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Foto del escritorViridiana RN (@avecesperro)

El secreto de Enrique


Enrique era un contador que moría por ser escritor. Estaba harto de ser lo que no deseaba y había decidido agotar todas las opciones, desde las reales hasta las risibles.


Durante las horas de trabajo no dejaba de pensar en que su vida habría sido completamente distinta si no hubiera escuchado a su padre, ese hombre que nunca se cansó de repetirle que escribir no era un trabajo de verdad y que hoy postrado en su vieja cama no le inspiraba nada más que lástima. En la oficina únicamente conseguía ponerse de buen humor fantaseando con ver su cara en la contraportada de algún libro o en la parte central de un artículo en donde se hablase del talentoso autor del año, en cambio, se debía conformar con ver su reflejo en la computadora vieja del fondo que no dejaba de apagarse a la menor provocación.


Enrique ya no podía con esa vida, minutos antes de las seis veía a sus compañeros guardar archivos, platicar entre ellos, comentar dudas con el jefe y sólo podía sentirse asqueado pues estaba convencido de que ese no era un lugar para él. Merecía estar entre gente que tuviera conversaciones interesantes y vidas más complejas. Posiblemente Enrique era igual a ellos, pero el terror de aceptarlo lo llevaba a juzgarlos.


Camino a casa Enrique se encontró con un muchachito que solía ir a su edificio como repartidor de víveres, aunque no recordaba bien su nombre, le agradaba porque siempre lo consideró un chico extrovertido y de imaginación desmedida. La charla fue breve pero cambió la vida de Enrique. El jovencito le contó que le iba mejor que nunca, que tenía dinero, que sus poemas y música estaban siendo reconocidos y pronto podría comprarse una casa, Enrique sonrió un poco incrédulo pero no descortés, mientras se rascaba la nuca exclamó un sencillo ¡Me da gusto por ti!


El efusivo ex repartidor cambió de tono drásticamente y jaló el brazo de Enrique para acercarlo a él, mirándolo fijamente a los ojos le dijo: tengo la solución a tu problema, puedo oler tu desesperación, y sé que quieres dejar ese trabajo de mierda para echar a andar ese asunto de tus libritos. Enrique se soltó con un leve empujón y se alejó del joven tan rápido como sus torpes pies se lo permitieron.


Al llegar a su departamento no pudo encontrar paz. ¿Cómo es que ese tipo sabía lo que a nadie había contado? ¿Cómo es que a alguien así podía irle mejor que a él? Sintió miedo, sintió envidia, sintió curiosidad. Esa noche Enrique no durmió.


Pasaron los días y él continuaba con su rutina, por momentos se olvidaba del incidente con ese chico hasta que un miércoles después del trabajo volvió a coincidir con él, no se le ocurrió nada más que cambiar de acera y mirar a otro lado como forma de evitarlo, pero no funcionó. Fausto, así se llamaba el ex repartidor, gritó en un tono burlón ¡Enrique, no te escondas, te conviene! Se acercó tan rápido a Enrique que ni siquiera le permitió entrar a su edificio. ¿Por qué ya no me saludas? le preguntó, él respondió entre risas que no lo había visto y que llevaba algo de prisa; Fausto retomó lo último que habían platicado, insistía en que sus intenciones con Enrique eran buenas, quería compartir su secreto porque él siempre le daba buenas propinas y favor con favor se paga. Enrique comenzó a incomodarse al sentir las miradas de quienes iban pasando por ahí, entonces invitó al muchacho a pasar por un refresco y así platicar con calma.


En el elevador Fausto le rogaba que no tuviera miedo y que no cometiera el error de creer que era alguna locura o una historia producto de las drogas, ya que respetar su cuerpo era una cosa fundamental para él. Enrique veía cambiar el número de pisos mientras pensaba en la posibilidad de morir asesinado o ser víctima de un asalto. Al llegar al departamento Enrique entró primero para tomar discretamente las tijeras que estaban sobre la mesita de centro, Fausto hojeaba los libros que estaban por todo el lugar, pasaba los dedos sobre la computadora y los cuadernos que estaban sobre el viejo escritorio.


