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  • Foto del escritorCámara rota

El camino



Por Guillermo Martínez Collado


Eran las vacaciones de primavera de hace unos años. Entonces yo aún estudiaba en aquel asqueroso centro privado que mis padres se empeñaron. Casi no se hablaban y era imposible que se pusieran de acuerdo en nada, pero en cuestión de decidir sobre mi carrera no tenían ninguna duda, debía matricularme en empresariales en Bilbao, allí donde se había formado mi progenitor.


Unas semanas atrás, el grupo de chicos con los que compartía habitación en la residencia decidieron que iban a hacer el camino de Santiago. La idea la tuvo ese pelotillero asqueroso de Iván Fernández. Estaba todo el día haciéndole la rosca a De La Fuente, que era de buena familia. Su padre tenía un puesto importante en un ministerio y su madre había sido deportista olímpica. Se tuteaba con el rector y en las discotecas siempre tenía sitio en los reservados. Ser amigo suyo parecía una llave que abría muchas puertas. A Charly le pareció bien, siempre estaba abierto a hacer cualquier actividad deportiva. Y a mí, en fin, creo que me lo preguntaron por compromiso. No tenía muy buena relación con ningún chico, y concretamente mis compañeros me parecían gente muy poco interesante. Prefería pasar mi tiempo viendo una serie de Netflix o escuchando música clásica. Les dije que preguntaría a mi padre con la esperanza de que me obligara pasar las vacaciones con él, así que le telefoneé y le expuse toda la historia. El viejo me escuchó y se tomó unos segundos antes de contestar. Odiaba cuando hacía eso.


-Debes ir. Siempre tienes problemas para estrechar vínculos con chicos de tu edad.


Esto te ayudará. Hablaré con tu madre para que nos deje un fin de semana más adelante.


-De acuerdo entonces.


Cuando colgué ya le odiaba un poco más.


Iván Fernández se encargó de todo. Alquiló las bicicletas y las alforjas. Nos hizo una lista con las cosas que debíamos comprar. Esterillas, chubasqueros, mochilas, etcétera. También nos mandó un mensaje con todo aquello que no debía faltar en nuestro equipaje, como medicinas o artículos de aseo. Ellos parecían muy contentos con los preparativos, eran de ese tipo de gente.


El día antes de empezar las vacaciones salimos a tomar unas cervezas por el barrio antiguo. Paramos en una tasca donde se veían bastantes chicas. De La Fuente e Iván Fernández estaban empeñados en ligarse a una tía y cepillársela como fuera. Charly y yo acabamos hablando con el camarero sobre las mejores películas del dos mil en adelante. Ellos elegían basura como Gladiator o Avatar. Al final todos nos emborrachamos y acabamos llegando tarde a la residencia, por lo que el conserje amenazó con amonestarnos. De La Fuente le aseguró que en unos días sería despedido y acabó vomitando a la puerta del baño común.


La mañana siguiente fue de pocas sonrisas. Nos sobrepusimos a la resaca y a la charla que nos echaron y salimos hacia la estación de tren. Dos horas después iniciamos el trayecto en bici, al principio entre bromas y finalmente en un gran silencio. Charly iba delante en todo momento, detrás De La Fuente y su vasallo, y unos metros por detrás iba yo, escuchando un podcast en un auricular disimulado en mi oreja derecha.


Durante los dos siguientes días atravesamos parte de Cantabria. Cada vez encontrábamos más gente que hacía el camino. El dolor en el culo empezaba a ser considerable y la relación con mis amigos no solo no había mejorado, sino que notaba como si cada vez estuviéramos más lejos. Nuestras diferencias eran más obvias si cabe que dentro de la residencia, donde pasábamos gran parte del tiempo enfrascados en nuestros estudios.


