Corre, dijo la tortuga
- Cámara rota
- 15 jul
- 1 Min. de lectura

Por Nieves García
Cada mañana me miro al espejo y decido quién soy. Luego, decido quién eres tú.
Es un ritual. Me ayuda a empezar el día con una certeza.
Hoy soy la que no necesita recordarte.
Tú, como siempre, eres el problema.
Un nombre con tachones. Una conversación pendiente que ya no importa.
En el metro repaso tus frases.
Tus gestos. Tus errores.
Te escribo en mis notas del móvil como una oración que me sé de memoria.
Llevo seis semanas haciéndolo. Me sobran para conocerte:
— Inseguro.
— Narcisista.
— Roto por dentro.
— Necesitado de sentirse por encima.
Tu inseguridad se huele a kilómetros. Como un perfume barato.
Suena la alarma. Otro día. Mismo espejo.
Pero algo se mueve dentro.
Hoy te echo de menos.
Me he precipitado.
Valías la pena.
Algo de ti. Una posibilidad.
Dices que no estás seguro. Que no sabes si esto es real.
Que no entiendes lo que hago.
Te quedas en silencio.
Miro al espejo y me lo digo, casi en voz alta: esta vez sí, se acabó.
Ni te dejo responder. Hoy decido yo.
Sigues bloqueado. Van tres semanas.
Quiero escribirte. Decirte que no estuvo bien. Que no soy tan firme como parezco.
Pero el orgullo pesa más.
Me llamas. Tu voz no tiembla. Y me duele que no te duela.
Te odio un poco por eso.
Y porque nunca te dije lo que sentía de verdad.
Solo te analicé. Te diagnostiqué.
Quizás hoy también decida quién eres tú.
O tal vez, hoy lo deje en blanco.
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