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  • Foto del escritorCámara rota

Juan Pérez y la tarde en un parque






Por Luiz



En un parque cualquiera, que bien podría ubicarse en la calle de la Razón cruz con Avenida de la Lógica, la tarde cae suave, posándose indiferente sobre el inmóvil cuerpo descalzo de Juan Pérez.


Absorto, Juan se pierde contemplando la línea de su horizonte, siempre a la exacta distancia que lo separa de este, inconmovible ante sus esfuerzos por llegar hasta ahí, a un todo fantasma, a una nada contundente y negada.


"La realidad es una fantasía que cruza de largo, a la carrera” — piensa Juan. — "Es la mujer que no tiene nada que ver con nosotros, pero que, al toparse uno con ella, en un instante resulta ser vital, indispensable, y corremos tras esta como si en eso nos fuera la vida. Así es la realidad. Sueños en empaque para llevar. Necesarios al momento. Desechables. Haga su elección".


- "Es la zanahoria que cuelga atada a la vara que llevamos amarrada a la cabeza, quedando esta suspendida ante nosotros, y que ansiosos tratamos de alcanzar. Conejos del Siglo XX"- Juan cavila sobre estas cosas sin admitir en ello más que un suave entender, sin juicios ni exaltaciones, sin arrebatos ni depresiones, casi como resignado, casi como perdido. Casi.


— "Orden, ley, código, horario, regulación, mandamiento y norma" — todo lo establecido le suena más hueco que de costumbre y sigue pensando. — "Oquedades dentro de oquedades en los que los ecos de gritos humanos se pierden para no ser oídos en su angustia y vacuidad, llenándose la boca de aire con sabor a polvo estéril, a muerte desabrida".


— "Civilización que cala hasta los huesos" — espera un momento antes de continuar, como recolectando piezas de su ser, como hurgando en su caja de piedras raras encontradas en el camino, organizando la colección en un orden único, solo comprensible para sí mismo.


Y en silencio, alza su voz hacia dentro.


"¿En qué aséptica unidad de laboratorio se gestan futuros milagros técnicos para una aldea que no sabe porque ha de usarlos para vivir?" — "¿No es extraño como las pupilas de una esquelética niña limpiavidrios se contraen exactamente al mismo ritmo del especialista en viajes virtuales por Internet al contemplar ambos la llamarada de un nuevo sol sin ozono nacer?" — "¿Qué hay de la pareja que fornica al ritmo de una balada cursi, con tanto esmero y dedicación que cualquiera pensaría que es para crear un nuevo ser y no para llenar un látex de semen?".


Sosteniendo entre sus dedos el cigarro que acaba de encender, Juan continúa debatiendo en su cabeza. Mientras, una gris multitud pasa de largo, sin siquiera reparar en el metro cuadrado de pavimento que ocupa sentado, ni en la trama de humo que caprichosa dibuja el cigarro que ahora fuma lento en caladas profundas.

"Pero finalmente ¿qué importa?".


"¿Qué importan los empaques plásticos de un lipstick que tardan dos mil años en ser digeridos por la tierra?" — "¿Que importa la justicia que encierra a un doble homicida y lo libera después, por corto tiempo, solo para titularlo de triple?" — "¿Qué importa si se gasta una vida en la miseria para crear una obra maestra que se subasta cien años después en Sotheby´s por un millón de dólares a un empresario que solo la ve como una buena inversión?" — "¿Qué importan los ojos suplicantes de un niño africano en un folleto de UNICEF con el que la señora encargada de la limpieza en un congal recolecta Kleenexs llenos de las gracias lechosas de un cliente más en la cama 5?".


"De verdad, ¿qué importa?" — concluye de pensar Juan.


"¿Qué importa mientras se pueda gozar de un mundo que logra existir precisamente por estas cosas?" — agrega finalmente Juan, al tiempo que una leve, casi imperceptible sonrisa asoma en su rostro.


"Aún estamos a tiempo de llegar Señor" — se escucha una formal voz sugerirle a Juan.

"¿De verdad?" — contesta Juan tranquilo sin voltear a ver, y botando su colilla con el índice tras una última calada.


"Sí señor" — replica educada la voz.


De un salto Juan abandona la acera del Central Park, para enseguida calzarse sus finos zapatos italianos mientras se sacude su traje. — "Armani, por supuesto" — piensa el satisfecho.


Tras cerrar la puerta de la limosina, con Juan cómodamente instalado sobre sus asientos de piel, el chofer enciende los doce cilindros de un motor que despierta ronroneando suave bajo el capo.


"Si no es indiscreción, Señor" — pregunta tímida el chofer, al tomar la salida de la autopista principal al aeropuerto, media hora después — "¿en qué meditaba tanto?".


Dando una profunda calada a un nuevo cigarro recién encendido, la respuesta de Juan surge entremezclada con la bocanada de humo que expele sereno, aun viendo por la ventanilla que nítida proyecta un paisaje de pequeños luceros multicolor y que raudos pasan sobre un negro manto terciopelo.


"It’s a wonderful life, compadre" — contesta Juan carente de toda emoción.


Y el chofer, mirándole de reojo por el espejo retrovisor, concluye sonriente — "Indeed, Sir".

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