La tercera mañana en Cantabria amaneció con una fina lluvia. A pesar de todo decidimos salir temprano con la esperanza de llegar al final de etapa con el tiempo suficiente para descansar y secarnos. En una pequeña bajada, De La Fuente clavó el freno delantero y salió despedido por encima de la bicicleta. Fue a dar contra el bordillo y se hizo daño en el hombro. Le acompañamos hasta el centro de salud más cercano, donde le dijeron que probablemente tenía la clavícula rota, por lo que debía poner fin a su aventura y volver a casa cuanto antes para recuperarse. El pelota de Iván Fernández se ofreció a ir con él. En un momento habíamos perdido la mitad de los miembros del pequeño grupo que formábamos.


Cuando llegamos al albergue Charly y yo estábamos de mal humor. Nos cambiamos rápido y salimos a cenar unos bocadillos. Los comimos en silencio y yo me retiré pronto con la escusa inventada de un dolor de cabeza. Cuando me acosté aún era de día.


Por la mañana Charly estaba animado. Propuso hacer una etapa doble para así recuperar parte del tiempo perdido con toda la historia del día anterior. Yo no hablaba, solo pensaba en llegar a una cafetería y desayunar como era debido. Pedaleaba muy despacio. Cada poco tiempo Charly se giraba, podía escuchar como refunfuñaba. Al final lo perdí de vista. Aproveché para detenerme en un bar de carretera a tomarme un café y un trozo de bizcocho casero. Saqué tabaco de la máquina y fumé un par de cigarros ahí mismo, ataviado con esas ridículas mallas y un maillot de color fosforito. Una hora después volví a la bici. Me quedé en un albergue que encontré, un poco retirado del camino. No había rastro de Charly, creo que fue el mejor momento de aquellas vacaciones. Me pegué una ducha y al salir vi a un tipo enorme llorando. Era casi albino, muy alto, y solo hablaba en inglés. Era incapaz de hacerse entender con los allí presentes y se veía desesperado. Yo tenía un nivel muy fluido en esa lengua debido a los veranos que pasé en Irlanda. Le pregunté cuál era el problema.


-He perdido el cargador de mi Iphone. Debía avisar a mi novia cuando llegara, mandarle la localización.


Por un momento dudé sobre lo que debía hacer. Lo primero que pensé era que aquel no era mi problema. Luego me apiadé del chico.


-Yo también tengo un Iphone.


Busqué entre mis enseres hasta localizar el cable. El chico, un danés que decía llamarse Lars, me estrechó las manos un montón de veces, e incluso me abrazó. Puso su teléfono a cargar e hizo un llamada. Yo aproveché para mandar unos mensajes a mis padres. Les escribí diciendo que todo iba bien y que cumpliría la ruta en los días previstos. No veía razón para informar de la nueva situación.

Al rato llegó al albergue una preciosa chica rubia. Se abrazó con Lars y ambos vinieron a mi encuentro a darme las gracias.


-No tiene importancia. Cualquiera lo hubiera hecho.


No podía dejar de mirar a la chica de reojo. Lars me la presentó como Ana. Era preciosa y hablaba un español muy fluido.


-De todas formas nos gustaría invitarte a cenar como agradecimiento.


-De acuerdo. Supongo que podemos cenar juntos.


-¿Y cuál es tu nombre?


-De La Fuente.


Primero salieron las palabras, luego pensé en lo que había dicho. Me quise retractar, pero no supe cómo hacerlo, me pareció ridículo. No sabía como explicar que era el nombre de otra persona, que me había, ¿equivocado?


Caminamos como un kilómetro hasta llegar a un pequeño bar que preparaba hamburguesas. Pedimos tres con queso, una ración de patatas y un caldero con hielo lleno botellas de cerveza. Ellos pagaron todo y se mostraron muy simpáticos. Descubrí que me resultaba agradable estar con la pareja, aunque me sentía un poco turbado por el hecho de que la chica fuera tan atractiva. Lars estudiaba literatura inglesa en la universidad y competía en el equipo de triatlón. Ana por su parte estudiaba periodismo y ya trabajaba para una revista de su país. Hacía reportajes de viajes y ellos la habían animado a hacer un especial sobre el camino del norte. Llevaba su cámara a todos lados y hacía cientos de fotos de las que al final solo dejaba un puñado.


