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Tres fragmentos bajo la lluvia

  • Foto del escritor: Nicolás Jaula
    Nicolás Jaula
  • 18 jun
  • 2 Min. de lectura

Por Nicolás Jaula


I.


Un niño hace berrinche en el metro abarrotado de gente, probablemente por no haber conseguido que le compraran el juguete visto en el supermercado. Sus padres, exhaustos y frustrados, lo dejan desahogarse a pesar de la estridencia e incomodidad de la escena.


De pronto, cuando el tren emerge del túnel oscuro y se descubren las calles y avenidas pintadas de blanco por la lluvia con granizo que se había desatado durante el viaje de regreso, el niño detuvo de golpe sus lágrimas para ensimismarse en ese momento que tal vez presenciaba por primera vez.



II.


Los tres amigos, de unos doce o trece años, viajan por primera vez solos y sin supervisión de sus padres. ¿El destino? El Museo Nacional de Antropología.


Portan sus mejores ropas y mantienen dibujada en sus rostros una sonrisita nerviosa y pícara durante toda la aventura. Con libreta y bolígrafo en mano, realizan el recorrido del museo, que en otro contexto les resultaría tedioso y aburrido.


Al finalizar, notan que en el exterior se ha desatado una tormenta que ha teñido todo de un gris turbio. Con una mirada cómplice y sin decir palabra, el trío sale corriendo con los hombros encogidos y riéndose al unísono, registrando todas sus sensaciones para siempre.



III.


En otro momento y lugar, la lluvia sería una total molestia: los charcos, los pantalones mojados y los tenis llenos de lodo.


Esta vez no. Estaba con ella, abrazados y sonriendo, cubriéndose de la lluvia debajo de la lona de un local de refacciones. Lo que siempre traía la lluvia se volvió cómplice de ese primer amor: los charcos, los pantalones mojados y los tenis llenos de lodo.

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