Por Omar Cruz
«Yo sólo puedo mostrarte la puerta,
eres tú quien la tiene que atravesar»
(Morfeo, Matrix Recargado).
Cuando el reloj de la catedral dio la última campanada; empujó con sus cuatro brazos aquella pesada lápida hasta lanzarla lejos y lograr salir de aquel horrible agujero. Después se quitó la tierra que tenía en su rostro, boca y pecho —y vio como un gusano verde— recorría lentamente los orificios de su nariz y con la punta de su lengua, lo agarró y lo llevó a lo más profundo de sus intestinos.
Luego decidió caminar, pero se percató que la posición extraña de sus cuatro piernas no le favorecían y se arrancó de un tajo las dos que le estorbaban y las tiró dentro de la fosa en la que había estado enterrado. Una vez superado ese obstáculo, se propuso caminar —y dijo en voz alta—: maldito Leonardo, sos un bastardo, me dejaste en la putrefacción y me cambiaste por este lugar enfermo y decidiste corromper la poca belleza que quedaba en tu alma.
Siguió avanzando a pasos agigantados y en cada pisada que daba; algunos gusanos caían desde dentro de su cuerpo y las cucarachas que lo seguían, los devoraban uno a uno hasta borrar la evidencia. Aquel hombre cruzó la calle con facilidad y al llegar a la boca del parque de la ciudad, se detuvo un momento a ver el Cristo de la catedral y cuando avanzó; aquella estatua gigante se cayó y se hizo pedazos antes de impactar en aquel rústico suelo.
La gente que lo miraba se sorprendía y sentía un grado enorme de repulsión, al ver que de su cuerpo seguían cayendo gusanos verdes y amarillos y notar que un grupo gigante de cucarachas le seguían el paso. Aquel hombre vio hacia todos lados, pero jamás pudo ver a Leonardo —y dijo—: es un hijo de puta, sabe que lo estoy buscando, seguramente se ha escondido en algún ataúd o en los restos de un cuerpo desmembrado, y siguió avanzando muy despacio, dejándose guiar por su instinto para encontrar a su presa.
Un fuerte ventarrón arrancó un rótulo gigante que estaba detrás de aquel hombre y el mismo viento lo llevó hacia él, volándole la cabeza de un solo tajo. Después del impacto aquel extraño hombre se levantó como si nada hubiese pasado y siguió caminando hasta encontrar su cabeza y colocársela nuevamente; como si su cuerpo estuviera hecho de algún poderoso material adhesivo.
Siguió caminando sin detenerse por alrededor de dos horas, —dejando tras su paso— un mar de gusanos y un alud de cucarachas, hasta que llegó a una refinada funeraria, y se paró frente a ella, se vió en los vidrios —y dijo—: este monstruo horripilante en el que me he convertido, aún cree en Dios, aunque este me haya abandonado y permitido que el infierno; consumiera en su caldera más ardiente, lo poco que me quedaba de fe.
Después respiró profundo y pudo sentir el olor a formulina que venía de la funeraria, pero también; a sus fauces había llegado un olor repugnante, semejante al que salía del cuerpo de Leonardo. Y estando seguro de que en ese lugar estaba su presa —se dijo en voz alta—: yo sabía que lo iba encontrar, ahora mi venganza será plena y al fin podré descansar en paz, sin despertar por las noches con el recuerdo de viejas batallas y espantosas pesadillas.
Yo te maté, esto es imposible, como volviste a la vida —dijo Leonardo— con una voz entrecortada. Y vio frente a él, a su creación más hermosa; un cuadro de la época del renacimiento que había nombrado «el hombre de vitruvio» y el dueño de la funeraria que lo estaba acompañando observó detenidamente aquel misterioso ser y notó que no tenía ojos, pero en los agujeros habían dos moscas verdes, en su pecho se notaba un hoyo de proporciones medianas; lleno de todo tipo de parásitos intestinales, y el horror lo terminó de invadir por completo, al ver que sus manos eran las tenazas de un cangrejo y sus pies las patas de un macho cabrío.
El hombre de vitruvio se acercó a Leonardo y él pudo ver claramente; como las moscas
rondaban en su cien y las cucarachas se comían los gusanos que salían de la boca de su estómago. Y Leonardo —le dijo—: ¿qué haces acá? ¿no te cansas de seguir con este tormento? Y aquel hombre horripilante sonrió —y de su boca salió un parásito amarillo— y con las tenazas en el aire —le respondió—: todavía hay una deuda pendiente entre nosotros, y he venido a cobrarla con creces.
El dueño de la funeraria al ver aquella escena se desmayó; y las cucarachas y los gusanos, invadieron su cuerpo hasta dejarlo hecho ceniza. Después de eso, un sonido espantoso y ensordecedor se escuchó en la sala y los vidrios de la funeraria se quebraron uno a uno y el hombre de vitruvio observó a Leonardo —y le dijo—: la hora ha llegado, Belcebú viene por ti, pronto nos veremos en la caldera más ardiente del infierno.
La tierra se abrió en dos pedazos como en una película de ciencia ficción, y desde lo profundo salió un ángel deforme y vio detenidamente al hombre de vitruvio y, a Leonardo y luego de ver el caos en aquella funeraria —les dijo—: ustedes deben pagar la deuda por igual, y el hombre de vitruvio con sorpresa —le respondió—: esto no era parte del trato, me dijiste que el único juzgado sería Leonardo. Aquel misterioso ángel sonrió y de su boca salieron moscas y algunos gusanos —y le dijo—: al pactar con el diablo, las reglas son mías, yo decido quien se va y quien se queda y golpeó dos veces un báculo que tenía en su mano izquierda; y una serpiente dorada salió desde lo profundo de aquella hendidura en la tierra, y arrastró a ambos hombres a las entrañas más ardientes del infierno, a pagar la cuota de sus pecados en las brasas encendidas de la eternidad.
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