-¿En serio te gusta tener la computadora aquí? No, no, no.


Enrique le explicó que le gustaba trabajar ahí porque entraba bien la luz, fines prácticos y nada más.


-¡Ah, eso va a tener que cambiar! La claridad del día a veces distrae, somos como las moscas que van hacía la luz, eso se acabó.

Enrique comenzaba a molestarse por las imprudentes observaciones de Fausto, pero no al grado de olvidar la amabilidad.


-Bueno, querido Fausto, fue un gusto encontrarte y hablar pero tengo montañas de trabajo pendiente y todo es para mañana. Otro día comemos, yo te llamo.


Fausto sonrió y le dijo al nervioso anfitrión que con él no era necesario inventar pretextos, eso era cosa de oficinistas, además aún tenían que tratar lo importante. Rodeó la pequeña mesa para quedar sentado frente a Enrique, lo miró a los ojos y le preguntó ¿crees en los demonios? ¿crees en algo más que lo visible y tangible? No me tomes por loco, te lo ruego, sabes que nunca he hablado con mentiras. Enrique no podía ordenar sus ideas, no sabía qué responder, siempre se había considerado un escéptico, un hombre de ciencia, alguien que reaccionaba luego de analizar el hecho. Fausto modificó un poco la pregunta ¿crees que existe alguna fuerza que puede dominar, ayudar o perjudicar sin la intervención humana? Enrique pensó con calma y concluyó que sí, no podía explicarse de otra manera su fracaso como escritor.


Verás, mi estimado Enrique, yo siempre he creído en eso que la gente nombra el más allá, pero para que se entienda nos vamos a referir de esa manera a lo que no podemos entender pero sí sentir y a veces hasta ver, Fausto se puso serio y continuó -la ayuda que yo te ofrezco alguien más me la dio a mí porque vio que soy un tipo listo, y eso pienso yo de ti. Los de nuestro tipo no escatimamos cuando de lograr nuestros objetivos se trata y Él me pidió que te ayudara, Él piensa que puede hacer mucho por ti a cambio de casi nada- ¿Quién es él? preguntó Enrique sudando de nervios. Fausto tomó una envoltura de chocolate que traía en su pantalón y con la pluma que Enrique tenía atorada en la camisa anotó un nombre al reverso ¡Ni se te ocurra leerlo en voz alta porque todo, incluido tú se va a la mierda, es en serio!


Fausto tomó uno de los cuadernos de la mesita y comenzó a anotar una especie de receta, Enrique seguía confundido pero interesado en lo que escribía con tanta disciplina su invitado. Esto que está aquí es tu pase al éxito, es tu oportunidad de ser escritor, no la dejes ir. Enrique comenzó a leer las indicaciones ¿es en serio? no juegues conmigo niño porque tiempo es algo que ya no tengo y tú me estás robando mucho, Fausto no dio mucha importancia al reclamo. Se levantó, dejó caer la nota en las manos de Enrique y le aclaró que después de hacer eso y ver los resultados tenía que aceptar las consecuencias y sobre todo no debería buscarlo más. No es que eso último mortificara al fastidiado contador, pero la cuestión de ver los resultados lo mantuvo intrigado. Fausto tomó una manzana del frutero viejo de Enrique y se despidió, la cara le había cambiado, se veía relajado y contento. Enrique lo acompañó a la puerta y le preguntó si se encontraba bien ¡Mejor que nunca, mi estimado Enrique! ahora sí estoy bien, dijo mientras las puertas del elevador se cerraban.


