa para apoyar en lo quehaceres del hogar, mientras que los niños se iban con los padres a atender el campo (Sauri, 2012). El trabajo infantil en México tuvo un peso tan importante en la cultura y la historia de México que, en 1925, la Junta Federal de la Protección a la Infancia apeló a la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) para celebrar el día del niño junto con el día del trabajo, de esta forma se reconocía que el trabajo de niñas y niños representaba “germen y esperanza de mayor felicidad y de mayor justicia en sociedades venideras” (Sosenski, 2010).
Hablando más seriamente, el trabajo infantil en México tuvo sus primeras mediciones desde 1997, no obstante, fue hasta el 2007, es decir, diez años después, que la STPS en conjunto con el INEGI crearon el Módulo de Trabajo Infantil (MTI) insertado en el cuarto trimestre de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). De esta forma, entre el 2007 y el 2017, el MTI se levantó de forma bianual, y si bien la metodología varió en cuanto al tipo de preguntas o algunas de las respuestas en el cuestionario, los datos del MTI se han mantenido relativamente congruentes.
Ilustración 1. Población de 5 a 17 años que realiza alguna actividad laboral
Fuente: Elaboración propia con datos del MTI 2007 - 2017 y ENTI 2019 disponibles en https://www.inegi.org.mx/programas/mti/2017/
En el 2007, el MTI estimó un total de 3.8 millones de niñas, niños y adolescentes trabajadores, que representaban el 12.6% de la población infantil total. Los datos muestran que el descenso ha sido paulatino, teniendo un avance importante en a partir de 2013, que fue el año en el que entró en vigor la reforma a la Ley Federal de Trabajo que subió la edad mínima de trabajo de 14 a 15 años, de tal forma que para el 2017 la población total trabajadora fue de apenas 2.06 millones de niñas, niños y adolescentes que correspondieron al 7.1% de la población.
Con la recién implementada Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) levantada en 2019, se promueve el módulo al grado de encuesta, lo que consolida los resultados de los 10 años del MTI y permite dar continuidad al seguimiento del trabajo infantil, destacando un ligero incremento de la población infantil ocupada alcanzando los 2.15 millones de niñas, niños y adolescentes que representan al 7.5% de la población de 5 a 17 años.
Si bien lo anterior representa un avance importante en términos de la lucha contra el trabajo infantil, es necesario destacar que el trabajo infantil no es una dinámica lineal en el cual las niñas y niños que no están trabajando, entonces están estudiando. Recordando lo que se estableció en la primera parte de este artículo, la OIT en su estrategia de erradicación del trabajo infantil, señala al trabajo infantil como la principal causa de deserción escolar, y si bien ese puede ser el caso real para algunos países, en México no es así.
Cuando se combinan las variables del trabajo infantil y la asistencia escolar, la interacción de los datos genera cuatro categorías en una dinámica de trabajo-estudio de la población infantil:
Población que sólo estudia
Población que estudia y trabaja
Población que sólo trabaja
Población que no estudia ni trabaja
Ilustración 2. Relación trabajo-estudio de la población de 5 a 17 años.
Fuente: Elaboración propia con datos del MTI disponibles en https://www.inegi.org.mx/programas/mti/2017/
En el análisis de la dinámica trabajo-estudio, se puede observar entonces que el avance en el objetivo de incrementar la asistencia escolar de la población infantil es considerable, pasando de 82% a 88% de población infantil que asiste a la escuela, y si a estos se les suman la población que además de estudiar, trabaja, la cobertura pasó de 89.4% en 2007 a 92.8% en 2017. No obstante, el grupo de población inactiva, es decir, que no estudia ni trabaja, se mantiene con el segundo porcentaje más alto en todos los años de análisis del MTI, quedando en 4.8%, seguida de la población que estudia y trabaja, con 4.1% y finalmente la población dedicada de forma exclusiva al trabajo con 3.1%.
