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Divagaciones



Por Olivier Lozano


El ser humano, animal curioso, posiblemente el más aventurado de los mamíferos, o el más tonto. Desde hace mucho tiempo nuestra curiosidad nos ha permitido dar saltos gigantes para el desarrollo de nuestra especie. ¿O será el ocio?


Sí, muchos de los grandes inventos han cambiado por completo el rumbo de la humanidad, pero ¿Qué hay de aquellos más minúsculos? Aquellos sin tanto protagonismo en la historia universal de los pueblos como es el caso de algunos deportes. Estos también responden al ingenio humano. Muchos de ellos nacen por nuestra interacción con el entorno. Por ejemplo, el fútbol. Antes de nacer en Inglaterra, o de tener un similar en Mesoamérica, los humanos ya pateábamos cosas. ¿Cómo? Pasito a pasito hasta que ¡Oh! ¡Sorpresa! Un objeto es golpeado por nuestro pie. Tal vez el primer ser humano que lo hizo siguió con su caminar. No pasó nada. Pero en algún momento de la historia el ancestro X se sintió emocionado, relajado, extasiado o liberado con ese acto singular. No dudo que haya querido replicarlo y más tarde, compartirlo con sus demás congéneres.


Pero ¿Qué hay con los deportes extremos? Éstos se caracterizan por llevar nuestra vida al límite. Ahora bien, la gran mayoría de estos son practicados por la adrenalina que generan en nuestro organismo. Pero hay uno en particular que no, al menos no de manera clásica: la apnea o el buceo libre.


Este deporte tiene dos características fundamentales. La primera de ellas consiste en suspender de manera voluntaria nuestra respiración. Tremendo atentado contra el sentido común de supervivencia. Pero bueno, sabemos que a veces, cuando ejercitamos nuestra respiración solemos dejar de respirar por unos segundos. ¿Y dónde queda lo "extremo"? En la segunda característica: se hace bajo el agua. Y en la mayoría de las veces en el mar.


En pocas palabras la apnea consiste en la suspensión de manera voluntaria de nuestra respiración para sumergirnos y desplazarnos a las profundidades del agua. La gran mayoría de los apneístas profesionales coinciden en que lo practican por la paz que este deporte les genera. No lo dudo. Una respiración en falso a más de 15 metros bajo el agua y nuestro pulmón y diafragma pueden colapsar. Imaginar una falla a más de 30 metros de profundidad es una invitación a la tragedia.


Algunos consideran que el elemento fundamental de este deporte es la calma. No hay más. La disciplina, el entrenamiento y el acondicionamiento físico están orientados para trabajar en nuestra confianza. En las profundidades la presión se vuelve tan fuerte, que un segundo de angustia se puede convertir en una cifra de mortalidad para la historia.


Yo mismo, sin querer fui un apneista amateur hace unos años, mientras, motivado por la adrenalina, surfeaba en las costas de Oaxaca.


Hacia aquellos días, en semana santa, me encontraba en las playas de Puerto Escondido. Primerizo pero valiente me lancé a montar mi primera ola. La expectativa que tenía de aquel momento era mucho más grande en la imaginación. Mi primera experiencia se alejó por completo del imaginario surfista que durante años me acompañó. No pude levantarme siquiera. Me agarré de la tabla y me dejé llevar a una velocidad que en ese momento pensé que seguro superaba los límites permitidos en una calle cualquiera.


Seguí con la rutina y llegó el momento que tanto imaginé desde que veía Rocket Power en mi infancia: monté la ola. Solo fueron unos segundos porque no pude mantener el equilibrio y caí. La revolcada que me di fue mi primera clase de apnea. En cuestión de segundos dejé de respirar. Sentía como mi cuerpo era arrastrado a una velocidad inimaginable para mí. Bajo el mar, el tiempo se desplaza como péndulo entre la libertad de la superficie y la presión de lo profundo. Sabía que si me esforzaba seguramente perdería fuerza y que, en el afán de respirar, tragaría agua. No lo hice. Me dejé fluir con el revolcón y traté de tranquilizar mi mente. De hacerme con el agua. De fluir con lo que estaba pasando. Acto seguido llegué a la costa. Lo que en la vida real fue menos de 3 minutos, mis músculos y huesos lo sintieron como una eternidad. Pero me quedé con la máxima que todo apneísta comprende cuando está bajo el agua: la paz solo se alcanza cuando calmamos las tormentas de nuestro interior.


La reflexión, tras el oleaje salvaje, me hizo pensar en cómo la práctica de este deporte va consolidando un control del cuerpo que tiene como objetivo abrazar el entorno, y con ello identificarlo como un lugar donde se despliega un escenario complejo de control mental, un ejercicio de autoconocimiento en las profundidades de uno de los lugares más imponentes, el mar. Al final, el buceo libre es un deporte que trata de orientar la voluntad para corporalizar la abrumadora paz que, a veces, habita en nuestro interior.


 

Este ensayo forma parte del proyecto Caribecologías. Ensayos sobre naturaleza, ficción y el Caribe, desarrollado por Olivier Lozano, en el marco del programa PECDA 2022 de Quintana Roo.


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