
Hace 3 semanas fue que dejé a Irene. Lo nuestro era dificultoso, su calor, su alegría y su forma de amar me desconcertaban. Algo escondía, no era normal tanta belleza y ternura. Tal vez un día me iba a dejar o pretendía matarme a media noche. Vaya usted a saber.
Temprano, cuando el gallo cantaba, ella ya estaba levantada recorriendo el maizal. Irene es como el sol que desde muy temprano alumbra la sierra, le gusta cantar y, aunque no tiene una voz privilegiada, siempre canta, la escuchaba hacerlo en voz alta cuando recolectaba maíz, chayotes y ciruelas. Tiene unos ojos grandes y oscuros, tan oscuros que si los miraba mucho tiempo, me daban miedo. Sus labios eran gruesos, quería besarlos pero no podía, me daban algo, no sé qué.
Cuando estaba con ella me llenaba de admiración, cómo mostraba su piel color barro, color canela y olor jazmín. El viento volaba su largo cabello negro y así andaba por la milpa, cuando la hierba ya estaba crecida le llegaba hasta el vientre. Cuando me hincaba ante ella, también besaba su vientre, lo envolvía con mis brazos; era mi tierra fértil, mi cañada, mi ruda y mi copal. Su sangre jalaba mi sangre, era como un fuerte imán. Yo solo podía rezarle, llorarle, y despreciarla por ser tan grande y adueñarse de lo poquito hay en mí.
Era y mi diosa mística; mujer de bronce, mujer colibrí y mujer montaña. Deseo ser su sombra, poder sentir su aroma, pero la odio y la maldigo hasta el último de mis días, la odio por ser mi aire, por que quisiera morirme para no pensarle. Estoy enamorado de su vida y me he olvidado de la mía.
La detesto más porque es valiente, no miente y alza la frente aunque sabe que no todo está bien. Lucha y es aguerrida, no se cansa de hacer tortillas y nunca pierde su sonrisa. Ella me ilumina y me oscurece; prieta chamana, prieta linda, prieta azabache. El viento, el cerro y las flores son su follaje.
Esta es la tercera vez que la recuerdo en la semana, es la tercera vez que le lloro, ya no me duele tanto como el primer día, ahora solo me observo, a veces quisiera regresar con ella aunque nunca podré librarme de la desconfianza, su querer no es a mi lado. Quisiera olvidarme de su nombre y morirme en pocas palabras. Algún día quisiera dejar de odiarla, la verdad lo que más deseo, es dejar de amarla.
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