Tenía 4 años que no veía a Yadi Mendoza, una compañera de la secundaria. Yadi era mi mejor amiga, de esa clase de amigas que se agarraba fuerte de los cabellos con otras que hablaban mal de ti en la escuela, o la que te ayudaba a terminar la tarea 5 minutos antes de que el profesor llegara al salón. Nos queríamos mucho, yo aun la quiero.
Iba caminando por el mercado cuando la miré y me miró, era imposible fingir que no nos habíamos visto. Le sonreí y notablemente forzada hizo lo mismo, me sorprendió que se detuvo y me dijo: "¿Cómo estás?". En estos años yo siempre había querido hablar con ella, desde aquel día en el que dejó de contestar mis llamadas, borró sus redes sociales y se cambió de casa. Yo le respondí que me encontraba muy bien, que la extrañaba mucho y que debíamos ponernos al día (siempre he sido muy efusiva, pero Yadi parecía no mostrar ninguna alegría, estaba seria y se veía como enferma, pálida).
Le dije que si quería podíamos platicar en ese momento, en las banquitas de la plaza del Palacio Municipal y aceptó. Durante el pequeño camino del mercado a la plaza no intercambiamos palabra alguna. Al llegar a las banquitas, me di cuenta de que casi no había gente, solo el señor que vende los merengues y una pareja sentada en una banca a distancia. En fin, nosotras nos sentamos y comenzamos a platicar. Yadi me contó que se fueron de la colonia porque su padre encontró un mejor trabajo en Toluca. Allá prosperaron y estaban muy bien. Le conté todo lo que había pasado en estos años, como Miguel y Paco no habían entrado a la prepa, que Sandy estaba embarazada y que yo estaba feliz con Jorge, mi novio. Ella me dijo que ya sabía de todo eso. Yo solo la abracé. No fue un abrazo cálido, todo lo contrario, ella estaba distante, fría. Me dijo que se tenía que ir, pero que no dejara de visitarla, que hacía un mes que sus padres habían regresado a la colonia. En ese momento por fin me sonrió de forma tierna y se fue sin voltear más. Yo la miré hasta que dio la vuelta en la siguiente calle.
Me quedé sentada un rato más, pensado en lo mucho que había cambiado Yadi, y recordé los viejos tiempos, cuando ella era sonriente, alegre, dicharachera (a veces yo quería ser así porque los maestros la preferían, todos querían ser sus amigos y ni hablar de los muchachos que la miraban). Hoy estaba seria, callada, fría y aparentemente enferma. Seguramente algo muy malo le había sucedido en Toluca y yo no le pregunté por concentrarme en contarle todo lo que había pasado por acá. Tal vez me vi muy egoísta al no interesarme en ella y no insistir en que me contara lo que le sucedía. Me sentí confundida y culpable por no ser una buena amiga.
Al siguiente día, me propuse ir a visitar a Yadi, recordé que dijo que llevaban un mes viviendo de nuevo en la colonia y me dirigí a verla. Cuando llegué toque su puerta y abrió su mamá. Se sorprendió mucho al verme y me preguntó que si necesitaba algo. Yo, como siempre contenta y efusiva, le respondí muy animada que buscaba a Yadira, la señora con semblante triste y algo molesta, me dijo que me fuera y que no molestara. Yo no comprendí su actitud y le dije que su propia hija me había dicho que fuera a visitarla, la señora se echó a llorar fuertemente y me dijo que eso no era posible porque Yadi había muerto 8 meses atrás. Lo primero que pensé es que eso era mentira, yo la había visto un día antes.
Doña Lily (así se llama la madre de Yadi) me invitó a pasar a su casa, efectivamente el ambiente era de tristeza, me contó que cuando se fueron a Toluca, Yadi cortó comunicación con todos sus amigos porque cayó en una depresión por los cambios que vivió. Nunca pudo adaptarse a su nueva vida, ya que en su escuela sufría de acoso por parte de sus compañeros. Un día simplemente decidió quitarse la vida. Sus padres estaban deshechos.
No quise hablar más de lo que sucedió en mi encuentro con ella en la plaza, y me fui tan rápido que olvidé mis llaves. No podía creer lo que me había sucedido.
Más tarde y más tranquila, en mi casa, llegué a la conclusión de que ella quería que yo fuera a visitar a sus papás, porque estaban solos y sumamente tristes. Días después regrese a la casa de Yadi, con el pretexto de pedir mis llaves. Me quedé un rato a platicar con su madre, me invitó a comer, y después a cenar. Así pasamos semanas, hablando de ella y después ya no tanto, la señora Lily se convirtió en mi segunda mamá, poco a poco todos habíamos superado la tristeza profunda y volvíamos a sonreír. Su retrato siempre estaba en la mesita de centro, en medio, resplandeciente, luminoso, como ella lo era, como las estrellas.
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