La ENTI 2019 muestra un cambio importante, con una disminución de la población que solamente trabaja cayendo hasta el 2% y la población que estudia y trabaja elevándose al 5.6%. La disminución en la asistencia escolar a 87.4% en este periodo y el incremento de la población inactiva a 5% refleja dos cosas, la primera que el trabajo infantil no es causante de la deserción escolar, al ser la población que estudia y trabaja el grupo de población ocupada que incrementa, y que la población infantil que deserta la escuela, no lo hace para trabajar, sino para ensanchar a la población inactiva, es decir, la que no estudia ni trabaja.
Y aquí es importante comenzar a identificar la diferencia de la dinámica trabajo-estudio, porque entonces, de la población que no asiste a la escuela, dos terceras partes tampoco trabajan, esto deshace totalmente el argumento de la OIT sobre el trabajo infantil como causa de la deserción escolar para el caso de México. Esta dinámica además no ocurre para un solo año, sino que se mantiene vigente 10 años del periodo de levantamiento del MTI y se consolida con la ENTI.
Si tomamos en cuenta a la población que no se dedica de manera exclusiva a asistir a la escuela, la Ilustración 3 muestra un descenso paulatino entre 2007 y 2011, disminuyendo hasta en 2.7 puntos porcentuales, luego da un salto de 2.5 puntos entre 2011 y 2013 (el año de la reforma laboral) y de ahí se estanca bajando menos de un punto porcentual entre 2013 y 2017, y elevándose nuevamente en 2019.
Más aún, a partir de 2013, la población que se dedica de forma exclusiva al trabajo se estanca en 3.1% hasta 2017, para bajar a 2% en 2019. Lo mismo se puede observar de la población que estudia y trabaja, que en 2013 y 2017 se mantiene en 4.1%, y para 2019 se eleva a 5%, lo que sugiere que el impacto de la reforma de 2013 fue temporal.
Ilustración 3. Población de 5 a 17 años que no se dedica de forma exclusiva al estudio
Fuente: Elaboración propia con datos del MTI 2007 - 2017 y ENTI 2019 disponibles en https://www.inegi.org.mx/programas/mti/2017/
Lo anterior obliga a cuestionar si las estrategias para combatir el trabajo infantil están teniendo un efecto real en la disminución de la deserción escolar, en particular cuando resulta evidente que una niña o niño que deja de estudiar tiene más probabilidades de insertarse en la categoría de inactividad que en cualquiera de las dos categorías de trabajo.
Pero para entender de mejor manera la dinámica de trabajo infantil, es necesario revisar a la población por grupos de edad, pues hasta el 2013 las niñas y niños podían participar en actividades laborales a partir de los 14 años, después de eso la edad legal para trabajar se subió a los 15 años.
La Ilustración 4 muestra que la población infantil mantiene una proporción baja hasta antes de cumplir los 12 años, es decir, la edad a la que normalmente se concluye la educación primaria. Después de los 12 años, se observa un incremento con saltos más grandes a partir de los 14 años, antes de la reforma de 2013. Una vez que se incrementó la edad para trabajar a 15 años, todas las edades antes de los 15 tuvieron una disminución de proporción importante, pero con saltos más abruptos conforme se incrementa la edad. No obstante, en la ENTI 2019, se observa que el incremento de la población trabajadora se da en el grupo de 7 a 14 años.
Ilustración 4. Población de 5 a 17 años que trabaja
Fuente: Elaboración propia con datos del MTI 2007 - 2017 y ENTI 2019 disponibles en https://www.inegi.org.mx/programas/mti/2017/
La dinámica anterior sugiere que el efecto de la reforma laboral de 2013 fue “positivo” en términos de disminuir el trabajo infantil en las niñas y niños de menor edad, pero solamente temporal, puesto que en 2019 se observa una reinserción laboral en la población menor de 14 años. Si bien esto último se puede atribuir a un cambio de metodología derivado del cambio de módulo a encuesta en la medición, los saltos más abruptos de ingreso laboral en las edades mayores sugieren que la necesidad de las y los adolescentes no han variado y el ingreso a la dinámica laboral es la única manera de solventarlos.