Ya se había hecho de noche. Enrique estaba algo inquieto por todo lo que había ocurrido, veía su sopa dar vueltas en el microondas para no leer la nota que le habían dejado, encendió el televisor, trató de escribir, se dio un baño y aun así continuaba pensando en la nota. ¿Por qué evitaba leerla? Las preguntas de Fausto lo habían asustado, pero no lo admitiría, para demostrarse lo contrario vio las primeras líneas "COMENZAR LA INVOCACIÓN A LAS 3:30 A.M." dejó nuevamente la nota sobre la mesa y soltó una risa nerviosa. Se fue a la cama tratando de conciliar el sueño con su fantasía favorita, esa en la que es un escritor exitoso y reconocido, sin embargo eso también lo llevó a la nota y a Fausto, vio el reloj y faltaban pocos minutos para las 3:00 A. M. salió de la cama para ir por el papel con la idea de calmar su curiosidad y demostrarse que no tenía miedo.


La nota decía algo así:


COMENZAR LA INVOCACIÓN A LAS 3:30 A.M.

Invocación a ___________


MATERIALES:


- Cinco velas negras

- Incienso de mirra

- Cinco copas de licor

- Tiza de cualquier color

- Aguja esterilizada

- Papel blanco y lápiz o bolígrafo

- Recipientes de cristal

-

-

-

- Leer en voz alta lo siguiente: ______ Yo te llamo, ______, Demonios que siempre escucha, Señor que observa a todos los que practican las artes oscuras como yo. Guíame, favoréceme y a cambio tómame.


Completado el ritual es importante colocar un altar digno a ________ en tu habitación, en la esquina que más te guste.


El reloj estaba próximo a marcar las 3:30 A. M. había decidido ya hacer la prueba ¿qué era lo peor que le podía pasar? Consideraba que no podía vivir más infeliz, montar un altar y leer unos párrafos no le llevaría mucho tiempo. Decidió ir a dormir, habían sido ya demasiadas emociones para un hombre tan cansado. Al día siguiente, después del trabajo compró en el Mercado de Sonora todo lo que la receta requería, la visita a ese lugar le pareció divertida, estaba contento y por momentos se mostraba convencido de que _______ le ayudaría a lograr su sueño.


Ya en su departamento el tiempo transcurría más lento que otros días, ansiaba que en todos los relojes el número 330 se anunciara. Tenía todo preparado, incluso trató que el altar fuera agradable a la vista, se dio cuenta de que estaba emocionado. Finalmente la hora llegó, hizo todo al pie de la letra, tenía esperanza de que eso funcionara, leyó en voz alta lo indicado, dejó caer unas gotitas de sangre, pero nada pasó. Enrique esperaba ver rayos entrar por su ventana, cuadros romperse o crucifijos volteados, muy al estilo de las películas de terror, claramente no ocurrió. Se fue a dormir algo decepcionado.


Al amanecer siguió con su rutina pensando que la desesperación lo había llevado a caer en una broma infantil, al entrar a su departamento vio que algunos cuadernos que tenían sus ideas para novelas estaban abiertos. Entró a su cuarto y escuchó a una voz ronca y desagradable decir: Soy _________ ya estoy aquí, tú me llamaste. Es momento de tomar y cumplir. Enrique no daba crédito a lo que ocurría, pensó que ya había enloquecido y encendió la luz como última forma de aferrarse a la cordura, pero no vio nada. Al apagar la luz nuevamente lo escuchaba, _________ le pidió que llevara la computadora a la esquina que estaba frente a su altar pues tenían mucho por hacer.

Enrique lo hizo, estaba asustado sí, pero también estaba seguro de que por fin había llegado su momento, ya era tiempo de ser reconocido y valorado.


