Voy parado en el pasillo del autobús.
Va el autobús por una antigua carretera
que atraviesa el bosque.
Miro de una muchacha sentada
el rostro dormido
e iluminado en parte
por la débil luz de luna
que entra por la ventana.
De súbito aprieta el ceño y tose
y me parece su rostro
como el de una anciana.
Entre la penumbra
veo a los otros pasajeros,
lúgubres sus rostros inanimados.
Miro hacia afuera,
los árboles como sombras terribles pasan,
luego regreso la vista a mis compañeros:
pasajeros pardos
fantasmas dormidos.
Somos como un puñado de huesos
llevados en una gran carroza fúnebre
a un todavía ignoto cementerio.
Arman Tleyotl
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