Por lo tanto, si los datos anteriores demuestran algo, es que el trabajo infantil está lejos de erradicarse, y si bien la política de la reforma educativa para aumentar la edad mínima de trabajo formal tuvo un impacto positivo en las edades menores, el hecho de que la proporción de niñas y niños se haya mantenido invariante en los últimos 3 periodos del MTI, sugieren que la necesidad de trabajar desde una edad temprana no ha cambiado.
La indignación y el clasismo
Sin embargo, cada año (12 de junio, día establecido por la OIT) el activismo contra el trabajo infantil se centra en la negación absoluta del trabajo como tal, y sólo se enfoca, al menos mediáticamente, en la indignación hasta de orden moral y clasista. Para este activismo es inaceptable que un niño o niña trabaje, ¿por qué? Porque sí y ya. Tal vez piensan que eso “es feo” o “no habla bien de nuestra sociedad”. O quizás porque en el fondo les siguen considerando seres frágiles, sin agencia, totalmente al desamparo, como no reconociéndoles, desde ese adultocentrismo, como personas y como actores políticos que también pueden ser partícipes del trabajo. La mirada es desde un discurso revictimizante, y la revictimización vulnera derechos humanos.
Por otro lado, esa misma mirada va siempre en dirección al niño que lava carros, al que asiste en un taller mecánico, el que es cargador en un mercado, el que limpia parabrisas, el que labora en una cocina, y ello tiene un fondo de clase, como con el resto del trabajo en los adultos: se les minimiza a trabajos que no requieren un aprendizaje (como tomar clases o ir a cursos para realizarlo), que son inferiores, propios de gente que pareciera, no puede pensar o aspirar a más, y ese mismo activismo en cambio alaba a otros trabajos como los niños en el teatro, en el cine, en la televisión vía los telenovelas o los reality shows de cantantes, master chefs, bailarines, y comediantes.
Pareciera que ciertos trabajos son válidos y están muy bien, son respetados y hasta admirados, más si tienen que ver con espectáculo o las “artes”(porque eso sí es culto y de artistas genios), pero si otros trabajos en NNyA no tienen que ver con “algo bonito o cultura”, entonces son indignantes y merecen toda la anulación y desaprobación posibles. Eso es un sesgo clasista. Tal como se minimiza o inferioriza siempre el trabajo de un plomero, un albañil, un mecánico, en los adultos, y se engrandece el de un periodista, un actor, un médico, entre otros. Como si los trabajos fueran una competencia y no una dignidad de laborar, que corresponden a la diversidad de personas que somos.
Debería llamarse mejor: Día Mundial contra la explotación en el trabajo infantil. Porque el activismo desde ahí es muy selectivo y de la vista gorda cuando la indignación por el trabajo va contra unos, y hacia la alabanza y admiración para otros. ¿Alguien sabe por ejemplo cuántas horas esperan niños y niñas ya maquillados y con los nervios al límite, para filmar algunos minutos frente a la cámara? El trabajo del actor en telenovelas o series es más de esperar que de accionar. El trabajo en teatro conlleva además de actuar, una elaboración de carga intelectual al crear un personaje, y horas de actividad física para calentamiento. Son trabajos extenuantes, y de un estrés y agotamiento psicoemocional para manejar los nervios y/o exaltar las emociones. Son trabajos “artísticos” para niños y niñas, que llevan una presión laboral infame.
En particular, en los renombrados “reality shows”, las niñas y niños son expuestos a condiciones de presión y estrés que de ninguna manera pueden ser considerados como estimulantes o positivos para su salud y desarrollo. Como ejemplo, basta con nombrar el programa de “Master Chef Junior”, en el que niñas y niños de entre 8 y 12 años trabajan siendo explotados por las televisoras, poniendo en riesgo su salud física al utilizar instrumentos de cocina pulso cortantes o bien con un riesgo de quemadura al manejar fuego. Así mismo, como parte del espectáculo se genera un ambiente de competitividad negativo en el cual la humillación es empleada como una herramienta motivacional que de ninguna manera puede ser considerada como un aporte para el desarrollo emocional o cognitivo.
