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Era un problema de sobrecarga



Por Karenn Kiowa


Este es el día en el que por fin la cordura llegó a mí. Después de todos estos años con mi absurda existencia puedo decir que aquello que me hacía ser un anormal, finalmente ha abandonado mi ser. Siento que por primera vez mi alma y mi ánimo se han visto renovados.

Puedo en este momento asegurar que nada en el mundo volverá a hacerme infeliz; he superado en vida la miseria en que «eso» me hundió por mucho tiempo. Aún recuerdo que de pequeño guarde un sentimiento de anormalidad y frustración, desde entonces ya sabía que yo no era como los otros chicos, además sentía en lo profundo de mi ser que ellos también lo pensaban, sin embargo nadie, nunca se atrevió a decírmelo, todos actuaban como si no lo supieran e incluso trataban de comportarse conmigo como si no pasara nada, como si fuera uno de ellos; sin embargo yo lo sabía muy bien no podían tomarme el pelo.

Al iniciar mi educación primaria trataba de actuar como un niño normal, intentaba de superar mi defecto: me convertí en el mejor alumno de mi clase, el mejor deportista, incluso gane una medalla en deporte al competir contra algunas escuelas del área; los maestros fingían admirarme, simulaban no darse cuenta de mi defecto y me otorgaban medallas y reconocimientos, todo por la compasión que me sentían.

Aunque termine la escuela primaria con grandes honores, fue en la secundaria que tuve la sensación de acercarme claramente a descubrir mi defecto; sin embargo en los tres años de estudio no alcancé a descubrirlo del todo. Lo más desdeñable de esa época, era lo insoportable que me resultaba seguir fingiendo que no me daba cuenta cómo los demás me miraban con gran sospecha, con desdén, sabía que ellos ya no podrían seguir admitiéndome como uno de ellos, ¡porque no lo era! Al final de esos años, cansado de fingir normalidad, de tratar de compensar mi defecto siendo: el mejor de la clase, en el deporte, el amigo más cercano, incluso el más desprendido de los hombres, no pude más y quebré, esa fue la primera vez que me internaron aquí.

Se trató de una depresión mayor con varios intentos de suicidio. Por eso mis padres decidieron que lo mejor sería internarme. Fueron los tres meses más extraños de mi vida, por alguna razón sentía que este mundo de personas infelices era donde pertenecía, un lugar donde todos sabían que no era perfecto y no fingían frente a mí. Sin embargo ese tiempo terminó y fui devuelto a la vida cotidiana, a las mentiras y ¡al desprecio! Decidí jugar el mismo juego, salí de este lugar y me convertí en el mayor farsante de todos «Si ellos fingían que yo era normal, entonces yo fingiría que lo era».

Los siguientes seis años los dediqué a mejorar como persona imperfecta, terminé la preparatoria y la carrera, me casé, gané varios maratones y fui el mejor en el trabajo, sin embrago… ¡sabía que algún día alguien me iba a desenmascarar! alguien diría en voz alta que yo era un farsante, que no era normal, que no pertenecía a ese mudo.

Comencé a asilarme en el ático de la casa, al principio eran solo un par de horas, después se convirtieron en varias horas y hasta días enteros, mi esposa me dejó sin aclararme que lo hacía realmente por el gran defecto que cargaba conmigo. Decidí salir de casa y tener una doble vida, me iba a los barrios donde nadie me conocía y ahí podía hacer como si no me importara quien era en realidad, podía pasearme y nadie fingía no ver mi defecto. Un día me desperté y me prometí que ya no podría fingir más ni tener una doble vida, planeé todo incluso cómo se lo diría a mi ex esposa y a mis padres y la mejor forma era haciendo las cosas ¡sin avisarles! Ningún cirujano plástico o de cualquier otra especialidad se atrevió a hacer realidad mi sueño, pero eso no podría detenerme. Lo hice yo mismo.

Sé muy bien que esa es la razón por la cual estoy de nueva cuenta en este hospital, la primera vez Doctor, usted trató de convencerme de que no había nada malo en mí, ahora si es verdad, me he deshecho de eso que me hacía el hombre más imperfecto del mundo, se han terminado mis problemas, todo se ha ido ya. Ahora siento al fin que mis males, mi pésima suerte, mi estigma… han dejado de ser parte de mí. ¡Por fin¡ puedo decir que soy un hombre cuerdo.

Haberme amputado el pie derecho ha sido la mejor decisión que he tomado, puedo asegurar que ese maldito pie con sus lunares repugnantes nunca volverá a dañarme la existencia, se han ido. Para siempre.


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