Anatomía de lo que no cicatriza
- Cámara rota

- hace 4 días
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Por Francisco Noriega Ortega
Acto I:
Entre grietas de mi piel
el llanto desborda,
lento.
Me muerdo,
escupo,
supuro.
Hay algo en mí
que quiere salir
como larvas bajo la piel.
No lo quiero,
pero está ahí,
se filtra en la médula,
en el aliento gastado,
en la raíz de cada gesto.
Abrázame el tiempo,
pero no con ternura.
Estréchame
hasta que solo quede
la silueta carbonizada
del recuerdo.
Un marco vacío,
una imagen que se funde
con el olor a metal caliente.
El cielo permanece quieto,
como si supiera
que algo está por arder.
Tú ya no estás.
Solo el eco
del obturador
dispara al vacío.
Acto II:
Te hago altar
con mis manos sucias.
Ofrendo mis días
como si el sudor fuera incienso.
Camino descalzo
sobre las brasas,
creo que el dolor
es prueba de fe.
Me arrodillo
frente a tu pecho,
y no vuelves el rostro.
Prometes
revivir mis aves.
Pequeñas.
Frágiles.
Mueren siempre
bajo las alas de la libertad.
Caen a mi alrededor.
Parvadas.
Grandes.
Pequeños.
Todos mueren al final.
Solo queda
el ruido
de algo rompiéndose
dentro del cuerpo.
Extiendo mi alma
como árbol
en medio del desierto.
Seco.
Hueco.
No florece.
Intento con las manos,
pero están llenas de polvo.
No soy refugio.
Soy sombra inexacta
que gotea fuego.
Me desplomo
sobre mí mismo,
y aún así,
nadie me habita.
Acto III:
Soy mis errores,
el pasado tatuado
con sudor y sal.
De mis poros
supura angustia.
El corazón
permanece preso de un tormento
en esta cruel mudanza.
Anhela un alma libre,
hallar la paz,
romper la lanza.
Los nombres
que no digo
arden en mi lengua.
Amo con las manos abiertas,
y los veo escapar
como moscas espantadas.
Este cuerpo
late a un ritmo
que anuncia su propio final.




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