Primera muestra digital colectiva de microficciones
- Cámara rota

- hace 3 días
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El lugar de las niñas
Por Mayanin Jiménez
Como la nueva cepa se nutre de estrógeno, las mujeres jóvenes fallecen en días. Las niñas se aislaron y las viejas nos encargamos de cuidarlas. Hemos visto morir a todas nuestras hijas mayores sin poder evitarlo, y para colmo, ahora no solo luchamos contra la muerte y el tiempo cruel que sentencia con hormonas a las pequeñas. Se suman a este horror las numerosas hordas de varones, que exigen niñas para sí.
La oscuridad
Por Nicolás Jaula
Despierto en el corazón de la oscuridad. No es la noche; es el vacío absoluto que se ha tragado hasta el eco y la luz. Los tambores repican dentro de mi pecho, con un ritmo frenético, y las venas, como ríos a punto de desbordarse, bombean sin parar. Me incorporo por un impulso, una sacudida que me exige huir.
Desciendo los pies hacia el abismo, y tardo una eternidad en sentir el suelo helado, como un bloque de mármol invisible. Extiendo las palmas por delante, intentando reconocer el perímetro. Camino, palpo, busco el roce de una pared o un objeto conocido, pero solo encuentro la nada.
Me invade el vértigo. Siento que mi cuerpo empieza a flotar sin control, ingrávido y suspendido. Vuelvo mis manos hacia mí, buscando el calor de mi propio rostro, el contorno de mi torso, la familiaridad de mi piel. Pero mis dedos se hunden en el mismo aire frío.
La revelación es un escalofrío sin cuerpo: ya no estoy. Solo queda el espacio donde mi cuerpo solía existir, un hueco de memoria en medio de la oscuridad total.
El último recuerdo
Por María José Palmeros
La cápsula vibró con un zumbido antiguo, deteniéndose justo donde el GPS temporal de 2347 le había prometido: un callejón mojado, un martes cualquiera de 1998. El viajero, sin nombre y sin prisa, salió.
Su misión no era prevenir guerras, ni matar tiranos. Estaba harto del futuro perfecto: la telepatía obligatoria, la comida sintética insípida, la paz eterna y plomiza. Se acercó a un contenedor de basura de metal oxidado. Olía a fermentación, a humedad y a un glorioso fracaso humano, una sinfonía de imperfección que su siglo había esterilizado.
Buscó y sacó un paquete de cigarrillos olvidados, gastados, pero secos. Encendió uno con un viejo mechero de fricción, una reliquia. La primera bocanada no fue humo; fue libertad y riesgo, sensaciones extintas en su era.
Escuchó un pitido de advertencia: el portal temporal se cerraba. Tiró el cigarrillo a medias contra el asfalto. No necesitaba más que la memoria exacta de aquel sabor. El futuro aséptico jamás podría borrarlo. Regresó a la cápsula, el perfume ilícito del tabaco grabado en su traje, una evidencia de su breve y perfecta traición.
Esta primera muestra digital de microficciones está compuesta por los trabajos finales generados durante nuestro curso en línea: "Literatura mínima: crear microficciones con impacto". Si estás interesado en participar, puedes acceder a él en el siguiente link.





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