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Las letras

  • Foto del escritor: Nicolás Jaula
    Nicolás Jaula
  • hace 19 horas
  • 2 Min. de lectura

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Por Nicolás Jaula


Entró a la habitación ansioso y sudado, repitiendo como un autómata cada palabra que se había originado en ese inusual momento de inspiración. La mejor historia de horror jamás imaginada había irrumpido en su cabeza como un puñetazo en la nariz, justo mientras viajaba del trabajo a casa en el transporte público.


Aventó la mochila, el saco y se aflojó la corbata azul marino. Se sentó frente al escritorio, encendió la computadora y, mientras el sistema iniciaba, secó el sudor de su frente con las arrugadas mangas de la camisa.


Su mirada se concentró en la página en blanco, haciendo aparecer caracteres negros que pronto se convirtieron en palabras, frases y párrafos extensos. Nada existía a su alrededor; solo la terrorífica historia que fluía de su mente, conectada a sus dedos como los tentáculos de una criatura de Lovecraft.


El tiempo transcurría. Ni los chillidos de sus gatos ni los fuertes golpes en la puerta consiguieron desconcentrarlo de su labor. Pasaron minutos y horas, mientras los ruidos de su estómago vacío acompañaban el tecleo fuerte que provenía de esa máquina que se había convertido en una extensión de sí mismo.


El sudor se intensificó, como una lluvia que emulaba la tormenta que rugía afuera. Su teléfono no paraba de sonar y vibrar, los gatos de maullar, ni su corazón de latir con furia por la excitación de lo que estaba creando.


Segundos antes de colocar el punto final e imaginar una sonrisa de satisfacción en su rostro, su cerebro cortó. De pronto, fue engullido por una imagen de oscuridad total que le impidió sentir nada más. Ni siquiera escuchar el sonido del golpe seco que provocó el desplome de su cuerpo sin vida desde la silla.



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