Frida Cartas
Y toda la noche llovió,
rompiendo más y más a cada inclemente
e indolente, ráfaga de gotas, el cielo de mis tristes ojos.
Un relámpago de mi mirada haciendo tormenta -y también tormento- con el relámpago de tus ojos, que ya no me miran porque ya no están.
Rayo del destierro, trueno de la muerte… el amor que mataste. ¿El amor fui yo?
Mismísimo recuerdo que aún tras su muerte se sigue ahogando ya muerto,
cadáver perdido que entre ríos formados por esta lluvia oscura, esta lluvia de dolor y sangre, flota.
Y toda la noche llovió,
hiriendo, estruendosa por fuera, silenciosa por dentro.
Nubes de recuerdos chocando violentas, desplazando -si algún dolor por pensarte aquí me queda-, en esta desolada lluvia, desolado cadáver.
Aunque nada se compara con la cruel tempestad de tu agonizante abandono.
Ese irte incluso antes de que te fueras,
porque como esta misma agua arrecia y grita, yo ya conocía la lluvia oscura.
Y toda la noche llovió,
manteniéndome despierta, porque el sueño, todos los sueños, te los habías llevado desde antes.
Vientos huracanados de momentos que se fueron, y fueron arrebatados, sacudiendo, tocando de nuevo las raíces del gran árbol que fui, y que tanto cobijo y vida te acompañó. Pero sin arrancarlas. Porque las raíces siguieron su propia existencia. Esta noche de lluvia lo confirma.
Sólo deseo que después de la tormenta este suelo seco que hoy eres,
este suelo desértico en que te convertiste,
donde hoy no se cosecha nada,
termine de secarse en lo profundo y para siempre.
Y que en la próxima noche en que la lluvia no pare, pueda disfrutar sólo del sonido del agua y del viento, sin que el cielo de mis ojos se rompa de nuevo.
Al final, si pudiste romper un amor, si pudiste romper mi alma, y me rompiste la vida, no tardarás mucho en romperte a ti mismo, pero tú no tendrás árbol, y menos raíz que te acompañé, me lo susurró la lluvia.
Anoche que llovió…
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