Por Manitas de coco
Tuve miedo -y mientras se escuchaba cómo querían tumbar la puerta, acompañado de un "¡Ya te cargó la chingada!"- supe que hasta ahí había llegado y me recé cuanto rosario, oración y hasta hechizo me sabía, mientras mis dedos se desangraban al tratar de salir por la venta del baño, ya bien pelados por los pinches ladrillos.
Gordo tenía 29 años, pero fácil parecía de 40. Con esa cabeza de cubo, los tres pelos que le quedaban, unas tetas grandes y su obesidad casi mórbida. "Pinche asco", dije cuando lo conocí (olía a culo también), pero igual me iba a meter un montón de mierda a su casa, su pinche casa que parecía un hervidero de porquería y basura (contándonos a nosotros). No es que me gustara, gustara ir, ¿sabes?, pero igual era un pinche "sin quehacer", fíjate.
Gordo killer keskese fafafafafa.
Pero algo siempre me dio mala espina de él. Neta no era normal vivir entre un montón de pinche tierra (hasta parecían las pirámides esas chingonas del Sol y la Luna, pues así meramente bien grandotas. Cagado de risa decía que ahí escondía gente). Chale.
Gordo no tenía mucho tiempo de llegar aquí a la Aragón y hagan de cuenta que desde el meritito momento en que llegó, había empezado un chingo de gente a desaparecer. Bueno, o sea, más de lo normal, porque en Ecaterror ¿si ves que desaparecen un chingo? Pero pues, como que se empezó a perder más la gente, como que se la robaban, pero la neta es que a todos les vale verga lo que pase aquí, entre más desaparecen los jodidos, mejor.
Gordo killer keske se fafafaa.
Pero nel, que se la robaban, quién sabe qué pedo, que empezaron a aparecer en el canal de “El bordo” un pinche brazo, que una cabeza, que un tronco. Gordo cagado de risa contaba las anécdotas que de seguro habían matado a esa gente por andar de culeros o pasarse de verga.
Y ahorita heme aquí, cagado de miedo, con la cal en las patas (la tire todita ahorita que me vine a basquear al baño, después de estar pisteando). Y no mames, lo conecté con las pirámides de tierra, era él, el pinche gordo psico killer. Apenas agarré el pedo, había sido él, el pinche gordo había dado piso a varia banda, hasta a su puta madre (con perdón de su jefecita, pero para qué anda engendrado tal chingadera), y escuché los pasos, sus pinches patas pesadas.
El gordo pateó la puerta mientras seguía gritando: ¡Valiste verga, wey!
Ya había valido verga y más que nada, ni iba a salir.
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