Cuando me preguntaron a qué me dedicaba tomé un segundo para responder. Ya había empezado a mentir y no veía razón para no seguir haciéndolo.


-Estudio en la escuela de cine. Quiero ser director, es algo que me apasiona.


Era una mentira a medias. Realmente siempre quise estudiar eso, fueron mis padres los que me sacaron la idea de la cabeza diciendo que era algo sin salida ni futuro. Estuvimos hablando de cine clásico como una hora. Era un tema que dominaban y me gustó, porque nunca encontraba gente con la que hablar de películas antiguas. Cuando volvimos al albergue íbamos dibujando eses en el suelo por toda la cerveza y los licores que habíamos tomado.


A la mañana nos levantamos temprano. Desayunamos algo de fruta y preparamos unos cafés de cápsula en una máquina que tenían en la recepción. Cuando empezamos a rodar había una brisa fresca que hacía estremecer, pero en seguida asomó el sol y la buena temperatura nos hizo detenernos. Ana estuvo echando fotos y yo aproveché para quitarme algo de ropa. Pronto Lars empezó a pedalear fuerte y le perdimos de vista. Yo hablaba con la chica de temas diversos. Cine, literatura o política. Aprovechaba cada oportunidad que tenía para mentir, era mucho más fácil ser otra persona que yo mismo. Así pues, dije que había rodado varios cortos, que escribía en un periódico o que me había afiliado a un movimiento estudiantil de corte ecologista, porque supuse que su ideología iba en esa onda. También me inventé una novia camarera. Dije que nuestra relación tenía altibajos y vine a insinuar que podía ser un impedimento en mi carrera y que eso era algo que no podía consentir. Todo eso dije. En parte eran cosas inspiradas en gente que conocía, pero la mayoría era totalmente inventado. En algún momento temí encontrar a Charly en la siguiente parada. Que viniera a saludar y me chafara así todo el personaje que había creado.


Al medio día llegamos a Asturias. Un mensaje en el móvil de Ana indicaba la situación exacta de Lars. Tuvimos que coger nuestras bicis y caminar por un sendero estrecho y comido por la maleza. Salimos a una pequeña cala que se encontraba a unos cien metros de la costa. El agua se filtraba a través de una cueva y formaba esa playa interior que tenía las dimensiones de una piscina. La pareja se desnudó y se dio un baño allí mismo. Yo los observa a distancia. Deseaba ser alguien así. Sin vergüenza ni tapujos.


Esa noche nos hospedamos en un albergue de Llanes. Invité a mis acompañantes a tomar unas cervezas y luego dimos con una plaza donde un grupo de música rock daba un concierto en directo. Estuvimos charlando con un chico de la localidad. Sus padres vivían en Chicago y él era profesor de francés. Nos presentó a sus amigos y estuvimos departiendo con ellos mientras duró la fiesta. Era algo que no podía imaginar solo unos cuantos días atrás. Verme integrado entre un grupo de gente de todas las edades. Beber y fumar todos juntos. Bailar. Y para ello solo tenía que mentir sobre quién era yo.


La siguiente jornada arrancó con su ritmo habitual. Desayunamos en una concurrida cafetería y cogimos la carretera de la costa. Poco después el pedaleo de Lars se hizo más fuerte y nos dejó atrás, y Ana y yo nos vimos envueltos en nuestra habitual charla cultural. Esta vez sobre pintura moderna. Sus gustos me parecían horribles aunque mantenidos por buenos argumentos.