Accionar o pugnar por el abuso en las actividades, las cargas, las horas, o la explotación respecto a salarios distintos “porque son pequeños”, debieran ser de las preocupaciones permanentes del activismo. O la constante observación y evaluación para la prevención de daños que interfieran con su desarrollo. Pero por desgracia no es así. Impera el grito de indignación de “no” y “no”, pues “porque no”, pero el trabajo está ahí, existe, ha existido. Centrarse en la indignación de sólo oponerse, es invisibilizar muchas otras cosas que ya ocurren paradójicamente ante el desvío de la mirada y atención. A la luz misma de la indignación.
El trabajo por los roles de género
Pero más aún, dado ese modelo capitalista y heteropatriarcal, existe una invisibilización del trabajo en las niñas y adolescentes desde dentro del mismo hogar, y esto se debe a que por la construcción de roles de género, las mujeres históricamente han realizado trabajo no remunerado en casa, que se transmite y enseña a niñas y adolescentes, como el trabajo del hogar que comúnmente llaman “ayudar en el aseo”, o el trabajo de cuidados y crianza, que es la maternidad, y que comúnmente llaman, “ayudar a cuidar a tu hermano”. Para las más pequeñas está la limpieza, y para las más grandes, es decir, las adolescentes están “ayudar con los hermanos”.
A las niñas y adolescentes se les está confinando trabajos dentro del hogar que al igual que sus madres o las mujeres adultas de sus familias, ni siquiera es nombrado trabajo, y mucho menos tiene una remuneración, que fuera del hogar, esas mismas actividades en guarderías, estancias, o “empleadas domésticas”, sí tienen.
Esta normalización, minimización e invisibilización del trabajo dentro del hogar, como ahora sabemos con mayor información, constituyen gran parte de la construcción de roles de género o papeles sociales que se han construido sobre las mujeres y que no tienen absolutamente nada qué ver con su anatomía o sexo, sino que como dice Marta Lamas, son producto de la cultura en base a la diferenciación sexual, y el confinamiento del espacio privado para ellas, donde se asume que es su función, lo normal. Como si las mujeres “nacieran” con un “chip” para tales funciones. O que es deber de las madres enseñar y heredar estos papeles y roles, en la educación de formar “buenas mujeres”.
Esta falta de perspectiva de género en el activismo mexicano contra el trabajo infantil, que se indigna porque los niños trabajen, pero que de nueva cuenta, omite mejor accionar o pugnar por los niños que ya trabajan hasta en su casa, y más específicamente por las niñas y adolescentes, es muy cuestionable, y necesario de señalar, pues no están asumiendo de una vez este enfoque de género y he ahí la invisibilización para nombrarlo, y con mayor razón, para asumirlo y buscar estrategias desde ahí en su preocupación por el trabajo infantil.
De modo que si la principal preocupación es porque NNyA mejor estudien y no trabajen, ¿cuántas horas para el estudio dedican en casa una vez que llegan saliendo de la escuela, para continuar con las labores y actividades de aprendizaje, si tienen que “hacer el aseo” o “cuidar al hermano”? ¿Realmente no “salir a trabajar” fuera de casa, es sinónimo de dedicarse exclusivamente a estudiar? ¿Quién y cómo puede evaluarse esto?
Los niños y niñas han trabajado desde siempre, en las comunidades indígenas y ciudades, también dentro y fuera de los hogares. Entonces la indignación debiera ser por la explotación, como en todo. No es necesario buscar o inventar hilos negros.
El trabajo infantil existe, se encuentra presente desde que las niñas y los niños comienzan a realizar labores domésticas dentro del hogar, los mismos datos del MTI arrojan que la participación de niñas y niños en el trabajo del hogar ha tenido un incremento sustantivo en el mismo periodo, pasando de 65.9% en 2007 a 72.9% en 2019. Pero el trabajo del hogar tiene una carga particular la población de niñas para la cual la proporción incrementa hasta el 75.5%.
