
Por Nicolás Jaula
Cuando despertó, ya se había ido. Solo quedaba un muñón rosáceo y ligeramente traslúcido que sobresalía del borde de la camiseta de su pijama. No percibía dolor, posiblemente por el shock, pese a que la herida era reciente y se notaba la carne palpitante.
¿Por qué se habrá ido?
Pese a la separación, aún podía sentirlo, arrastrándose por el asfalto, hirviendo por el sol de la mañana. Sus yemas ya estaban lastimadas, probablemente por el peso de llevar a cuestas el resto del brazo.
Pasaban las horas y la conexión se desvanecía.
¿Era por el tiempo transcurrido o por la distancia?
Buscó fotografías en distintos álbumes y se lamentó por siempre posar con el brazo izquierdo dentro de la bolsa del pantalón o el abrigo.
Transcurrieron las noches y el vacío se incrementaba. El hueco que sentía en el estómago le hizo temer que esa fuera la siguiente parte de su cuerpo que se desprendería.
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