Todo había cambiado, ya nada era igual.
La máscara lo sofocaba y las piernas le dolían por pasar tantas horas de pie esperando a sus víctimas en la oscuridad.
Esconderse dentro de los viejos armarios o detrás las cortinas polvosas habían dejado estragos en sus vías respiratorias. Incluso, un par de meses atrás, experimentó un ataque de tos mientras estaba a punto de acuchillar a alguien, arruinando por completo el momento.
El cuchillos, le apodaban en la prensa de nota roja. Y lo odiaba, lamentaba no haber podido elegir su nombre de asesino enmascarado. Nunca se le ocurrió dejar una nota o grabación de voz para difundir el nombre que él quisiera. Hubiera preferido algo en inglés, algo más intimidante.
Había notado que la juventud era cada vez más despierta, más avispada. Muchas de sus posibles víctimas practicaban box, parkour, defensa personal, artes marciales, y él perdía cada día más su condición física. Los adolescentes se habían vuelto su mayor peligro, ¡vaya ironía!
Había empezado a anochecer y él seguía en pijama, sentado en la orilla de la cama con un vaso de leche, reflexionando. ¿Todo había perdido el sentido?, ¿había dejado de disfrutar su profesión de clavar sus largos cuchillos de cocina a sus víctimas?, ¿alguien habría notado su edad, mala condición física, sobrepeso y espalda encorbada detrás de su uniforme de asesino slasher?
Slasher era un buen nombre, ¿cómo no se le ocurrió? El tiempo había pasado y ya solo le quedaba pensar en su jubilación.
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