Así pues, incluso si la edad para trabajar se incrementa hasta los 18 años, cuando las personas comienzan a ser consideradas adultas, el trabajo infantil no quedaría erradicado, pues el trabajo del hogar prevalecería como una actividad asignada a las niñas, niños y adolescentes.
Conclusiones
Si se quiere eliminar el trabajo infantil, entonces se necesita replantear el concepto de trabajo y sus alcances, para toda la población, no nada más para la población infantil. Pues los derechos humanos son para todas las personas independientemente de su edad.
La visión de la OIT es una visión hipócrita, que se dedica a señalar de forma exclusiva los riesgos y las afectaciones del trabajo infantil de las niñas y niños que trabajan en el campo, en las minas, o en cualquier otra actividad que representa un riesgo no sólo para las niñas y niños, sino para toda la población en general, y deja de lado a las niñas y niños que trabajan a los ojos de toda la población, pero que es bien visto pues no es considerado trabajo, a pesar de que genera un ingreso económico, tanto para las niñas y niños, como para sus familias, y desde luego para las empresas que usan el trabajo infantil.
No basta con crear programas de becas educativas para “motivar” a las niñas y niños a continuar en la escuela, en especial cuando una proporción significativa de la población que no asiste a la escuela, lo hace por falta de interés, es decir, no encuentra la estimulación suficiente en el sistema escolar actual para continuar con sus estudios, por lo cual sería más urgente generar alternativas de ocupación para esta población en particular o cambiar completamente el modelo del sistema educativo para que resulte más atractivo y más fácil el continuar estudiando.
De esta forma, una opción más cercana al contexto para tratar el “problema” de trabajo infantil, es regulándolo, reconociendo que las niñas y niños pueden trabajar si así lo desean, y garantizando que no sólo las niñas y niños no sean explotados en dinámicas nocivas de trabajo, sino la población en general. La única manera de recuperar el trabajo digno, es reconociendo el trabajo infantil.
Y con este artículo no pretendemos decir que NNyA salgan a trabajar ya mismo, sino que es urgente abordar otro enfoque que nos lleve a reconocer que ya existe hasta dentro de casa, y que cuando es fuera, hay un sesgo de clasismo porque en unos está bien y lo llamamos arte, lo aplaudimos, y en otros lo criminalizamos, y hasta masacramos además a los padres de verdugos cuando el contexto de precarización, marginalidad y pobreza es mayor y es externo.
Nuestro punto es que el trabajo existe y ha existido, por lo que mejor debiera orquestarse una serie de cuidado especiales justo porque son niños, porque se trata de trabajo infantil, y hay que ponderar el no abuso, el no sobreesfuerzo sobre su desarrollo, su fuerza física y sus capacidades.
Pero tal parece entonces que, en vez de ocuparse por garantizar menos presión, abuso, o explotación sobre el que ya hay, es más polite y diplomático decir que no debería haber, y sólo oponerse por oponerse, en la selfie del buen activismo.
Referencias
Lamas, Marta (2013) El género, la construcción social de la diferencia sexual. Ediciones Porrúa. México
Sauri, J. (2012). Estudio sobre el trabajo infantil en México a través del análisis estadístico de los módulos del trabajo infantil 2007 y 2009 del INEGI. Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Retrieved from http://oreon.dgbiblio.unam.mx/F/J3PDFNK63NVKXPBV2PY77J4M3FKH7RVVYXDUCVI2KQD6A3723D-02035?func=find-b&request=josue+sauri&find_code=WRD&adjacent=N&local_base=TES01&x=25&y=19&filter_code_2=WYR&filter_request_2=&filter_code_3=WYR&filter_request_3=
Sosenski, S. (2010). Niños en acción: el trabajo infantil en la ciudad de México, 1920-1934. El trabajo infantil en la ciudad de México, 1920-1934 (1a ed.). México, D.F: México, D.F. : El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2010.
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