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Foto del escritorCámara rota

La higuera



Por Luiz


Había una vez un hombre que muy joven quedó viudo. Su esposa había muerto de una enfermedad incurable y él se encargó de sus 2 hijos, un niño y una niña. Conoció poco después a otra mujer de la cual se enamoró y con la que se casó. La mujer, aunque dulce y tierna con el marido, era cruel y despiadada con los hijos del hombre cuando él estaba ausente. Lo cual era muy frecuente pues él tenía que salir a trabajar fuera de la ciudad y se iba confiado en que su mujer cuidaría de sus hijos.


Lo único que aquella mujer amaba, aparte de a su marido, era a una higuera que estaba plantada en el amplio patio trasero de la casa. Todos los días procuraba regarla y mimarla como si fuera su hijo. Aquella planta había crecido grande y frondosa y comenzaba a dar sus primeros frutos. Para disgusto de la mujer un día descubrió que sus hijastros subían a la higuera para arrancar los higos y comerlos. Montada en cólera la mujer propinaba castigos ejemplares a los niños y les ordenaba alejarse de su higuera. Sin embargo los niños a la primera oportunidad volvían a hacerlo. Quizá por el delicioso sabor de los higos, quizá porque de alguna manera sentían que tomaban venganza en contra de su infame madrastra. El caso era que continuaban saboreando los dulces frutos de la higuera.


Por fin un día la madrastra lanzó una última y terminante amenaza: Si volvía a sorprenderlos tomando los higos ella misma los mataría con sus propias manos. Sobra decir que los niños hicieron caso omiso de la advertencia y una tarde volvieron a tomar de los frutos. Apenas estaban por saborear su botín cuando la madrastra salió de la casa enfurecida y se abalanzó sobre el niño. Tomándolo del cuello comenzó a ahorcarlo mientras su hermana miraba la escena congelada de terror. Tras unos momentos de movimientos y forcejeos que fueron apagándose, las manos de la madrastra por fin se abrieron para dejar caer lentamente el cuerpo sin vida del niño.


Volteándose hacía la niña la madrastra la amenazó de muerte si ella llegaba a rebelarle la verdad a su padre. Después de encerrar a la niña en un cuarto, tomó una pala y cavó un hoyo en la tierra que estaba justo a los pies de la higuera. Ahí con sumo cuidado enterró al niño y regresó a la casa a esperar a su marido.


Al llegar por fin el hombre la mujer lo recibió llorando y diciéndole que el niño se había extraviado. El marido por varias semanas no cejó en su empeño por encontrar a su hijo supuestamente perdido. Pero todo su esfuerzo y el de las autoridades fueron en vano. El niño no aparecía.


Una noche el hombre, cansado y abatido, se levanto a mitad de la madrugada sin poder conciliar el sueño. Era una noche calurosa y salió al patio trasero a refrescarse. Ahí a la luz de la luna alcanzó a ver los frutos de la higuera y se le antojó tomar uno. Estiró su mano y, al momento de jalar el fruto para arrancarlo, desde el follaje de la higuera surgió un murmullo, que bien podría haberse confundido con el viento pasando entre las ramas y hojas, pero que claramente era el sonido de una voz que susurraba una canción:


"Papacito de mi vida

No me estires los cabellos

Que mi madrastra me ha matado

Por un higo que he cortado"


Inmediatamente el hombre soltó el higo sorprendido y aterrado. Volteó a ver la higuera y los demás árboles del jardín para verificar si acaso había sido el viento colándose entre las hojas lo que había ocasionado aquel misterioso sonido. Sin embargo las ramas permanecían quietas. No soplaba viento alguno esa noche. Regresó inquieto a la cama y sin poder conciliar el sueño repasó intrigado una y otra vez en su cabeza la fantasmal canción.


A la mañana siguiente les contó a su mujer y a su hija la extraña experiencia de la noche anterior. La mujer sintió como la sangre se le helaba en sus venas y comentó nerviosa que tal vez el cansancio por la búsqueda del niño le había afectado sus sentidos. El marido insistente llevó a las dos al jardín trasero y señalándoles el higo que había intentado cortar les pidió que prestaran atención. El hombre apenas si apretó el fruto cuando la misma susurrante canción surgió clara de las entrañas de la higuera. La mujer gritó aterrada.


La niña entonces, llorando y abrazando a su padre, le reveló la horrenda verdad que, bajo amenaza de muerte, la madrastra le había pedido no revelar. El hombre tomó la pala y tras cavar desesperadamente a los pies de la higuera encontró el cadáver de su hijo; y abrazándolo lloró amargamente.


La mujer terminó sus días en la cárcel. El hombre y su hija rehicieron su vida en otra ciudad. Con el tiempo él se volvió a casar con otra mujer, esta sí, amorosa para con ambos. En cuanto a la higuera esta permanece aun hoy día en la antigua casa, creciendo verde y frondosa.


Nadie ha vuelto a escuchar voz alguna surgir de ella.


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