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Gentrificación en México: entre el desarraigo urbano y la herencia del servilismo cultural

  • Foto del escritor: Cámara rota
    Cámara rota
  • 24 jul
  • 3 Min. de lectura

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Por Irving XC


En los últimos años, México ha sido testigo de una oleada intensa de un fenómeno llamado gentrificación. Este fenómeno, aunque global, adquiere particularidades preocupantes en el contexto mexicano. Este proceso no solo transforma barrios mediante la inversión extranjera, sino que desplaza a poblaciones históricas, modifica el tejido social y profundiza desigualdades estructurales ya existentes. Lo que comenzó como una estrategia para dinamizar economías locales se ha convertido, en muchas regiones, en una forma sutil —pero poderosa— de despojo.


Territorios como Tijuana, Los Cabos y Cancún fueron los primeros en mostrar señales de este cambio. A lo largo de las últimas décadas, estos destinos turísticos se moldearon para satisfacer las expectativas del extranjero, relegando a las poblaciones locales a roles serviciales y empujándolos, muchas veces, fuera de sus propios espacios. Sin embargo, fue en la Ciudad de México donde el fenómeno adquirió un nuevo rostro. En 2022, la entonces jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, firmó un acuerdo con la UNESCO y la plataforma Airbnb para impulsar el arribo de "nómadas digitales" a la capital. La iniciativa, orientada a posicionar la ciudad como un polo de trabajo remoto y turismo prolongado, parecía tener buenas intenciones. Sin embargo, como suele suceder, las intenciones sin planeación se convierten en errores estructurales.


La llegada masiva de extranjeros con ingresos superiores al promedio local generó una distorsión inmediata en el mercado inmobiliario. Rentas que hace apenas unos años eran accesibles para estudiantes, familias o trabajadores, hoy están completamente fuera de su alcance. Barrios históricos como la Roma, la Condesa, Coyoacán e incluso zonas populares como la Doctores o Santa María la Ribera han visto aumentar sus precios y cambiar su fisonomía. Cafés hipsters, galerías boutique, supermercados gourmet y edificios con estética minimalista emergen donde antes había mercados, tianguis o vecindades.


Pero el problema va más allá de lo inmobiliario. En el fondo, la gentrificación en México revela una herida cultural más profunda: la idealización del extranjero. Durante décadas, lo extranjero se asoció con lo moderno, lo avanzado, lo deseable. Esto ha promovido una mentalidad colonial aún persistente en el imaginario colectivo mexicano: la del servilismo. El mexicano se adapta, se vuelve útil, servicial; incluso llega a rechazar su propia cultura, su idioma, su acento, su color de piel, con tal de "pertenecer" o de no incomodar. En este contexto, el racismo no viene solo de fuera: está interiorizado, naturalizado y, muchas veces, disfrazado de cortesía.


A esto se suma una falta evidente de políticas públicas efectivas. Mientras países como España, Portugal o Canadá han comenzado a regular el alquiler de corto plazo, imponer impuestos a plataformas como Airbnb o establecer cuotas máximas para la renta, en México las autoridades han sido lentas, cuando no cómplices. Sin una legislación clara, el mercado se autorregula —es decir, se desborda— y quienes pagan el precio son siempre los mismos: los sectores populares.


Por ello, urge un replanteamiento integral. No se trata de rechazar al extranjero o frenar el turismo, sino de generar condiciones equitativas. Regular las rentas, proteger a los arrendatarios, garantizar vivienda asequible, imponer contribuciones fiscales a las plataformas digitales, fomentar el arraigo barrial y, sobre todo, resignificar lo propio. Es momento de preguntarnos si queremos ciudades cosmopolitas que excluyen o ciudades vivas que integran.


La gentrificación no es inevitable, pero requiere voluntad política y conciencia social. Es hora de dejar de romantizar la modernidad importada y comenzar a construir un futuro donde lo mexicano no sea solo folclor para el visitante, sino dignidad para quien habita.


Soy Irving Xc y me gustaría conocer tu opinión, pues a final de cuentas, la opinión de cada uno nos abre perspectivas más amplias de este mundo.

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