Cerca de Ribadesella nos desviamos para ver unos bufones. Nos decepcionó porque el mar estaba en calma. Seguimos la ruta por un sendero que atravesaba los pueblos. El camino estaba salpicado por viejas edificaciones de piedra rehabilitadas con materiales modernos. Ana sacó su cámara y empezó a lanzar cientos de fotos. Yo llevaba las dos bicicletas mientras caminaba. Nos detuvimos frente a una casa preciosa. El muro de piedra no era demasiado alto y dejaba ver una enorme piscina. Ana se giró con gesto infantil.


-Vamos dentro. Démonos un chapuzón rápido.


Asaltar así una propiedad privada era algo que jamás habría hecho, pero sí el personaje que había creado. Nos cercioramos de que no había nadie en la casa. Dejé las bicis apoyadas a la sombra, detrás de una árbol que las ocultaba. Saltamos al interior de la finca. Ayudé a Ana, sentí su carne con mis manos, me notaba excitado. Ella empezó a quitarse la ropa. Yo lo hice también, aunque me daba mucha vergüenza. Vi un bañador y un albornoz doblados encima de una hamaca, así que me los puse y ella empezó a reírse. Nos lanzamos a la piscina y nadamos unos largos. Yo miraba continuamente a la verja de entrada temiendo que llegase alguien.


Usamos unas toallas que había para secarnos. Ella se vistió únicamente con la ropa interior. Fui hacia una pequeña casa de invitados, giré el pomo y la puerta se abrió. Miré hacia Ana y ambos pasamos al interior. Estuvimos husmeando en la cocina. La nevera estaba repleta, cogimos yogures y fruta y nos lo comimos. Pasamos a las habitaciones, en los armarios había ropa pasada de moda. Nos probamos algunas prendas entre risas. Ella me miró fijamente.


-Es divertido jugar a ser otras personas.


Me quedé helado. ¿Lo decía porque me había pillado? Quizás lo sabía desde el principio y simplemente me siguió el juego. Entonces se acercó y me bajó los pantalones. Me dio un beso y me atrapó entre sus manos y empezó a hacer movimientos de arriba hacia abajo. De repente un ruido nos sobresaltó. Un coche entró a la propiedad, cuando salimos de la casita nos dimos con los dueños frente a frente.


Me cambié de ropa mientras llamaban a la policía. La mujer y los niños nos miraban con miedo, pero el hombre estaba al borde de la locura. Nos gritó hasta que llegaron los agentes, enfadado por haber ultrajado su propiedad. El madero nos llevó a un rincón apartado para echarnos un sermón. Tras escuchar las versiones supo que aquello no era más que una trastada inocente, pero que iba a traer consecuencias. Nos pidió nuestras identificaciones para rellenar una denuncia. Primero tomó nota a Ana. Yo tenía la esperanza de que ella se fuera mientras apuntaban mis datos, pero no fue así. Se quedó de piedra cuando el hombre repitió mi nombre real en voz alta. Incluso sacó de la cartera mi carné de estudiante.


-Yo también estudié empresariales. Aunque tenía claro que quería ser policía y lo dejé al tercer año.


La chica me miraba sin pestañear. Me disculpé con los dueños de la casa y salimos de la propiedad. Ana miró su teléfono, tenía varias llamadas de Lars. Empezó a pedalear sin mirarme ni decir nada. Yo iba detrás de ella, poco a poco fui dejando que me sacara más distancia, hasta que en una curva la perdí de vista. Salí a la carretera general y seguí hacia Ribadesella. Antes de llegar al pueblo había una estación de tren. Giré hacia ella y saqué un café de la máquina. Marqué el número de mi madre. Después de los primeros tonos, por fin lo cogió.


-¿Si?


-Ha ocurrido algo.


Tras contarle por alto lo sucedido con De La Fuente y colar alguna mentira más me senté en un banco a esperar el tren que me llevara a casa. Pensaba entretenerme viendo los convoyes, pero en todo el tiempo que esperé no pasó ninguno.


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