Hizo todo lo que _________ pidió, se sentó a escribir sin encender la luz, lo único que lo alumbraba era el monitor, cada palabra que tecleaba le era susurrada por ________. Todo era hermoso, el mismísimo Dios tendría envidia de lo que sus dedos escribían. Escribió sin parar durante seis días, ya no iba a la oficina, comía y dormía hasta que sentía que sus ojos se cerraban. Dejó de atender las llamadas de su madre y no se molestó en ir por su liquidación. Se detuvo hasta que terminó diez libros. ________ le dijo a cuáles editoriales ir, cómo vestirse, a quién buscar, qué decir, cuánto pedir, etcétera.


En menos de cinco meses Enrique ya tenía todo por lo que había trabajado más de 30 años, vivía en un sueño. Un día de tantos, al volver de una fiesta ________ le pidió que cumpliera con su parte, le explicó que no era más que darle algo de sus sueños y ser su hogar muy de vez en cuando, para Enrique eso que le pedían no era más que verborrea ¿Ser el hogar de un demonio? Eso nada más se veía en novelas o películas. Aceptó sin preguntar nada. Más tarde Enrique recordaría ese día como el peor de su vida, desde ese momento no dejó de tener pesadillas, dolores y miedos inexplicables. En sus sueños él era quien irrumpía en los aposentos de las primeras mujeres santas, era quien entregaba a los varones recién nacidos a Herodes, era quien ofrecía monedas de platas a un traidor, era quien escupía al más necesitado y quien lanzaba maldiciones a quien más lo amaban. Optó por no dormir.


Dejó de asistir a sus tan anheladas tertulias porque no dejaba de escuchar los gritos de niños quemados o los llantos de los hombres muertos en guerra, el sufrimiento de la humanidad se condensaba en lo que escuchaba y soñaba. Enrique intentó terminar con tanto sufrimiento poniendo una bala en su cabeza, pero no funcionó, _________ lo regresó a la vida con el cráneo intacto y le explicó que aún tenía una deuda que saldar, y lo invitó a seguir escribiendo con un tono de burla.


Enrique malvivía y como último recurso buscó a Fausto, ese sin vergüenza ¿Cómo le pudo hacer algo así? Pasó semanas sufriendo hasta que lo encontró de nuevo, ahora era repartidor de un restaurante libanés, tuvo que acorralarlo en una calle solitaria para que nadie quisiera ayudarlo, no se lo merecía. El muchacho no se sorprendió al verlo, pidió perdón un par de ocasiones, pero no más, no se mostró arrepentido.


- Enrique no deberías enojarte conmigo, tú lo querías, tuviste la opción de no hacerlo. Dijo Fausto mientras se sacudía los hombros y subía nuevamente a su motoneta.


- Dime cómo lo detengo, no me importa perderlo todo, ya no puedo seguir así ¡Por piedad! Fausto no fui malo contigo, no lo merezco.


Fausto lo miró con tristeza, le comentó que _______ sólo se le presentaba a quién ya estaba podrido y a quien ya nadie estimaba. Enrique no podía creerlo, siempre se pensó buena persona, y amado por muchos. Fausto lo sacó de letargo para decirle que sí había una forma de deshacerse de________, consistía en hacerle lo mismo que él le hizo a alguien más, debía de ser una persona podrida, eso sí. Según el joven era sencillo encontrar a gente así, el mundo estaba lleno de personas que arruinaban todo con tal de llegar a donde querían; era cuestión de observar con atención y tener un poco de paciencia. Enrique agradeció el gesto de Fausto y a cambio le aseguró no volver a buscarlo. Nunca se volvieron a encontrar.


Enrique comenzó su búsqueda. Visitó desde centros bancarios, sedes de partidos políticos hasta parques y multifamiliares. Volvió a su vida normal y aburrida, no sabemos quién fue su víctima pero sí sabemos que Enrique nunca regresó al departamento en el que montó ese altar a _______. De él no quedó rastro, al igual que sus libros y las regalías, todo pasó al olvido como si nada de eso hubiera ocurrido. El temible _______ supo limpiar todo rastro del intercambio, ese es requisito antes de habitar un nuevo cuerpo.

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